Bloomsbury y Lugo

Y al día siguiente, sin dejar de ser los mismos, decidimos ir a Lugo con el único propósito de comer tapas

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EL FIN de semana comenzó con la entrega de un premio a mi hija Paula por un microrrelato. En el acto, chavales y, sobre todo, chavalas leyeron sus textos: la adolescencia es siempre puro sturm und drang, da igual la época.

Acabamos de ver una miniserie de tres capítulos, una de esas series inglesas de la BBC donde siempre repite algún actor pero son tan buenos que no importa. Se titula Life in Squares y trata, más o menos, de la vida de unos cuantos de los integrantes de aquel grupo de intelectuales tan impresionante que se llamó el círculo de Bloomsbury, entre los que se encontraban Virginia Woolf y su marido, la escritora Katherine Mansfield, el economista John Maynard Keynes y los filósofos Bertrand Russell y Wittgenstein, por ejemplo.

La serie es algo lenta pero, aun así, muy interesante. Y una preciosidad. Los verdaderos protagonistas son Vanessa Bell (hermana de V. W.) y Duncan Grant, ambos pintores; y eso hace que la pintura tenga un papel muy relevante. Y la luz es en todo momento muy sugerente. Pero lo más llamativo, lo más atractivo de las tres o cuatro horas de película son unos diálogos que logran dar una sensación de sensibilidad y de profundidad de reflexión —y no se trata de charlas frívolas sobre arte, sino de enfrentarse a la desgracia— que a mí me maravillaron y me parecieron realmente inspiradoras.

Y al día siguiente, sin dejar de ser los mismos, decidimos ir a Lugo con el único propósito de comer de tapas. En las últimas dos semanas he cruzado la Terra Chá tres veces, y me ha parecido más bonita que nunca. Los tonos de verde de los árboles y los prados son asombrosos; y ahora, además, todo está lleno del amarillo de los tojos y las xestas.

En Lugo, después de los vinos y antes del paseo por la muralla entramos en la catedral, donde yo eché limosna en un peto por las benditas ánimas del Purgatorio, buscando el hilo cultural procedente de las casas de aldea donde se ponían dos cubiertos de más en Navidad, o se dejaba un leño ardiendo toda la Noche de Difuntos. Limosnas para liberar almas: qué extraño concepto. Tuvimos la suerte de oír tocar el órgano. Y al salir, a Marta su hijo le dijo que, a la vista de todo aquello, él prefería creer.

Mujeres cautivadoras, literatura, pintura, paisaje, sonrisas en los bares y música vibrando entre la piedra: todo es belleza. Y ya se sabe lo que decía Ramón Trecet: es lo único que vale la pena en este asqueroso mundo.

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