Existe la sospecha de que no pocas de las multas de tráfico arrancan del afán recaudatorio estatal, con mayor fundamento que el de velar por la seguridad en las carreteras. Puede que sí, pero aún es peor que sean los agentes los que se arroguen atribuciones que no les pertenecen, bien sea por exceso de celo u obsesión patológica de pavonear su uniforme. Algo de eso debió ser la causa de la decena de sanciones impuestas en Poio por girar los conductores la cabeza más de cuarenta y cinco grados. Parece una chuscada, pero tiene pintas de ser un abuso que habrá que corregir y castigar. Conducir y girar la cabeza es a veces necesario e incluso obligatorio. Pero la culpa no la tienen solo quienes se exceden en sus atribuciones sino quienes se lo consienten, y más si el ejecutor de más de la mitad de las denuncias fue el mismo agente y en un lapso de 21 minutos. Número y tiempo podría incluso justificarse, pero si la causa es únicamente el giro de cabeza, el despropósito no es dudoso. Que se dedique a otra cosa.
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