Referente de poder en Lugo un cuarto de siglo

Falleció, a los 78 años tras una larga enfermedad, el político que rigió los destinos de la provincia de forma casi omnisciente
Cacharro Pardo, expresidente de la Diputación de Lugo.
photo_camera Cacharro Pardo, expresidente de la Diputación de Lugo.

LUGO PERDIÓ en la mañana del domingo a uno de sus últimos políticos de la vieja guardia, el hombre que lo fue todo durante un cuarto de siglo en la provincia, donde llegó a tener un poder casi omnisciente. Francisco Cacharro Pardo, presidente de la Diputación desde 1983 a 2007, senador desde las Cortes Constituyentes, mandamás (oficialmente o en la sombra) del PP provincial durante lustros, falleció a los 78 años en su casa, víctima de una enfermedad por la que estuvo hospitalizado varios días.

Fue senador, concejal (condición indispensable para ser presidente de la Diputación) en Lugo; inspector de educación y conselleiro del ramo, destinatario de miles de reconocimientos y objeto de cientos de agasajos, desde cenas a medallas variadas, pero si por algo se le recordará es por el poder que llegó a tener… o el que se creía que tenía, porque había momentos en que era difícil distinguir la realidad de la leyenda. Hace años, cierto famoso comerciante de Lugo te hacía pasar a la trastienda si uno sacaba durante la conversación la palabra Cacharro (aunque fuera en minúsculas), porque «as paredes oen». Bajo ese temor reverencial, irracional y a veces errado vivió Lugo durante bastante tiempo: no se movía un dedo sin que San Marcos (sede de la Diputación) diera su bendición.

Todo eso se puede resumir en una frase que él mismo dijo en 2006, justo al día siguiente de cumplir 70 años (nació el 16 de noviembre de 1936): «Éste no es mi PP». El posesivo ‘mi’ refleja muchos de los palos que tocó. El PP fue, realmente, suyo, porque él fue uno de los que lo montó en la provincia de Lugo, cuando la derecha de este país votaba a UCD y los populares eran Manuel Fraga y cuatro más. En 1977 salió elegido senador por Lugo por Alianza Popular; es, por tanto, uno de los padres de la actual Constitución. De vez en cuando, en sus ruedas de prensa, le salía esa vena de legislador, sobre todo cuando defendía la autonomía de la administración local (ayuntamientos y diputaciones) frente a la autonómica. El nacionalismo en todas sus vertientes y gentilicios (gallego y catalán) era uno de los objetos favoritos de sus dardos. De hecho, esa frase de esa rueda de prensa de noviembre de 2006 respondía a un presunto acercamiento del PP de Feijóo al área nacionalista del bipartito que entonces regía la Xunta.


Dio el salto
Él se definía como «autonomista, no nacionalista», aunque se mantenía alerta ante las injerencias (tanto las supuestas como las reales) de la Xunta. Paradójicamente, uno de los trampolines de su carrera política fue el Gobierno autonómico. En 1982 fue designado conselleiro de Educación, en aquella Xunta que empezaba a poner las bases de la actual administración autonómica gallega. Para entonces ya llevaba tres años siendo concejal en Lugo. En el 83 decidió dar el salto y optar a la Diputación: cambió la política autonómica por la local. Y le salió bien. Y desde 1983 hasta 2007 no tuvo problemas para seguir renovando el cargo, hasta convertirse en uno de los pesos pesados del ahora PP. Unos le llamaban ‘barón’ y otros, ‘cacique’, pero de esos 24 años, con una política que se puede considerar personalista, quedaron varias cosas: muchos fondos europeos, dos reservas de la biosfera (la segunda, la de Os Ancares, a espaldas de los alcaldes), un Pazo dos Deportes en Lugo, carreteras inauditas, miríadas de pequeñas obras del siempre controvertido plan vecinal y, en fin, un campus universitario cuya consolidación era su orgullo.

