Carta abierta de Gloria Lago al presidente de la Rae

Excelentísimo señor Presidente de la Real Academia Española:

Desde hace casi cuatro años presido la asociación Galicia Bilingüe, que trabaja para lograr que en nuestra comunidad autónoma los ciudadanos, sobre todo los niños, puedan disfrutar de los derechos que tienen las personas que viven en otras democracias con más de una lengua oficial; es decir: que haya libertad de elección de lengua en la enseñanza, bilingüismo en la Administración, que no se prime la utilización de una determinada lengua a la competencia profesional o para beneficiarse de una subvención y que la educación esté libre de adoctrinamiento nacionalista. En alguna ocasión las personas que nos apoyan nos han sugerido que nos dirijamos a la RAE pidiendo ayuda; siempre respondemos que no debemos hacerlo por dos motivos: porque nosotros no defendemos lenguas sino derechos civiles y porque nos parece que el posicionamiento de la RAE en una cuestión como ésta, sometida a un gran debate social, estaría fuera de lugar. Sin embargo, estos días se están poniendo en contacto con nosotros muchas personas, sobre todo padres entristecidos, después de leer la información publicada por una agencia de noticias, al parecer basándose en unas declaraciones de usted. Les sorprenden y nos ha sorprendido a muchos su aparente posicionamiento en una cuestión tan delicada. Por eso me atrevo a escribirle.

Tal vez no comparta usted nuestras bases ideológicas: que los territorios no tienen lengua, que los derechos los tenemos las personas, no los idiomas, que los niños van a colegio a formarse, no a salvar lenguas, que como mejor aprende un niño es en lengua materna, que la educación bilingüe debe ser voluntaria porque todo esfuerzo precisa de una motivación y, en suma, todos los argumentos referentes a derechos lingüísticos que a lo largo de estos años hemos ido desgranando. Tal vez no los comparta y por ello no intentaré que cambie usted lo que opina, al aparecer, sobre los procesos de inmersión lingüística, pero sí intentaré apelar a su condición de filólogo para pedirle que comprenda que hayan sorprendido, por ejemplo, sus reflexiones sobre la oficialidad de los topónimos, no porque en todos los países con más de una lengua oficial sean oficiales aquellos que forman parte del léxico de sus lenguas oficiales, sino porque las palabras, también los topónimos, habitualmente las vamos creando sus hablantes y son fruto de una adaptación fonética, o de la evolución de una denominación más antigua. Lo hacemos por una cuestión de utilidad, necesidad o voluntad colectiva. Por eso no hemos creado en español un topónimo para cada localidad de China pero sí para nombrar aquellos lugares con los que nos unen determinados lazos culturales, comerciales o de otra índole.

Los hablantes de todas las lenguas de España hemos estado haciéndolo a lo largo de los siglos y ahora esos topónimos son un tesoro más de nuestras lenguas, un tesoro que no debería sernos hurtado a causa de los intereses que unos políticos determinados tengan en un momento determinado de la historia. Muestra usted también una cierta sensibilidad como filólogo cuando se refiere al enamoramiento de los hablantes hacia su lengua. En efecto, así es en muchos casos, pero deberemos atribuirles también esa capacidad de amar a las personas que tienen el español como su lengua propia en Galicia, Cataluña, el País Vasco, Valencia o Baleares. Son millones de personas; en el caso de Galicia la mitad de la población según algunos estudios, que quieren que sus hijos acaricien palabras como abedul, alondra, o amapola, palabras bellas que empiezan con la a de amar y que hoy no figuran en sus libros de texto, palabras que en muchos casos los padres no usamos en nuestra vida diaria y que esperamos que les enseñen en el colegio. Esos padres saben que otros padres de Galicia sienten más cercanas palabras como bidueiro, laverca o papoula, y por eso no quieren privarles de ese derecho, quieren que también puedan elegir.

Tampoco les agrada a los padres que hablan español en Galicia, que en los colegios se asocie su lengua, la que les han transmitido sus padres desde la cuna, con la dictadura franquista o con la “invasión” de los Reyes Católicos, ni que les propongan a sus hijos “galleguizar” el nombre que ellos les han dado o los apellidos que han recibido de sus abuelos, o incluso que les animen a convertirse en “neofalantes” como restitución de una supuesta deuda con sus genes. Estará usted probablemente pensando que una cosa no tiene por qué estar necesariamente unida a la otra, que no tiene por qué ser así, pero así es por desgracia; porque en todas la comunidades autónomas de España que tienen dos idiomas, la conservación de las lenguas diferentes del español está siendo monopolizada por sectores con grandes intereses económicos, por grupos de poder e incluso por algunos fanáticos que han pasado del enamoramiento a la obsesión.

Eso es todo señor Blecua. Espero no haberle importunado con mis reflexiones y le deseo que tenga usted muchos aciertos en su nueva y apasionante andadura.

Atentamente, Gloria Lago.

Vigo a 27 de diciembre de 2010

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