Bágoas da Terra clausura la exhibición de botijos expuesta en el concello

La agrupación cultural Bágoas da Terra de Viveiro clausura hoy la exposición de botijos que estuvo expuesta durante la última semana en la sala de exposiciones del antiguo consistorio. La colección es propiedad de María Isabel Fernández, quien la cedió con esta finalidad al colectivo vivariense, dada la gran amistad que la une al mismo. De hecho, ya colaboró en otras ocasiones con pinturas realizadas por ella.

Los botijos fueron adquiridos por esta pintora en distintas localidades de todo el país. Fernández exhibe únicamente una décima parte de las piezas que posee, que empezó a juntar en compañía de su marido hace ya años, en la década de 1960.

La mayor parte son botijos tradicionales. «La mayoría proceden de alfarerías ya extinguidas, porque se cerraron», explica la dueña de la colección, que también tiene otros botijos hechos en iberoamérica, que no forman parte de la muestra que se puede observar aún hoy en Viveiro.

La muestra recoge asimismo varias piezas fabricadas en Galicia, como es el caso de los hechos en Mondoñedo, Buño (A Coruña), Niñodaauga (Ournese) y en Gundivós y Bonxe, ambos de Lugo.

La exposición permite diferenciar los distintos tipos de botijos. El también conocido como barril tiene la panza hueca, es alargado y achatado y puede ser de cuba y barrilete. El típico de la siega se utiliza mientras se realizan labores agrícolas. Además está el denominado de carreta, que es aplanado por un lado para adaptar su forma a los carros en que se transporta.

Otro botijo que se encuentra en la muestra es el de rosca o aro, que se moldeaba de esa manera para lograr menos cantidad de líquido. En concreto, el equivalente a la capacidad de un vaso. Uno muy curioso es el de engaño, que cuenta con varios pitorros, pero sólo uno de ellos vierte agua en realidad, de ahí su nombre. Entre los más conocidos se encuentran los destinados a los licores, que tienen la boca estrecha si se trata de introducirles orujo o más ancha, para llenarlos con vino.

El alfarero desarrolla su imaginación con la fabricación de los botijos, de las más variopintas formas, como los que emulan una rosca o rueda, o los que parecen un gallo o un perro. El colorido también es variado.

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