Hay un hombre en China que lo manda todo

La Asamblea Popular aprueba la reforma que abre la posibilidad de una presidencia indefinida para Xi Jinping

Carteles con imágenes del presidente chino, Xi Jinping, junto a Mao Tse Tung, son expuestos en un mercado en Pekín.ROMAN PILPEY (Efe)
photo_camera Carteles con imágenes del presidente chino, Xi Jinping, junto a Mao Tse Tung, son expuestos en un mercado en Pekín.ROMAN PILPEY (Efe)

En la China preolímpica, un amigo corresponsal de televisión fue a grabar una entradilla al lugar epítome de lo chino, Tiananmen. Es buena idea que los fondos tengan elementos reconocibles para que el televidente enseguida se sitúe. En Nueva York han de ser los rascacielos; en Beijing, los tejadillos rojos, dragones dorados y la cara rechoncha de Mao. Allí, en medio de una de las plazas más famosas del mundo, el cámara, un veinteañero australiano le preguntó una cosa que luego él repitió durante meses, incrédulo: “¿Quién es el señor del cuadro?”.

Si es que no vienes ya informado de casa, algo que conviene si vas a trabajar en las noticias, parece imposible poner un pie en China y no saber quién es Mao. Mao luce, efectivamente, en el acceso a la Ciudad Prohibida, pero también en los medallones que cuelgan los taxistas en el retrovisor como quien lleva un santo para que le proteja; en todos los billetes salvo la calderilla; en millones de mecheros, camisetas y carteles luciendo el abrigo ondeante, marca de la escultura comunista del país que sea. Mao es ubicuo y ahora también lo es Xi Jinping.

Para mostrar el culto a la personalidad de Xi se pueden tirar de muchas cosas. Cómo una prueba para acceder a la Universidad de Tecnología de Pekín, que hicieron 12.000 personas, incluyó un retrato a carboncillo de memoria de su cara; cómo los escolares recitan sus máximas; cómo se le dedican canciones, tebeos y hasta exposiciones donde se le atribuyen todos los logros chinos o cómo ha vendido millones de copias de su libro El Gobierno de China, pero bastan otras más prosaicas. Por ejemplo, que las tiendas de souvenires caros se han llenado de estatuillas de Xi, ya tantas como las de Mao, o que es capaz de conciliar verdaderas pasiones. Me han pedido silencio para poder escuchar una de sus miles de apariciones televisivas; me han preguntado si no me parece guapo, me han pedido reiteradamente que diga qué se dice de Xi en mi país (sin saber exactamente qué país era ese) y me han contado cómo han recuperado la ilusión gracias a él.

Personas diferentes, ninguna analista político, ni periodista, ni activista ni universitario. De guiarme solo por esas opiniones diría que Xi cae bien a los chinos, de igual forma que diría que Hu Jintao, su predecesor, caía mal, les parecía gris, falto de carisma, poco motivador y permisivo con los corruptos. Quiero decir que creo que, si pudieran votar, le votarían.

No le votarían los millones de afectados por la campaña para limpiar Pekín de todos los indocumentados

Pero si tal cosa sucediera habría también una clara corriente en contra, con grupos muy alejados entre si, de variadísima procedencia e intereses. No le votarían los millones de afectados por la campaña para limpiar Pekín de todos los indocumentados, esa población flotante que llenaba la ciudad cada día para hacer los trabajos que nadie más quería hacer, emigrantes sin papeles en su propio país. Tampoco los afectados por su campaña anticorrupción, la más exigente y amplia de las últimas décadas, que ha dejado damnificados de altísimas esferas, como el poderoso Zhou Yongkang, que fue jefe de seguridad, o Bo Xilai, que fue ministro, pero también una riada de meros aspirantes que tienen la sensación de que Xi ha cambiado las reglas del juego y no podrán comprar fajo a fajo, promesa a promesa, intercambio a intercambio, su camino hacia un gobierno local o regional o, los más ambiciosos, hasta Beijing. Y, desde luego, tampoco lo harían los que creen en el pensamiento libre, prensa libre o, al menos, Internet libre. La censura ha florecido bajo su mandato y lo ha hecho desde el primer momento, cuando poco después de iniciarlo Bloomberg publicó un cálculo de la ingente riqueza de Xi y su familia y la cadena y su web fueron cerradas en China para siempre.

A Xi, presidente de la República Popular de China, de la Comisión Militar Central y secretario general del Partido Comunista de China se le llama 'el presidente de todo' y desde el domingo podrá serlo, además, para siempre. El límite de dos mandatos establecido por Deng Xiaoping para evitar la concentración de poder personal y que alejaba a China de otros regímenes dictatoriales desaparece de la Constitución y no tendrá que dejar el cargo en 2022, como inicialmente estaba previsto.

Los periódicos chinos, incluso los no estatales, han insistido en destacar estos días una obviedad: que pueda hacerlo no quiere decir que vaya a hacerlo. Se olvidan de que no tendría sentido el cambio, y todo su runrún, si no fuera a hacer uso de él. Es verdad que el poder en China no reside en el presidente del país sino en el secretario general del partido. Lo es aún más si el presidente, al contrario de lo que hizo Hu, acerca Gobierno y partido y los trenza tan apretados que parecen moverse juntos, como cuando Peter Pan cosía su sombra para que continuase siguiéndole a todas partes. También es verdad que Xi podría ser secretario general sin ser presidente, como lo fue brevemente Jian Zemin, y que podría manejar los hilos del país incluso sin ser ninguna de las dos cosas, como le ocurrió a Deng, pero Xi no cree en un Gobierno que no esté bajo el partido
Tras su llegada al poder en 2012, dejó claras sus intenciones. En un discurso interno que acabó trascendiendo, Xi pidió a los suyos que recordaran por qué se había desintegrado la Unión Soviética.

Al final, todo lo que hizo falta fue una palabra de Gorbachov declarando la disolución del Patido Comunista Soviético y un gran partido desapareció. Al final, nadie fue un hombre de verdad, nadie salió a resistir”, dijo. Poco después creó equipos destinados a hacer el mismo trabajo que hacen muchas otras agencias estatales, pero en la sombra. El partido hace la competencia al Gobierno y llega a donde este no es capaz. La extrema censura de Internet es fruto de uno de esos equipos, que han hecho a algunas agencias tan innecesarias que la jornada de este lunes también sirve para hacerlas desaparecer, un ejemplo de quién manda ahí.

No hay duda de que Xi quiere que el partido sea fuerte, unido, concentrado. Aunque no hay límites para ocupar la secretaría general, hay una regla no escrita que invita a abandonarla una vez se cumplan los 68 años. Xi tiene 64 y, para finales de 2022, cuando acaba su mandato, tendrá 69. Por supuesto, si se puede modificar la Constitución se puede cambiar esa norma oficiosa, pero solo desde dentro. Desde el Gobierno alarga su tiempo de gobernar y, desde el partido, su tiempo de ordenar. Uno está ligado a otro y el del domingo es el primer paso para seguir mandando todo, siempre.