Como todala vida

Ginecólogo entre incubadoras. (Foto: Efe)
photo_camera Ginecólogo entre incubadoras. (Foto: Efe)

MARIANO RAJOY se extraña de que en las cumbres europeas los de seguridad le traten como si fuera un poligonero que quiere entrar en un discoteca con calcetines blancos. En la última le han parado en la puerta y le han pedido la acreditación, y no es para menos, porque cada vez está más alejado de los estándares de ese club europeo fundado en base al estado de Bienestar y de Derechos, cuyos socios se empiezan a dar cuenta de que España es uno de esos invitados pintorescos en una fiesta fetén: está bien para echarse unas risas un rato con sus modales sin estilo, pero nunca será uno de los suyos.

A Rajoy lo recibieron así en la última cumbre europea, con la resignación condescendiente con la que se recibe al camello en la fiesta, como un mal necesario por si al final de la noche hacen falta unas pirulas. Las llevaba de todos los colores, a cual más alucinante: un proyecto de ley de seguridad ciudadana que ya ha despertado las reticencias de nuestros socios; una sede nacional del partido en pleno registro por orden judicial; una subasta eléctrica anulada a salto de mata, y una ley del aborto que nos sitúa más cerca de algunas satrapías árabes que de la Europa seria. Pasado de vueltas.

No hay posibilidad alguna de debatir con serenidad sobre el texto que ha presentado el abad del Monasterio de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, porque es ofensivo. Premeditadamente ofensivo. Comprendo la necesidad de las cortinas de humo en política, y que cuando el país se te está cayendo a cachos y la Policía te está registrando hasta las entretelas, el manual marca iniciar una maniobra de distracción, pero es que esta vez se les ha ido de las manos.

Esta ley del aborto desenmascara en todo su horror el verdadero rostro de una derecha que votamos como liberal y moderna, para decepción de propios y extraños. Es un texto tan vil y desproporcionado que condensa como ningún otro el pensamiento íntimo de esta tribu de talibanes que llamamos gobierno.

El parto de Gallardón es un texto normativo pensado y redactado por y para hombres, que expropia a las mujeres sus propios úteros para a continuación proceder a liberalizar el sector facilitando su privatización a favor de dos grupos de poder: el masculino y el del dinero. Porque esto no tiene que ver ni con el interés por la defensa del no nacido o de las personas con minusvalías, ni con la salud reproductiva de la mujer. Esto va de las dos grandes obsesiones que históricamente han movido a la derecha española más rancia: el sexo y el dinero.

Al arrebatar a la mujer la capacidad de decisión sobre su maternidad, tratan de arrancarle también el control de su sexualidad, vuelven a poner en el lugar en que ellos siempre la quisieron: en casa pariendo y cuidando de los niños. Una incubadora fiel con cierta destreza a la plancha, que se encargue de mantener caliente la casa mientras ellos van a follar fuera con sus amantes, a las que antes ponían un estanco y un pisito y ahora les montan una subsecretaría de Estado o una asesoría ministerial.

A la vez, ponen en su lugar a toda la sociedad: el aborto fue desde siempre un derecho de los ricos, de los que pueden pagar bulas papales y perdones médicos para los pecadillos de sus hijas, y no una opción con la que cualquier miserable pueda aliviar los efectos de sus perversiones sexuales o deje de cumplir su función de parir mano de obra barata que labre la finca.

Para esta ley el no nacido o el feto malformado es una simple coartada, porque los únicos reparos que pone al aborto a demanda son económicos: las mujeres que puedan pagarlo podrán permitirse buenos médicos privados que les redacten los dos informes preceptivos y operaciones en cómodas habitaciones alejadas de normas molestas; y las que no dispongan de ese dinero, se verán condenadas a trastiendas de tugurios o consultas infectas, en manos de carniceros sin escrúpulos y con un extractor de fetos usado comprado por internet. Como toda la vida, como nunca tendría que haber dejado de ser.

Con todo, podría esperarme esto y mucho más de tipos como Gallardón, pero me pregunto qué pensarán las diputadas, concejalas, asesoras, cargos, militantes y votantes del PP, al ver el papel que ellos les tienen reservado: o el de simple incubadora o, mientras su aspecto y complacencia lo permitan, el de coño con derecho al aborto por descuido. Dicho sea con todo mi respeto, señoras.

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