Como buenos vecinos

EL PRIMERO de la fila se presentó sobre las seis de la mañana, cuatro horas antes de la apertura de las oficinas del club. Son cosas que un padre hace por su hijo. El hombre quería renovar su abono en tribuna y asegurarse de que su retoño podría sentarse a su lado durante toda la temporada. Cuando llegó no había ni un alma, pero a eso de las siete ya no estaba tan solo. Una decena de aficionados se había concentrado a las puertas del estadio Anxo Carro y, poco a poco, el grupo iba creciendo. A nadie parecía importarle el madrugón. Tampoco el holgado tiempo de espera que quedaba por delante. Ni siquiera el pelete que hace al amanecer a orillas del río Miño, incluso en pleno verano. El personal estaba de buen humor. Algo impensable en circunstancias similares sin el fútbol como acicate. Parece que hay sacrificios que sólo el balompié justifica en este lugar del mundo. Tenemos una expresión popular que lo resume perfectamente. Jodidos, pero contentos.

En la larga cola que acabó por formarse para retirar los abonos, las horas de espera propiciaron el palique entre unos y otros. Con la temporada todavía en paños menores, sin demasiadas referencias aún para calibrar las expectativas que ofrecía la nueva plantilla, la conversación acabó derivando hacia el enfrentamiento más esperado de la temporada. El cruce con el Deportivo de A Coruña. Los encuentros que iban a disputar ambos equipos en noviembre y mayo, el primero en la ciudad herculina y el segundo en casa. Dos fechas señaladas en el calendario futbolístico para los seguidores del Lugo. Un par de partidos para reunirse con la afición blanquiazul y cultivar una rivalidad que la diferencia de fuerzas entre ambas entidades no había permitido nunca hasta ahora. Se habló con ilusión de la posibilidad de someter en el terreno de juego a un club que ha logrado grandes éxitos balompédicos. También, por qué no, de una oportunidad para sacar pecho como ciudad ante nuestros vecinos atlánticos.

A punto estuvieron los jugadores de Setién de conseguir esa esperada victoria a finales de noviembre. Cientos de aficionados viajaron hasta A Coruña para animar a su equipo. Una esquina de Riazor se vistió por un día con los colores de los nuestros. En el resto del estadio, otros hinchas lucenses siguieron el partido mezclados con los seguidores del Deportivo. Familiares y amigos, con el corazón dividido, les compraron las entradas en taquilla durante los días previos. Otros les consiguieron carnets de socios para que pudiesen ver el encuentro. Mereció la pena. El Lugo jugó bien. Al final hubo reparto de puntos. La historia hubiese sido diferente si la pelota no se hubiese estrellado en la base del poste en un cañonazo del incombustible Seoane. También si el árbitro hubiese señalado un claro penalti al delantero Sandaza. No quiso verlo. Lástima.

Hicimos el camino de vuelta con buen sabor de boca. Se notaba en el peaje de la AP-9 que la gente regresaba satisfecha. El resultado no fue malo. Además, la hinchada del Lugo fue bien recibida en un campo que hasta hace muy poco era escenario de grandes partidos europeos. Hubo buen rollo. Sonó el himno gallego en versión roquera, ambas aficiones gritaron «nunca máis» en el minuto diez de partido y el encargado de la megafonía expresó buenos deseos para ambos equipos en una temporada que ya entonces se presumía a cara de perro.

Mañana, unos cuatro mil seguidores del Deportivo nos devolverán la visita. Toca portarse y estar a la altura, como afición y como ciudad. La polémica que avivaron algunos hosteleros por la organización de una fiesta de confraternidad en el Pazo de Feiras no conduce a nada. Se trata de sumar. Nada sobra. Lo entendió bien la asociación Lugo Monumental. La colocación de una pantalla gigante para seguir el encuentro en pleno casco histórico ha sido una gran idea. Mucha gente se ha quedado sin entrada, de los suyos y de los nuestros. En el terreno de juego sólo puede ganar uno, pero la hospitalidad nos hará mejores fuera del campo.

Aún falta para salir del agujero

La última EPA no ha llegado con un pan debajo del brazo. Deja pocas conclusiones positivas y mucha incertidumbre. El porcentaje de desempleados llega al 22% en Lugo. El paro es un drama miles de familias. Algunas sobreviven con lo justo y otras con menos. Hay demasiada gente que no tenía nada que celebrar en el día 1 de mayo. Nos dicen casi a diario que la situación de la economía empieza a mejorar. Sin embargo, esos síntomas no pagan las facturas de quienes buscan un trabajo. Aún queda camino para salir del agujero.

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