Aquí y en París

SON ASUNTOS vidriosos, muy resbaladizos y de difícil precisión. ¿Dónde se sitúa la barrera que delimita la vida reservada y la notoria de los personajes públicos? Aquí y en París (sobre todo, ahora, en París) nunca será factible reglar una conclusión que satisfaga a todos, y más si nos adentramos en el terreno de lo sentimental, acentuado por amoríos secretos. Y peor todavía si afecta a la clase política, cuya valoración está sometida a un doble filtro, el que caprichosamente imponen los electores. Por eso que François Hollande se ha metido en un buen lío, que puede condicionar (o arruinar) su futuro político, a poco que el affaire se desmadre. ¿Tiene derecho a la intimidad? Debiera. ¿Puede alguien condicionar su pasión afectiva? No debiera. Pero es el presidente de la República Francesa y serlo comporta servidumbres de difícil dominio. Y haber recurrido a los tribunales para defender sus derechos es como echar más leña al fuego: contribuye a agrandar el escándalo, que de otra forma posiblemente hubiese tenido bastante menos recorrido.

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