Aire nuevo desde la sencillez

Papa Francisco
El Papa Francisco saluda a los fieles en la plaza de San Marcos (Foto: CLAUDIO PERI)

¿CUÁNTOS CARDENALES electores estarán arrepentidos, solo nueve meses después del cónclave, de haber otorgado su voto a Jorge Mario Bergoglio?, se preguntan tal vez los más impactados por el novedoso discurso y hasta por el singular estilo del Papa Francisco. «Es solo márketing, un pequeño lavado de cara que estaba bastante consensuado ante la deriva de la Iglesia, la pérdida de fieles, pero que se va a quedar en nada», piensan quizá los más escépticos con respecto a la posibilidad de que se produzcan cambios de gran calado.

Solo el paso del tiempo resolverá cualquier duda, aunque es indiscutible que el nuevo pontífice ha logrado, de entrada, atraer la mirada global -no solo del mundo católico- sobre su figura y también sobre una institución cada vez más desconectada de la sociedad. Únicamente él, y posiblemente sus más allegados, conocen el fin último que persigue con su proceder, y hasta dónde pretende llegar. Pero nadie puede negar que es insólito escuchar de la boca de un Papa algunas de las frases proferidas por este peculiar religioso, para regocijo de millones de personas que, en muchos casos, no salen de su asombro.

«La corte vaticana es la lepra del papado», «En la curia hay un lobby gay y también una corriente de corrupción», «La curia solo se ocupa de la Santa Sede, olvidando el mundo que la rodea». Afirmaciones como estas, tan celebradas en la calle y seguro que también entre numerosos sacerdotes de base, son asimismo el pasaporte para una enconada enemistad con toda esta cúpula que se harta de hablarnos de otra vida, pero que a lo largo de la historia ha demostrado lo apegada que está a la terrenal. Muy fuerte y respaldado debe sentirse Francisco para encarar esta batalla frontal contra un colectivo tan poderoso, en busca de una renovación que, según parece, se ha marcado como uno de sus objetivos primordiales. Si a ello le sumamos que también ha puesto el punto de mira sobre el Banco Vaticano -al que ha sometido a una ley de control y transparencia después de los escándalos en los que ha estado inmersa la entidad financiera-, no es difícil imaginar las intrigas y las terribles luchas internas que se estarán produciendo. Quienes ven seriamente amenazado su estatus y su privilegiado modo de vida harán lo imposible por no ser despojados de esas prebendas.

Lleva menos de un año de pontificado, pero este corto periodo está lleno de mensajes que no dejan de sorprender, porque no estamos acostumbrados a que provengan de un Papa. «La crisis es el resultado del capitalismo salvaje», «La Iglesia tiene una obsesión por hablar del aborto, los homosexuales y los anticonceptivos», «El pueblo de Dios necesita pastores, no funcionarios de despacho», «¡Cómo me gustaría tener una Iglesia pobre y para los pobres!». Estas palabras, y tantas otras pronunciadas por él, incluyen una carga de profundidad que llega a los ciudadanos -creyentes y no creyentes- con una nitidez infinitamente superior a la más sesuda disquisición teológica.

Tal vez es algo así lo que pretende Francisco: acercar esta institución a la gente y tratar de recuperar a la multitud de fieles hastiados de esa Iglesia que predica una cosa mientras hace la contraria. Y para ello no sobran sus gestos de austeridad, como renunciar al lujoso apartamento pontificio, cambiar el anillo de oro del pescador por otro de plata o emplear un Renault 4 de hace tres décadas para uso diario. Son una muestra de coherencia con su discurso y con la imagen de humildad que proyecta. Pero hay quien sostiene que Bergoglio actúa de cara a la galería, que es un magnífico vendedor con una estrategia minuciosamente planificada y un grupo de asesores que no deja nada a la improvisación. Las incógnitas quedarán despejadas con las medidas concretas que adopte, porque determinarán la verdadera magnitud de su papado.

Sus primeros pasos parecen indicar que va en serio, que está dispuesto a emprender una transformación profunda cueste lo que cueste. Su antecesor, Benedicto XVI, fue el primer pontífice que renunció en casi seis siglos. No son pocos los que aseguran que se marchó derrotado por un entramado corrupto contra el que ya no se sentía con fuerzas para combatir. Qué importante va a ser la salud para lo que se le viene encima a este argentino tan particular, campechano, futbolero y que incluso trabajó en su juventud como portero de un club nocturno. Es probable que a diario le pida a Dios que se la conserve, o que al menos no la pierda de repente, como le sucedió a Juan Pablo I, que dejó este mundo súbitamente, a los 65 años, con solo un mes como Papa. Casualmente se disponía, dicen, a hacer cambios trascendentales en la curia y a acabar con los negocios vaticanos.

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