HAN PASADO exactamente cinco siglos y tres décadas desde que, víctima de una traición, el mariscal Pardo de Cela fuese decapitado frente a la catedral de Mondoñedo tras la orden emitida por los reyes castellanos, los católicos Isabel y Fernando.
Fueron 530 años que han dado para mucho, cabezas rodantes que hablan sin que se lo pidan, conversaciones «entretenidas» en momentos inadecuados y puentes que se dedican a ver como pasa el tiempo.
Tiempo suficiente para entender que pisar las calles por donde pasó y ver las vistas que contempló se convierten en un honor cuando su protagonista cayó convertido en mito.