Adiós, papá

NACÍ PARA Galicia con fórceps, entre poderosas contracciones y sin una mala epidural que llevarme a la columna. Fue en Ourense y, como cuando nació Gila, mi madre tampoco estaba en casa. Tenía 21 años y era un recién licenciado con ganas de todo y más arrogancia que conocimientos. Era el verano del mítico 1992, cuando la autoestima del país dio un vuelco y la Expo y los Juegos Olímpicos nos hincharon el pecho.

Nunca había pisado antes esta tierra. Un hermano adoptivo con una buena agenda de teléfonos me ofreció unas prácticas de tres meses que sonaban a voy, me tomo unas cañas y me vuelvo. El país entero sonaba como el tintineo de un monedero y había donde escoger, lo mismo lugares que trabajos. Un verano pintoresco, pensé, antes de regresar a la confortabilidad de mi norte de riojanos prósperos y vascos bulliciosos como una ráfaga de 9 mm. ¡Qué ignorante!

La Galicia lluviosa de mi imaginario se evaporó según bajé del tren en la caldera ourensana, treinta y muchos grados que te cocían hasta los tópicos. Mi destino era la redacción del diario La Región, donde aprendí mi primera palabra en gallego: Baltar. La segunda fue feira, pero luego ya me fui dando cuenta de que ambas significaban más o menos lo mismo y que el diccionario que más iba a necesitar era el de retranca-castellano/castellano-retranca. Justo el que no estaba editado.

Con tan escasas alforjas fui descubriendo el mundo que me ha dado de comer hasta ahora, el de la información local, cuya principal clave es que lo único más importante que la proximidad es la aproximación. Un principio que explicaba, por ejemplo, el hecho de que el diario local no diera información del Concello, salvo las críticas de la oposición y de los representantes sindicales. El alcalde era socialista, el presidente era Baltar y el periódico, rentable.

Al final aquellos tres meses fueron casi un año que para mí funcionaron como si me hubiera ido de Erasmus, un auténtico máster en política gallega. Cuando llegué a Lugo y me enseñaron una nueva palabra en gallego, Cacharro, ya no tuve que consultar diccionario alguno y hasta estaba en condiciones de añadir dos o tres nuevas acepciones al término.

Las crónicas hablan ahora de la retirada del último cacique, pero el término no alcanza para definir a José Luis Baltar, porque él mismo fue quien de asumir el concepto, portarlo con orgullo y hacerlo evolucionar hasta incluir en su significado tantos matices que la propia palabra cacique ya hace tiempo que se le quedó corta. Alguien no completa en una democracia 22 años consecutivos como virrey si no es porque ha sabido interpretar y colmar el ser más íntimo del votante, si no ha conseguido convertirse en la esencia misma del territorio que regenta. Es algo que no tiene que ver ni con partidos ni con ideologías, sino con la identidad, con los sentimientos. Baltar es Ourense.

A falta de análisis más rigurosos, documentados y probablemente menos condescendientes con votantes y votados, yo creo que Baltar supo comprender que la clave del éxito en Ourense siempre estuvo en el cooperativismo. Al más puro estilo Coren, la firma más exitosa de la provincia vecina, convirtió la Diputación en una cooperativa más. Al contrario de lo comúnmente aceptado, no fue el hombre autoritario que acaparó el poder, sino el vecino cachondo que lo socializó.

Ese fue su gran logro, hacer a tanta gente partícipe de la Diputación que no había alcalde, ni concejal, ni empresario, ni tendero que no la sintiera como suya, que no tuviera un hijo, un primo o un sobrino trabajando allí, que no tuviera el deseo sincero e interesado de que aquello siguiera hacia delante. Antes esto se conocía como clientelismo, pero en estos tiempos de ideologías diluidas bien puede pasar por cooperativismo.

En un último gesto de grandeza y sacrificio, Baltar ha abdicado en su hijo, como los Franqueira en Coren. Yo me voy, ha venido a decir, pero aquí seguiremos preocupándonos por aquello que nos ha hecho grandes, la familia.

Cómo hemos cambiado desde aquel verano del 92, no nos conoce ni la madre que nos parió. Quién me iba a decir a mí que hoy mismo estaríamos escribiendo panegíricos sobre Fraga, que el PP estaría gobernado con mayoría absoluta, que el BNG se iba a estar descomponiendo en una interminable noche de cuchillos largos y que en Ourense iba a estar gobernando un tal Baltar. Galicia gira.

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