Aunque su estancia en la Xunta fue corta, él recordaba alguno de sus méritos: «Fui el conselleiro que introdujo el gallego en las aulas», decía con orgullo y, posiblemente, en castellano, el idioma en el que mejor se expresaba. No le importaba hacerlo también en gallego, según su interlocutor, aunque a veces también lo usaba como arma: los miembros del BNG que lo tuvieron como presidente de la Diputación lo saben bien. También lo llegó a saber el Valedor do Pobo, que amonestó varias veces al ente provincial por su escaso uso del gallego.

Ese incidente también lo define: siempre iba a su bola («A muchos les gusta la gente obediente, la que dice ‘sí, bwana’; en esa nómina no me metan») y no le importaba enfrentarse con otras instituciones, aunque estuvieran, supuestamente, por encima. Un conselleiro como Hernández Cochón vio cómo le tumbaban su mapa sanitario para Galicia; un secretario xeral como Andrés Precedo vio cómo le reventaban un plan de comarcalización. En los dos casos, Cacharro envió a sus alcaldes a hacer la labor de zapa.

Los días más duros
Con otra institución, la Justicia, tuvo sus más y sus menos, y quizás una de las cosas que más le dolió fue tener que revivir la operación Muralla cuando ya llevaba tiempo apartado de la política y cuando ya el ‘bicho’ se había instalado en su cuerpo. De hecho, la Audiencia tuvo que aplazar una vista contra él, prevista para el pasado septiembre, porque Cacharro estaba en el hospital. Al final se hizo realidad lo que él mismo aseveraba desde un principio: que la operación Muralla no era nada más que «un espectáculo mediático», puesto en marcha por un fiscal jefe, Jesús Izaguirre, que posiblemente ya entonces (mayo de 2006) estaba pensando en retornar a su País Vasco natal (otoño de 2006). En sus declaraciones en sede judicial, las que llevaron a exculpar a la mayoría de los imputados inicialmente, Cacharro se atribuyó la última palabra a la hora de decidir sobre obras.

Años después, en una de sus últimas entrevistas con este diario (marzo de 2012), insistía en que la operación tenía un trasfondo político, el de conseguir por la vía judicial lo que nadie había logrado en las urnas: echarlo.

Y quien se lo llevó por delante fue ‘su’ PP. En el verano de 2006, un comité electoral del partido perpetraba el parricidio y decidía que el candidato a la Diputación iba a ser José Manuel Barreiro. ¿Parricidio? Sí, porque todos eran hijos políticos suyos en diverso grado. El propio Barreiro, hoy senador y entonces (como ahora) presidente del PP provincial, reconoce tal ‘filiación’. Cierto es que en lo político fue un padre peligroso, pues se llevó por delante a muchos de esos ‘hijos’: Álvarez Paredes, José Luis Iravedra, García Díez… gente que sacó los pies del tiesto. Y enemistarse con él era arriesgado. Sus divergencias con García Díez le costaron al PP la alcaldía de Lugo en 1999. Enemistarse era arriesgado y solía ser irreversible, aunque te llamaras Manuel Fraga y fueras presidente de la Xunta.

Su otra familia, la real, la biológica, también hizo gastar tinta. Este fumador empedernido y retranqueiro era hijo de un profesor republicano represaliado y de una becerrense muy luchadora. Por eso nació en un sitio tan distante como Guarromán (Jaén). El santo de la mujer de Cacharro, Carmen, marcaba el inicio de sus vacaciones estivales. Tuvieron tres hijos; el mayor, Francisco, secretario de la Diputación de Ourense, escribió un libro que presentó el pasado día 5 en Lugo. En ese acto se activaron todas las alarmas, porque el hombre que en tiempos todo lo podía, el que todo lo decidía, el que todo lo sabía (ahora, una vez muerto, será difícil separar el mito de la realidad), no estuvo presente. Tres días después, supimos el porqué de esa ausencia.

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