Una experiencia para la vida

Tres alumnas del máster de Dirección de Actividades Educativas na Natureza realizaron sus prácticas con un colectivo de refugiados en Grecia, a través del proyecto Landcare

A veces un tropiezo también ayuda a encontrar un camino, como le pasó a la gaditana Marta Fernández (en el centro de la foto), que se matriculó en el máster de Dirección de Actividades Educativas na Natureza (Daen), de la facultad de Formación do Profesorado, en septiembre pasado porque no obtuvo plaza en ninguno de los que había solicitado en su Andalucía natal. "Me cambió la vida; me alegro muchísimo de que sucediera así", piensa ahora de ese giro que le hizo trasladarse al norte y que le ha proporcionado experiencias muy intensas, como el programa de voluntariado que la ha llevado a desarrollar un proyecto con refugiados en Samos (Grecia).

La navarra Amaia Sanz (la joven de camiseta roja de la foto) y la estadounidense Colleen Fugate fueron sus compañeras en esta aventura que les ha dado mucha satisfacción y les ha costado también muchas lágrimas. Amaia llegó de Navarra, y Colleen, que es estadounidense, desde Valencia, decididas a cursar este máster único en el panorama español de posgrados, con el que están encantadas.

Trabajaron con quince familias con necesidades especiales alojadas fuera del campo de refugiados de Samos

Desde la primera semana, asegura Marta, han hecho salidas didácticas y la convivencia con compañeros y profesores es excepcional. En una de esas idas y venidas, el profesor Agustín Merino, coordinador del proyecto de voluntariado Landcare, orientado a la recuperación de espacios degradados en el área mediterránea invitó al grupo a sumarse, pero solo estas tres mujeres llevaron adelante todos los trámites. En Semana Santa, y después de participar en un curso en Pisa (Italia), pusieron rumbo a la isla griega de Samos, al Centro de Interpretación Marina y Terrestre de Pythagóreio, denominado así en honor de su ilustre ciudadano Pitágoras.

PROYECTO. En Samos se encontraron con que no había ningún grupo enfocado a la educación, así que propusieron trabajar con los refugiados del campo de la isla samonense, el segundo más grande de Grecia después del de Lesbos. Sin embargo, explica Marta, gestionar los permisos para entrar era un proceso lento que amenazaba con consumir prácticamente el mes de que disponían, así que pidieron hacerlo con un grupo de quince familias de refugiados con necesidades especiales que vivían cerca de su alojamiento, en una residencia de apartamentos. Tuvieron que entrevistarse con funcionarios de la ONU para presentarles su proyecto, que acogieron con entusiasmo. "Les pareció muy bien; nos dijeron que les diéramos una lista de materiales y nos lo trajeron todo", cuenta Marta.

El grupo estaba formado por refugiados de Irak, Siria, Kuwait y Congo, con durísimas historias a cuestas y que las recibieron con los brazos abiertos. Sin embargo, sabiendo que era una relación limitada a unas pocas semanas, Marta, Amaia y Colleen decidieron ceñir las sesiones a dos horas, tres días a la semana.

Trabajaron con la flora y la fauna de la isla, les ayudaron a mejorar su inglés o les enseñaron a nadar, entre otras cosas. "Sobre todo intentamos que disfrutaran", cuenta Marta. Asegura que se desvivían por ser sus anfitriones y las despidieron con una fiesta en la que no faltaron platos y bailes típicos y ojos húmedos. "Nos fuimos con mucha pena", reconoce esta alumna gaditana. "Nos costó llegar aquí. Amaia y yo estuvimos una semana llorando", admite. Ahora siguen en contacto con ellos a través de facebook y hacen videoconferencias cuando el rudimentario servicio de wifi que tienen se lo permite.

Las tres están ahora terminando el trabajo de fin de máster. Colleen tiene una oferta de trabajo para Santiago, Amaia se volverá a Navarra y a Marta le gustaría quedarse en el norte, pero aún no tiene claro qué hará. En Lugo se han sentido muy bien acogidas y la experiencia ha sido tan buena que les gustaría "que el máster durara dos años en lugar de uno", ríe Marta.