2014

EL AÑO DEL Señor de 2014 cuyas últimas jornadas vivimos ha sido sin duda pródigo en acontecimientos. En él comenzó un reinado y se han sucedido acontecimientos francamente singulares, en el sentido de no habituales.

No obstante pudiera ser que lo recordemos fundamentalmente porque en el curso del mismo parece haber arraigado en la opinión una actitud ante los partidos políticos que difiere de lo que ha sido una pauta constante desde las primeras elecciones del régimen de 1978, las que tuvieron lugar en marzo de 1979 en las que fueron elegidos los diputados y senadores de la I Legislatura. Puede tener tal calado el cambio operado sin duda, aunque con alcance aún desconocido, que a la postre, si tiene realmente la profundidad que en algunos momentos apunta, conducirá probablemente, antes que después, a una verdadera y real crisis de régimen. ¿Qué otra cosa podrá significar lo afirmado por un líder emergente —lo es ya, aunque se empeñen en sostener lo contrario los instalados en el control del sistema, y que lo es lo ratifica lo mucho que de él se ocupan-— cuando afirma que hay que abrir el candado del 78?

No se ha llegado a la situación actual por ninguna evolución inexorable de los acontecimientos. Estamos aquí porque las situaciones humanas no se pueden petrificar. Solo las pirámides han resistido, y no bien. Ni las murallas de Roma fueron inmunes al paso del tiempo. Lo que valía en 1979 en lo que a organización partidaria se refiere hoy parece no valer. Y es lógico. La comparación entre el sistema de partidos de la Constitución de 1876 y la de 1978 de alguna manera es favorable a aquel. En el régimen de 1876 los partidos eran un grupo en torno a un personaje. En el actual hay agrupaciones potentes que curiosamente se someten a liderazgos intensos ejercidos por sujetos que no pueden ser considerados personajes más que por la significación del liderazgo que ejercen.

No se ha cumplido el requerimiento constitucional de que los partidos tengan un funcionamiento democrático. Los grupúsculos que se hacen con el control viven obsesionados con callar o separar a quienes destacan al margen de su arbitrio. Es pecado salir en la televisión si la dirección no ha sido la que ha decidido que un diputado salga en ella.
Desde que Alfonso Guerra dijera aquello de que «el que se mueva no sale en la foto» ha llovido mucho. Pero los inquietos, y tanto más si su inquietud es creativa y brillante, suelen evolucionar hacia la puerta y salir por ella.

Además, pareciera que es un axioma establecido, ejemplo ha dado de ello el PP, que lo bueno es no debatir en la ocasión en que debiera habitualmente hacerse, concretamente en los congresos de las organizaciones partidarias. No debatir y candidaturas únicas se entiende que es expresión de unidad y fortaleza. Y la riqueza está, salvo excepciones, en el debate y la pugna democrática. Los liderazgos no se pueden no ya discutir ni criticar. Ni tan siquiera pueden ser contrariados con legítimas y lógicas alternativas de opiniones simplemente diferentes. Y la razón, por fin, se ha pretendido que en los caos de contradicción está siempre de parte de quien ejerce el poder en cualquier situación de responsabilidad de gobierno, y que carecen de ella de ordinario, quienes aun siendo representantes populares del mismo partido, no han sido llamados al círculo de elegidos para desempeñar las funciones ejecutivas. Aunque muchos de estos últimos sean meros tecnócratas, o mejor dicho, muchas veces solo pretendidos tecnócratas.

2014 se va dejándonos pues una gran incógnita planteada en su decurso. De cómo reaccionen finalmente los partidos dependerá el desenlace. Pero no hay mucho tiempo para ello, y los meros maquillajes no serán suficientes. Al tiempo. El legado de 2014 en el ámbito de la vida pública es pues una inquietud. Pero eso es la vida. También la vida política.

Amigos lectores de este rincón de las páginas acogedoras de El Progreso y de Diario de Pontevedra. Quisiera expresarles por fin mi deseo de que 2015 sea venturoso para ustedes. Y reiterarles, cuando el año concluye, mi gratitud por la generosidad de leer mis modestas reflexiones, y cómo no, mi simpatía por ello.

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