Borja-Villel: ''Pocos artistas del siglo XX han sido capaces de crear un mundo como él''

 Figura completa que ha llenado la vida cultural española durante la segunda mitad del siglo, la importancia de Antoni Tàpies no queda limitada solo a que fuera un magnífico artista sino a su actividad cultural a un nivel mucho más amplio.

Gran conocedor de la obra de Tàpies, admirador y amigo del artista, Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía de Madrid, considera que el artista fallecido hoy a los 88 años fue una de las figuras más completas, que llenó la vida cultural española durante más de medio siglo. "Pocos artistas en el siglo XX han sido capaces de crear un mundo como él, con un elemento personal que es muy característico", manifestó hoy a Efe.

Para él, la practica del arte siempre tuvo un importante carácter ético, destacó Borja-Villel: "Quería que su obra curase a la gente, pero no desde el punto de vista de un artista romántico que quiere cambiar el mundo, sino creando comunidades de afectos".

Para Tàpies, el arte era como la magia, pero no en el sentido del chamán, sino en el del mago que hace juegos de manos en el parque de atracciones. "Todos sabemos que es un juego, que es un truco pero nos dejamos engañar. Ello genera una comunidad que es de relación y afectos y eso Tàpies, con su obra, lo hacía como pocos artistas y eso le da una dimensión ética a su obra".

La exposición organizada en el Museo Reina Sofía a raíz de serle concedido el Premio Velázquez de las Artes Plásticas 2003 por la proyección internacional de su obra y por ser uno de los grandes renovadores de las artes plásticas de España y del mundo, permitió contemplar una de las facetas menos conocidas de este artista universal, sus esculturas.

A pesar de ello, Tàpies desde sus comienzos había trabajado con la materia ya que su deseo era transformar la concepción clásica del cuadro-ventana y transformarlo en un cuadro-objeto. "Y al hacerlo ya calculo que es algo volumétrico, de tres dimensiones, como muchas de mis esculturas que están aquí", afirmaba entonces Tàpies.

Las huellas de cruces, letras, números, nombres que forman parte del universo del artista son constantes en una obra en la que eleva a obra de arte objetos cotidianos como sillas, puertas, libros, camas o partes del cuerpo humano que para él no eran trozos del cuerpo sino trozos del alma.

"Tàpies creó un lenguaje propio capaz de hacernos ver la realidad de un modo distinto. Él lo consiguió y lo hizo no sólo quedándose circunscrito a un lenguaje fijo sino que fue capaz de desarrollarlo y evolucionar con él. Así las pinturas matéricas de los 50 se transformaron en elementos conceptuales en los 70 y en los 80 evolucionaron hacia los barnices", en opinión de Borja-Villel.

Su representación de la cotidiano responde a una pequeña filosofía que fue haciendo con los años y que, según consideraba el propio artista, no era muy original. "Se trata de estimular que la gente vea con mucho respeto cualquier cosa de la vida, no solamente los grandes hechos o las grandes retóricas, sino que la profundidad de la conciencia, del espíritu, puede estar en las cosas más pequeñas y banales".

Amable, genial, cercano, Tàpies trabajó hasta el último momento en su estudio en Barcelona el que, confesaba, cuando entraba y se situaba delante de una tela en blanco, se olvidaba de todo y se dejaba llevar por su instinto. "No tengo programas estudiados, es puramente lo que me inspira. Yo soy el primer espectador de mis obras y también puedo juzgar si va bien o no va bien la cosa", contaba.

A pesar de haber recibido multitud de galardones, a Tàpies no le interesaban los honores sino "hacer algo que interese a los demás". Y lo logró trabajando con todo tipo de materiales y técnicas en unas obras que eran para él una búsqueda espiritual y una meditación.

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