Al borde del precipicio

FUE UNA SEMANA cargada de tensión y vértigo ante el mismísimo precipicio. Adjetivos todos ellos con que titularon los medios más rigurosos y serios de Europa. Este julio gris y con temperatura media a la baja está dominado por la incertidumbre económica y financiera. Y por las malas previsiones. La incertidumbre continúa al cierre de esta semana, aunque algo parece aclarado: o se toma ya la decisión de avanzar o el retroceso en el proceso de la Unión Europea es inevitable. Claro que para adoptar medidas es necesario un mínimo acuerdo sobre las mismas. Primero es necesario que se diagnostique acertadamente al enfermo, tal como hizo esta semana el exprimer ministro británico Brown. Y, a continuación, acordar sobre diferentes alternativas de tratamiento. Hasta ahora parece que se impuso como única medicina el ordeno y mando de los grandes, con una ortodoxia económica que no demostró los aciertos esperados. Los resultados de esta semana de infarto así lo dicen. La opinión pública europea puede tener ya la percepción de que quienes llevan el timón no saben leer la brújula, desconocen los partes metereológicos y no saben interpretar las cartas marinas. A esto hasta ahora sólo se le llamó carencia de liderazgo. Pero es más. En esta opinión pública que no ve horizonte de salida ni se le transmite, empiezan a aflorar viejos males en forma de nacionalismo de estado con irresponsables intercambios de responsabilidades colectivas por lo que sucede. Se detecta en Grecia o en Alemania y también en España o Italia. Es desandar el camino y volver a activar las causas que llevaron a crear la Unión Europea para evitar nuevos males. Es urgente un discurso político creíble que proponga a todos transitar por caminos de austeridad y solidaridad hacia la salida de este laberinto. No debería haber temor en los dirigentes políticos a la propuesta para vivir peor y trabajar más. El miedo que paraliza se alimenta en la desconfianza por el desconcierto.

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