Cada uno, su Vietnam

CITA ENRIC González en sus memorias la doctrina Huertas, de la que se declara seguidor. Huertas fue un periodista barcelonés que, en verano de 1975, publicó un reportaje que repasaba la vida sexual de sus vecinos y en el que osó decir que la mayoría de las casas de citas de su ciudad las regentaban viudas de militares ante la imposibilidad de otros de conseguir entonces el permiso para semejante actividad. Acabó en la cárcel por eso y la decisión del consejo de guerra que le condenó indignó tanto a sus compañeros que un buen número de ellos fueron a la huelga como protesta. Se considera que esta fue la primera huelga de la prensa en España desde la Guerra Civil.

González llama la doctrina Huertas a la frase con la que este tituló sus memorias: Cada mesa, un Vietnam. Creía que cada mesa de la redacción de un periódico debía ser un reducto de resistencia frente al poder. Hay que ser peleones y, cuando no se puede o no se quiere luchar más para cambiar las cosas, hay que resistir, hay que hacer que algunos límites sean infranqueables. La capacidad de hacerlo, de aguantar, del ‘por ahí no paso’ es una cosa poderosísima y reconfortante.

En estos tiempos que estamos haciendo tantas cosas que dijimos que no haríamos es fundamental tener todavía un Vietnam, por pequeño que sea. Qué atrás se quedaron tantos otros, viejas trincheras que nos parecían básicas y que han sido colonizadas, arrasadas y casi olvidadas, mientras nosotros nos marchamos a otras más interiores y pequeñas, pero que bien merecen la pena ser defendidas.

Hay que decir no. Y sí, parezco un libro de autoayuda, uno de esos del poder del no. Lo siento. Pero hay que tener algún Vietnam y hay que elegirlo bien.

Me escribe desde Pekín un amigo la típica felicitación navideña. Me cuenta que ha empezado a salir con una chica china y que las cosas le van muy bien. Pese al entusiasmo romántico y a las sutiles indicaciones de la joven, me explica que sigue resistiendo. Utiliza esa palabra, resistir. Todavía no le lleva el bolso cuando van de compras.

En fines de semana pequineses, calles y tiendas se llenan de jóvenes parejas. Ellas, curiosean y señalan escaparates. Ellos, llevan sus bolsos. Es una muestra de cariño, se supone, dejar libres las manos de la amada para que rebusque en una tienda o simplemente lleve las manos en los bolsillos sin tener que cargar con el complemento en cuestión. Quiero aclarar que no se trata de que el bolso sea pesado, como cuando se carga con la maleta de una pareja, familiar o amigo para liberarlo de ese peso. Muchas veces el bolso tiene el tamaño de un teléfono móvil grande; de hecho, dudo que algunos cupiesen dentro.

Esta costumbre da pie a situaciones curiosas. Por ejemplo, una chica buscando un bolso para comprarse que, se lo cuelga al hombro para probar cómo le sienta justo antes de ponérselo a su novio en la mano para ver cómo le queda a él, que es, finalmente, quien más tiempo lo llevará encima. Si se decide a comprarlo, toma el bolso viejo de la mano de su novio para coger la cartera y se lo devuelve nada más abonarlo. Con la nueva adquisición, por supuesto.

Pues bien, este tema del bolso es para mi amigo un Vietnam. Pensarán ustedes que es una estupidez, una resistencia banal, nada profunda, que no afecta a las cosas que verdaderamente importan de la vida. No digo yo que no, pero los Vietnams ajenos no se pueden discutir. Cada uno ha de defender sus trincheras y las cava donde le da la gana.

A mí me apena que haya elegido justamente esta. Sabiendo que vivirá unos años en China y, en previsión de que se echase una novia del país, siempre esperé que lo convenciera para llevarle el bolso. La perspectiva de que un chico de tal envergadura que, cuando se te pone enfrente, te tapa el sol caminase por Pekín con un bolsito probablemente minúsculo me seducía mucho. La de que alguien le hiciese una foto y me la mandase, aún más. Paladeo con antelación el regocijo con el que recibiría esa imagen. Los buenos momentos de observación que me depararía...

Pero parece no hay nada que hacer. Por tonto que parezca, por lejos que esté de las profundas convicciones de resistencia de otros, este es su Vietnam, uno de ellos, al menos. Y los Viet- nams están para ser defendidos, ya sean ambiciosos (como el impresionante y abrumador Vietnam de Mandela) o modestísimos. Hay que resistir en ellos, no vaya a ser que un día, de tanto renunciar y olvidar, nos miremos al espejo y no nos reconozcamos. Seamos otros, de otros, totalmente colonizados.

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