Árboles en Os Remedios

 

Sábado. Estudiadas y anotadas por el profesor José Antonio Llera, se publican cincuenta y tantas cartas de Miguel Mihura que permanecían inéditas. El libro que las recoge se titula Epistolario selecto de Fuenterrabía. A los más jóvenes, el nombre de Miguel Mihura no les dice nada. Para los de mi generación, Mihura es el autor de Tres sombreros de copa, una comedia escrita durante la República y estrenada en los años duros del franquismo. En medio del teatro burgués y pacato de la época, la obra de Mihura sonaba a cierta estridencia vanguardista. Pero el espejismo duró poco. No se le podían pedir grandes rupturas a un autor procedente de la Falange, fundador, con Tomás Borrás, de La Ametralladora, una revista humorística nacida en el San Sebastián de 1937 y destinada los soldados del llamado bando nacional. Casi siempre se dice que Mihura empezó escribiendo en La Ametralladora. No es cierto: en La Ametralladora era dibujante. El plumilla de la publicación era, sobre todo, Tomás Borrás, escritor de mucho renombre en la época y de radical compromiso político con la Falange. Estaba casado con la artista y cantante La Goya, también falangista. Borrás dirigió después el diario F.E. de Sevilla, de cuyas páginas suprimió completamente las reseñas taurinas. Fue destinado luego a Tánger, a poner en marcha el famoso diario España, que curiosamente tuvo entre sus primeros directores al prestigioso cronista de toros Gregorio Corrochano. Me parece que a Corrochano lo sustituyó Eduardo Haro, quien, por cierto, no hablaba muy bien de su antecesor.

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Domingo. Amodorrado y sin ganas de moverme, paso la tarde entre papeles de hoy y de ayer. De entre los de hoy, reclaman mi atención los dedicados al cincuentenario de la muerte de Ataúlfo Argenta, un músico (dejarlo en director de orquesta no le hace justicia) que a mí me resulta familiar desde siempre, quizá por su naturaleza cántabra, que algo me roza. Recuerdo su muerte y los comentarios en voz baja con que se despachaban circunstancias impublicables entonces. Y estoy viendo en Lugo a Antonio Fernández Cid pronunciando una conferencia sobre el Requiem de Verdi que Argenta había dirigido a su Nacional en la Plaza Porticada de Santander. Entre los asistentes a aquella intervención del crítico musical de ABC en el paraninfo de la Diputación estaba Bal y Gay, que velaba armas a su Serenata para orquesta de cuerdas.

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Martes. Como soñar no cuesta nada, a uno le gustaría que el próximo 4 de febrero las instituciones lucenses, empezando por la Diputación, se reuniesen en Mondoñedo para celebrar el Día da Árbore, con un gran acto central en la alameda de Os Remedios: una ocasión magnífica para la concienciación ecologista y un homenaje a la ciudad española donde se celebró la primera Fiesta del Árbol.

Muchos antes que nosotros, en el empeño de convertir a Mondoñedo en capital del Día da Árbore ya gastó numerosas energías don Eduardo Lence-Santar, quien no perdía ocasión de recordar cada año aquel 4 de febrero de 1594 en el que al regidor Luaces se le ocurrió la idea de plantar la arboleda de Os Remedios, con banquete y celebración para niños y mayores.

A don Luis de Luaces le caracterizan las crónicas de la época de hombre culto. Y que lo era se demuestra sobradamente con sus varias ordenanzas para la protección de los árboles, entre otras la que prohibía “cortar por el pie” tanto carballos como castiñeiros.

El benemérito regidor Luaces está enterrado en la catedral mindoniense, en la capilla deNuestra Señora la Grande, que dicen también A Inglesa.

En Lugo capital, la celebración del Día del Árbol fue también importante, aunque no antes de los primeros años del siglo pasado. En la Dictadura primorriverista y durante la República se organizaban muchos actos para los escolares: charlas, plantaciones y hasta concursos de lectura y recitado. El recordado veterinario Juan Rof Codina escribió unos versos al árbol, que llegaron a imprimirse y repartirse en los colegios. Hace años, la banda de música, dirigida por Fernández Groba volvió a interpretar el Himno al Árbol. Pudo transcribir la música gracias a que la conservaba en su memoria nuestro recordado amigo Pepe Barreiro, lucense apasionado y castizo.

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Jueves. San Francisco de Sales. Fiesta de los periodistas. En realidad, fiesta de los periodistas… católicos. Un recuerdo para nuestro olvidado paisano y colega Manuel Castro y López, infatigable luchador por la primera Asociación de la Prensa. A Castro y López se debe la única noticia biográfica (que yo sepa) sobre Melchor Fernández, el focense que reunió en su persona tres condiciones envidiables: catedrático de Filosofía, magistral de la catedral de Buenos Aires y conspirador.

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Viernes. No todos los disparates perpetrados contra lápidas callejeras son achacables a la memoria histórica. Los hay que son consecuencia exclusivamente de la ignorancia. Así, se ha quedado fuera del callejero lucense nada menos que el obispo Izquierdo, a quien la ciudad debe, entre otras cosas, su primera traída de aguas.

 

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