Aberasturi gana el Puro Cora por su trayectoria profesional

El premio Puro Cora que convoca el diario El Progreso recayó este año, en su vigésimo primera edición, en el periodista Andrés Aberasturi (Madrid, 1948). El galardón, que se falló ayer, es un reconocimiento al conjunto de su carrera profesional.

El secretario del jurado y director general de El Progreso, José de Cora, subrayó que en la decisión se tuvo en cuenta «toda una trayectoria profesional marcada por la sensatez, la cordura, el equilibrio», dentro de un recorrido «que pasa por la radio, la televisión y la prensa».

Los restantes miembros del jurado —la presidenta de El Progreso, Blanca García Montenegro; el director del diario, Luis Rodríguez; el director de Luns a Venres, Alfonso Riveiro; el director del Diario de Pontevedra, Pedro Pérez; el director de Comunicación y Márketing, José Manuel Pérez-Bouzada, y el director comercial de El Progreso, José María Álvarez Vilabrille— coincidieron con el secretario en valorar que «su buen hacer coincide con una persona que tiene buena prensa», en el sentido de que «despierta simpatías en el público».

En una situación general con una sociedad «bipolarizada, en la que todo parece que solamente puede ser una cosa o la otra, Aberasturi se mantiene equidistante», indicó el secretario en nombre del jurado. Añadió que «es algo que pueden comprobar los lectores de El Progreso en las columnas que publica en el diario».

Esa visión razonable que ofrece el galardonado cuando se expresa en alguno de los medios en los que colabora hizo que la candidatura fuese acogida con agrado por el jurado. «Fue muy bien aceptada por todos, coincidimos en que merece ser distinguido», remarcó.

Méritos

Andrés Aberasturi se prejubiló hace siete años en RTVE, aunque no ha cesado en su actividad periodística, siendo colaborador permanente tanto en emisoras de radio como en prensa.

Uno de los primeros trabajos de este periodista fue como redactor del diario Pueblo, una labor que empezó a compaginar con Radio Nacional de España (RNE). Al inicio de la década de los 80, RNE le encargó el programa matinal y en 1984 lo trasladó al horario nocturno con ‘El último gato’. En 1989 presentó en la misma emisora el vespertino ‘Al este del Edén’.

Un año más tarde ingresó en Onda Cero con el programa ‘Dos horas de nada’, que recibió el premio Antena de Oro. Un año después el programa se trasladó a la tarde y se convirtió en diario. Aberasturi regresó a Radio Nacional.

En televisión alcanzó popularidad en 1987 como presentador del programa ‘La tarde’. Solicitó la excedencia como trabajador fijo de RTVE y colaboró en los canales autonómicos del País Vasco y Andalucía, antes de incorporarse a la cadena privada Tele 5 en 1990.

En 1992 presentó el espacio ‘Las olimpiadas del corazón’ y la revista semanal Tele 5 ‘¿Dígame?’ En 1993 se convirtió en conductor del espacio ‘En los límites de la realidad’ en Antena 3 TV.

Su carrera es amplia y valiosa, pero Aberasturi bromea con que es un «periodista sin un premio que llevarse a la boca». De hecho, la noticia del Puro Cora le cogió «con sorpresa». «No soy de presentarme a premios. Escribo porque escribo, no para recibir premios; por eso, agradezco este. Aunque no sé si lo merezco», comenta.

Talleres

Otro aspecto que valora es que le llegue de un medio escrito. «Soy de una generación para la que el olor de la verdad es el olor del papel», apunta el galardonado. Añade que puede entender que, «para un chaval que empieza, lo importante es la televisión», pero Aberasturi ve ese medio y la radio «como un entretenimiento». «Me he pasado media vida en talleres y en cierre, pero el periodismo de ruido en la redacción ya no existe», se lamenta.

Su pasión por la profesión no le impide tener asumido que «una columna de un periodista no cambia nada, lo que cambia las cosas un grupo multimedia; mi pasión por el columnismo es inútil».

Como buen periodista, se remite a la actualidad para comentar la reciente destitución de Pedro J. Ramírez como director de El Mundo. Para Andrés Aberasturi, es significativo que «con todo lo que representó, al final, cambió él y no el mundo, y no me refiero al diario». En su caso tiene claro que si opina sobre Siria «la Otan no lo va a leer, y, si lo leyese, le iba a importar un bledo».

Partiendo de esa incredulidad sobre la influencia que puede radiar un articulista, aplica la «coherencia » en su trabajo. «El día en que me muera, me gustaría que se dijese que fui coherente. Puedo escribir cosas que hacen daño o equivocadas, pero no al dictado», sentencia. A cambio de eso, paga «el precio de no tener un chalet con piscina, sino un piso en el que puedo mirarme en el espejo».

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