Daisi Rivera: "Si no hubiera podido venir a Lugo estaría en la caravana a Estados Unidos"

Esta hondureña, que llegó a Galicia en marzo después de que las maras le matasen a un hijo, conoce de primera mano lo que ha llevado a 7.000 personas a emprender una caminata hasta la frontera de México con Estados Unidos

Daisi Rivera. SEBAS SENANDE
photo_camera Daisi Rivera. SEBAS SENANDE

Cuando preguntas a una mujer cuántas veces fueron a buscarla a su casa los que mataron a su hijo, lo último que quieres que te responda es "miles". Solo así entiendes por qué Daisi Rivera Ávila salió de Honduras el uno de marzo con su niña de nueve años de la mano. Para aquel entonces, las maras —grupos de jóvenes criminales— habían asesinado a las últimas tres chicas de su barrio. «Si no hubiera tenido la oportunidad de haber venido para aquí, estaría en esa caravana», dice en referencia a las 7.000 personas de Centroamérica que caminan desde hace diez días para llegar a Estados Unidos. Rivera dice conocer el motor que mueve a esa muchedumbre. Se llama miedo.

"Móntese". Era la única palabra que Daisi escuchaba cuando los criminales de las maras que se llevaron a su hijo pasaban a buscarla. Hasta dos y tres veces al día llegaban para encapucharla, subirla a una camioneta y bajarla un tiempo después en medio de la nada, donde la esperaban para que curara a uno de los suyos. "No me maten", les rogaba ella. "No se preocupe, madre, usted nos sirve de mucho", respondían ellos. Se lleva las dos manos a la cara y no puede evitar llorar, arrepentida de haberlo hecho.

Con 25 años de experiencia como enfermera, Daisi empezó a ser reclamaba por las maras. Quitaba balas, suturaba... "Había trabajado con buenos médicos y había aprendido mucho", puntualiza. Fue en hospitales de Tegucigalpa. Dejó su trabajo en la capital hondureña cuando el Gobierno dejó de pagarles. "Decían que no había dinero y nos quedaban debiendo meses y meses", algo que después ocurrió también en las clínicas privadas. Empezó a ocuparse de pacientes a domicilio. Sus servicios eran vitales en un país desangrado. "Matan a familias completas", susurra, como si pudieran escucharla los que la extorsionaron durante años.

Los adolescentes son presionados para involucrarse en los grupos criminales, robar y vender droga para ellos. "Mamá, me buscan, me amenazan", le confesó su hijo de 19 años. Trató de protegerlo, pagó mientras pudo las cantidades que los chavales le escribían en un papelito. Mientras pudo. "Conseguía siempre el dinero, pero hubo un momento en que ya no podía". Mataron a su hijo. Y a una amiga de su hijo. Y a los hijos de tres vecinos más. Y a una compañera enfermera que curó sin saberlo a los heridos de una mara rival. Cuando todo ocurrió, ella estaba embarazada de la niña con la que ahora ha huido a Lugo. "Lo denuncias, pero eso solo empeora las cosas. Al Gobierno no le interesa", explica con la mirada clavada en un punto al que fue a encontrarse con aquel recuerdo, de hace ya diez años.

La mayoría de las familias de su cuadra, de su barrio, perdió a alguno de sus hijos. "Es horrible vivir cada día con miedo", reconoce. Su hija mayor, que tenía un año más que su hermano cuando lo asesinaron, se fue a los doce meses de ocurrir aquello. "Yo no vuelvo aquí", sentenció. Voló a Madrid con dos amigas que habían sufrido lo mismo que ella y empezó a trabajar para una familia como interna. La enviaron a Lugo para cuidar de un familiar. "Esto le gustó y aquí se quedó", relata la madre, que se reunió aquí con ella el pasado 1 de marzo.

Conseguía siempre el dinero que me pedían los criminales de las maras, pero hubo un momento en el que ya no podía 

"Sé lo que ellos están sintiendo". Al decir eso, por sus ojos pareciera que cruzasen los 7.000 migrantes hondureños, guatemaltecos, nicaragüenses y salvadoreños que atraviesan México. Está segura de saber lo que sienten porque lo descubrió años antes en la mirada de una médico que la atendió. "Eres una mujer sana —le dijo la doctora— ¿Te ocurre algo? ¿Algo en tu casa está mal o...?". Daisi guardó una vez más silencio. Se agarró con las manos el pecho para sofocar el dolor. Entonces la médico reparó en su mirada. Pasó una eternidad hasta que reaccionó: "¿A ti también te van a buscar a casa? ¿Vives, como yo, aterrorizada?". Fue demoledor descubrir que el miedo que había sentido durante años se había instalado en todo el país.

Por eso cree que si no hubiera conseguido venir a Lugo, sería una más en el periplo por Centroamérica. Cuando lo piensa, Daisi guarda un silencio largo, como los 4.000 kilómetros que separan de EE.UU. a la caravana, y concluye: "Esa gente está desesperada. Tienen miedo".

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