Caminante no hay camino...

Lucenses disfrutando del Arde Lucus en A Ponte. Foto: J. VÁZQUEZ
photo_camera Lucenses disfrutando del Arde Lucus en A Ponte. Foto: J. VÁZQUEZ

UN ARQUITECTO compostelano y su madre abrieron esta semana en A Ponte el primer albergue privado para peregrinos, un establecimiento que en realidad está pensado para cualquier persona que quiera un hospedaje barato (10 euros por persona), sin pretensiones pero cómodo, en un coqueto edificio de un siglo y en un entorno al que no se le puede pedir más. Para empezar, un puente recién rehabilitado (aunque la estética no guste a todos) que conserva piedras por las que caminaron lugareños y romanos hace dos mil años y muescas de los avatares sufridos, como la voladura que hizo el 25 de julio de 1809 al dejar la ciudad el ejército napoleónico.

El río, con sus inseparables piragüistas; el balneario, con estancias de las termas romanas y servicios acordes con los nuevos tiempos; las sendas y el Camino Primitivo, la razón de ser del nuevo albergue, son otros valores del enclave y hacen presagiar un buen futuro al Roots@Boots. No se pueden lanzar las campanas al vuelo, pero el concepto parece acertado para una ciudad que para los peregrinos que hacen el camino con un sentido religioso significa mucho -es uno de los pocos lugares del mundo con el privilegio de la exposición permanente del Sacramento- y que, sin embargo, a veces da la sensación de que vive de espaldas a él. Solo hay que ver que, hasta ahora, nadie había apostado por un negocio como el de A Ponte. Hace años, el propietario de una casa próxima a la catedral empezó a restaurarla con la misma idea, pero el proyecto fue aparcado a la espera de tiempos mejores.

La apertura de este albergue, que se suma a La Cervecería abierta en el bajo de la casa, es un soplo de aire fresco y un motivo para la esperanza en un barrio que a los ojos de mucha gente ha subido de categoría con la peatonalización de su monumento, que ya quisieran para sí otros lugares. Se ha convertido en una barrera para la gente que accedía a San Lázaro en coche o entraba en la ciudad de la misma forma. Sí, es un hecho. Pero antes de eso se estrenó otro puente más cómodo -los accesos a él, sobre todo desde el barrio, son mejorables, pero no hay que guardar colas ni rozar las ruedas contra la acera, como sucedía en el romano- y el viaducto histórico se ha convertido en un reclamo. Son muchos los lucenses que antes no ponían un pie en el barrio y que ahora han incorporado el puente y su entorno a sus lugares de paseo, de deporte o de vinos. Es otro hecho.

Para los comerciantes del otro lado del puente es poco consuelo. Dicen que el aumento de gente se limita a días de buen tiempo y que la gran mayoría no hace gasto en sus negocios. En los últimos meses ya hubo algún cierre (un bar, por ejemplo) y algún otro establecimiento cuenta que está con el agua al cuello y que puede que dure poco tiempo. La carretera de Santiago ha dejado de ser vía de entrada y salida de la ciudad y los comercios aseguran que han perdido muchos clientes que compraban de camino. Se ha convertido en lugar de paso para muchos usuarios del Club Fluvial, que antes accedían por el puente romano y giraban en dirección a las instalaciones sin pasar por delante de los negocios, pero los comerciantes aseguran que es gente que no suele parar a comprar o a consumir.

La mayoría son negocios pequeños y de muchos años, concebidos para una época en la que el barrio estaba mucho más poblado y tenía mucho más trasiego. Para tiempos en los que no había tanta necesidad de pelear por el cliente. Desde luego, mucho menos que ahora, con el consumo absolutamente constreñido por el desempleo, los recortes laborales y el aumento del coste de la vida.

Los tiempos han cambiado y en muchos casos la reorientación de negocios se hace necesaria. Algunos lo han hecho, o al menos lo han intentado, aunque no es una empresa fácil. Nunca lo es y menos ahora, con los costes disparados y la gente apretando la cartera, pero las actitudes inmovilistas tampoco ayudan a superar los malos tiempos y el cliente siempre agradece los esfuerzos por mejorar.

Aunque hay que decir que los comercianes de A Ponte no tienen fácil venirse arriba. El Concello no estuvo precisamente fino con ellos. Primero les prometió que el puente romano iba a mantener el tráfico en dirección salida de la ciudad y después anunció que no. El enfado es absolutamente comprensible, por mucho que la decisión parezca acertada. A cambio les prometió un plan de obras y mejoras en el barrio, del que nunca más se ha vuelto a saber, pese a que algunas son realmente fáciles de llevar a cabo, como colocar un espejo en la salida del puente nuevo a la carretera de Santiago, donde la visibilidad es muy mala, adecentar el entorno del río y poner los medios para que los coches puedan cambiar de sentido una vez llegan al fondo de la carretera de Santiago. El margen derecho del Miño, en dirección al colegio, es un riesgo por la falta de barandarilla y la maleza lo invade todo; la calle que lleva al Club Fluvial es toda ella un bache, siguen sin materializarse las mejoras en el servicio de bus urbano y de un tiempo a esta parte la inseguridad ha aumentado, con robos frecuentes.

El Concello sí parece tener un poco más en cuenta A Ponte para sus actividades culturales y turísticas, pero de forma puntual. Un barrio con la historia, los atractivos y el potencial de A Ponte se merece un auténtico plan. Y más cuidado en el día a día. De nada sirve cantar sus glorias si a la hora de verdad sus vecinos tienen que remar solos.

(Publicado en la edición impresa el 15 de junio de 2014)

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