Yo, qué quieren ustedes, soy bebedor de vino blanco. Y si hay un momento del día en el que me apetece especialmente un blanco es la deliciosa hora del aperitivo, tanto el que precede a la comida del mediodía como el más sosegado anterior a la cena.
Me encanta, en este por lo general benigno agosto que nos ha tocado este año a los vecinos de Madrid, acercarme a eso de las dos de la tarde a una terraza, sentarme a la sombra y pedir un vino blanco, servido en sus condiciones ideales de temperatura y acompañado de algún picoteo breve.