A Carletto se le acaba la suerte

SE DA POR HECHO que Carlo Ancelotti es todavía entrenador del Real Madrid porque a Sergio Ramos le dio por meter la cabeza en un córner sacado por Modric en Lisboa. La Décima, el dorado blanco, el título que dejó a media España sin argumentos para chistes y que situó al Real Madrid de nuevo en lo más alto fue lo que evitó el despido del técnico italiano.

Se da por hecho también que el artífice de ese gol no fue Sergio Ramos, y mucho menos Modric. Si el Madrid ganó la pasada Champions fue por obra y gracia de un factor que desde hace años planea sobre el fútbol europeo y que de vez en cuando le da por alterar el orden del universo: la suerte de Carlo Ancelotti.

En el fútbol se lleva mucho eso de dar por hecho. Basta con que a cuatro o cinco señores con un micrófono, una cámara o un ordenador delante se les meta una idea entre los cuernos para que se convierta en verdad absoluta. Y Ancelotti ya llegó a España con esa fama, así que para qué valorar sus méritos. Para qué tener en cuenta que el Real Madrid se paseó en la fase de grupos, arrolló al Schalke, eliminó al Borussia Dortmund, destrozó al Bayern de Múnich y en la final fue superior en todo al Atlético de Madrid salvo en cantadas del portero.

Es cierto que en Dortmund la fortuna estuvo del lado del equipo blanco, pero también que Di María falló un penalti a los 17 minutos que hubiese supuesto el 4-0 en el global de la eliminatoria. El resbalón del argentino justo en el momento de golpear el balón es de suponer que no es uno de los avatares del destino guiados por la suerte de Ancelotti. Es igual, para qué discutir. Fue suerte y punto.

Y la culpa de que todos sus éxitos se le atribuyan a la fortuna es suya. Le está bien por ser una persona normal. Por no querer inventar el fútbol cada fin de semana o por no echarle la culpa de las derrotas al diablo. Escuchándole da la impresión de que esto es un juego en el que el entrenador es una pieza más, no la estrella sobre la que orbitan un montón de estrellas.

Tal vez lo aprendió cuando fue jugador del Milán de los 80, uno de los mejores equipos de la historia, el último que dominó Europa. Ancelotti era la prolongación en el campo de Arrigo Sacchi. El encargado de poner en funcionamiento a Donadoni, Gullit, Van Basten y compañía. Aquella fórmula funcionó a la perfección y en su salto a los banquillos eligió seguir detrás de la cortinas y dejar el escenario para quienes necesitan el aplauso, para quienes tienen problemas de vanidad.

Está feo dar nombres, pero a veces es necesario. ¿Habría ganado de suerte el Real Madrid La Décima con Mourinho en el banquillo? Probablemente no. Se hablaría de que el equipo blanco necesitó de la magia del portugués para acabar con la maldición. ¿Y Guardiola? ¿Se habló alguna vez de la potra del Nen de Santpedor cuando Iniesta metió al Barça en la final de la Champions de 2009 con un gol en Stamford Bridge en el último suspiro? No, Mourinho y Guardiola son de otra especie, de la que disfruta salpicada de aplausos cuando se queda sola en el escenario tiempo después de que acabe la función.

Tal vez la explicación a la fama de suertudo de Ancelotti haya que buscarla en su forma de ser. Es un tipo tan normal que fastidia que sea tan bueno. Hace poco le preguntaron qué jugador del Barcelona se llevaría al Real Madrid. Su respuesta fue Messi. Así de simple. No se marchó por las ramas con argumentos peregrinos tipo ‘mis jugadores son los mejores’ o ‘no me gusta hablar de otros equipos’. Al técnico blanco le gusta aplicar el sentido común en todo lo que hace, aunque esté escondido, como en el caso de Andrea Pirlo.

Cuenta el centrocampista italiano en su autobiografía que tras el Joan Gamper de 2010 que disputaron en el Camp Nou el Barça y el Milán, Guardiola le invitó a su despacho, donde le esperaba muy elegante y con una botella de vino sobre la mesa (es de imaginar que a media luz). «Eres la guinda del pastel. Somos muy fuertes en el centro del campo, pero tú eres la pieza que nos falta», le dijo el técnico catalán.

Guardiola quiso hacerse con uno de los mejores mediocentros de los últimos años, un jugador que hasta pasar por manos de Ancelotti era un mediapunta del montón. Pero Carlo aplicó el sentido común, aunque en este caso no estuviera tan claro, y convirtió a Pirlo en un jugador de leyenda.

Aunque esto habrá quien lo discuta, porque cuando entrenaba al Milán corría el rumor de que las alineaciones las hacía Silvio Berlusconi, que entre inventarse una ley para que el primer ministro (o sea, él) no pudiera ser juzgado por ningún delito no relacionado con su cargo y organizar una fiesta ‘bunga-bunga’ sacaba tiempo para encontrarle un hueco a Kaká en el centro del campo.

Y en algo parecido a lo de Pirlo anda ahora en el Real Madrid. De su boca nunca salió, pero cuentan los mismos que lo casan con la diosa Fortuna que se enfadó mucho cuando el equipo blanco permitió la fuga de Xabi Alonso a los brazos de Guardiola (falta saber si en este caso también hubo botella de vino). Tal vez sea verdad, pero lo único seguro es que al momento se puso a trabajar en busca de una solución. Retrasó a Kross al puesto de mediocentro y al alemán le costó entender su rol, pero ahora mismo recibe piropo tras piropo cada vez que salta al terreno de juego.

No le llegó con ganar la Champions, la Copa y pelear por la Liga hasta que sacó el billete para Lisboa (en el Madrid todo es secundario cuando anda la orejona de por medio) para que se le reconociera su trabajo. La temporada pasada fue un episodio más en la carrera de un tipo que ganaba porque tenía la suerte de caer siempre en equipos con grandes jugadores. Pero ahora algo parece que ha cambiado. Ancelotti se está convirtiendo poco a poco en un entrenador de fútbol que gana porque sabe de esto. Vamos, que se le está acabando la suerte que siempre viajó en su maleta. Como la que estuvo de su lado en 1983 durante el partido más violento de su vida.

Fue en el rodaje de la película ‘Don Camillo’, dirigida y protagonizada por Terence Hill (el rubio que repartió guantazos junto a Bud Spencer en 18 películas) y que cuenta una historia muy conocida en Brescello, un pueblo cercano a Reggiolo, localidad de nacimiento de Ancelotti. El alcalde y al párroco no se podían ver delante y llevan su disputa a un partido de fútbol, en el que el actual técnico del Real Madrid, convertido en actor por un día, tomó parte en el equipo del alcalde, el de los malos.

Ancelotti, que por entonces ya era futbolista del Roma, se dedicó todo el partido a repartir leña. Patadas, codazos, empujones... Tanto repartió que el propio Don Camillo, interpretado por Terence Hill, decidió quitarse el alzacuellos, saltar al terreno de juego y cambiar el rumbo del encuentro imitando el violento estilo de su rival. Hasta Carletto se llevó lo suyo antes de que el bueno de la película anotase el gol que decidía el partido. Ves, ese día sí que tuvo suerte Ancelotti. Suerte de que en el reparto de la película no estuviera Bud Spencer. De ser así no se hubiera librado de una buena colleja.

(Publicado en la edición impresa el 8 de noviembre de 2014)

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