Una activista a la intemperie

Cristina Prieto Ledo lleva seis años recordando a los lucenses que entre nosotros viven mujeres con miedo, a las que matan, que no pueden hablar
Cristina Prieto, con una pancarta reivindicativa. VICTORIA ROD´R
photo_camera Cristina Prieto, con una pancarta reivindicativa. VICTORIA ROD´R

CRISTINA NO SE PUEDE quedar quieta. No puede y no puede, es superior a sus fuerzas. Y por eso se la ve en la calle, tendida en la acera, envuelta en sábanas ensangrentadas, portando carteles enormes o quedándose afónica en actos políticos, en juicios, en manifestaciones, en foros y hasta en minutos de silencio. Es de esas activistas. De las que se desgañita precisamente cuando todo el mundo acepta hacer justo lo contrario, de las que se manifiesta sin permiso municipal, de las que afea comportamientos que considera reprochables en público y a gritos, sin esperar a momentos y lugares discretos, de las que molesta. Es, por tanto, una activista efectiva, que logra su objetivo. La gente se queda con su cara. Ella espera que también con su mensaje, el de que a nuestro lado, entre nosotras, cerquísima, hay mujeres que viven con miedo, a las que matan sin que haya mecanismos eficaces para protegerlas. "Se de 300 persoas que pasan, unha vaise coa idea e a fala na casa, xa serviu para algo", dice.

Nacida en una aldea de Xermade hace 48 años, fue una niña que no se quedaba callada, que tenía la terca costumbre de decir lo que le molestaba. Con esos mimbres, nada más cruzar el umbral de la vida adulta, se plantó en Lugo y trabajó en todo: cuidó a niños, cuidó a mayores, fue camarera e hizo encuestas. Si se le pregunta qué fue lo peor dice que todo fue bueno porque esos trabajos de subsistencia suponían "a liberdade".

Hija y hermana de fotógrafos, su padre le enseñó a usar una cámara e hizo prácticas con Juan José a los 16 años. Así que también se dedicó a eso. Durante cuatro años tuvo un estudio de fotografía y, después de hacer un curso de imagen, trabajó como operadora de cámara en las televisiones locales de Monforte y Lugo y, finalmente, en la TVG. Dejó el trabajo por un problema de espalda y lleva años como fotógrafa del Arquivo Histórico Provincial, una labor con muchas ventajas para ella.

Las acciones reivindicativas en solitario son una elección. Le parece el único camino para no cambiar su discurso ni descafeinarlo

Por un lado, le da estabilidad laboral y económica; por otra, le ofrece un horario razonable, algo que todo el mundo necesita pero que una persona diagnosticada con trastorno bipolar, como es su caso, aprecia especialmente. Lleva a tratamiento desde los 20 años y tiene una vida "totalmente normalizada". Saber cuándo entra a trabajar y cuándo sale, algo que en las empresas de comunicación no ocurre, le ayuda en su autocuidado. Finalmente, es un puesto que le proporciona independencia para salir a la calle y movilizarse como quiere, sin tener que responder a las presiones que cree que tendría en la empresa privada.

INICIOS. Su primera acción reivindicativa fue clasiquísima, una pancarta portada el día de Nochebuena que rezaba "Na miña perrecha mando eu". La acompañó su cuñado porque, enseguida le quedó claro, algo de ese tamaño no puede ser llevado por una sola persona. Pero eso era lo que ella quería, la soledad era imprescindible para cumplir con sus requisitos: la autonomía, la independencia y, sobre todas las cosas, la despolitización. No casarse con nadie, no suavizar su discurso, no autocensurarse por amistad o afinidad, criticar a todo el que se lo gane, apoyar a todo el que lo merezca. Y, además, a través de acciones directas, sin esperas, sin coordinarse antes en sucesivas reuniones, sin rebajar o aguar sus reivindicaciones para contentar a otros. Pensarlo y salir a hacerlo.

Hizo un amago inicial de contacto con las asociaciones feministas de la ciudad, pero renunció. La única con la que se identificaba era Velaluz, ya desaparecida, con cuyas integrantes sigue en contacto. Fue con ellas con las que acudió hace poco al juicio por el asesinato de la becerrense Ana Gómez. Todas pidieron días libres en el trabajo para acudir porque, esto no sorprenderá a nadie, el activismo exige dedicación. "Os meus días son para iso", dice.

Acudió a la última sesión municipal para respaldar la moción del PP en la que se defiende la inclusión de Lugo en la red VioGen 

También dinero, ojo. Ha echado a perder al menos cuatro megáfonos, un número indefinido de pilas "carísimas" y dispone de más atrezzo que algunas compañías de teatro amateur. Bien es cierto, también, que, como dice su pareja desde hace 23 años, Xurxo, suele volver a casa con menos del que sale. Eso muestra que en la calle le pasa de todo, a veces cosas muy inesperadas.

Quién podía prever que, denunciando los casos de pederastia en la iglesia, con atriles portando carteles con datos, se le acercase un cura salido de la catedral, observase el panorama y le comentase que le vendrían muy bien para la sacristía. "E dinlle un atril e un dos carteis", cuenta ella con naturalidad, como si ese fuera el final lógico de la historia. Otro señor le pidió otro y también se lo llevó. Otra señora, unas rosas negras. "Díxenlle, pero señora que son polas vítimas, que son unhas flores dos chinos pintadas de negro, e díxome, pois por iso", explica.

Durante cuatro años consecutivos, salió a la calle cada vez que mataban a una mujer. Aquellos fueron días de mucha intemperie, de reivindicaciones cada vez más imaginativas y de recurrentes miradas. "Hai que telo moi claro e sentilo, senón enfrontarse a todas as olladas non é doado", dice. Ella lo tiene, aunque ha tenido que escuchar cosas delirantes. "Unha señora díxome unha vez: Que vergoña o que fas, se nos matan, que nos maten, que de algo hai que morrer", cuenta.

TERRORISMO. Cree que la violencia machista no es violencia sino terrorismo, que si fueran hombres los asesinados las calles estarían llenas de tanques y que si la sociedad no pensara que esas cosas les pasan siempre a los otros la solución ya habría llegado. "Ana Gómez suplicou axuda e non lla deron", dice Cristina, que es muy crítica con el funcionamiento de la Casa da Muller. Quiere que cambie y quiere que trabaje con eficacia y transparencia.

Ahora ejerce un activismo programado y, por tanto, se prodiga menos. "Aminorei moito", admite. Sus más recientes acciones incluyeron su asistencia al juicio por Ana Gómez y, esta misma semana, al pleno para apoyar la moción del PP que reclamaba que el Ayuntamiento entrase en la red VioGen. No se planteó ni por un momento dejar de respaldar esa cuestión porque hubieran sido los populares quienes la hubieran puesto sobre la mesa. "Sempre apoiarei a quen defenda os nosos dereitos e criticarei a quen non o faga", apunta.

Puede que con menos frecuencia, pero seguirán los lucenses viéndola en la calle. Cristina, que se define como "atea e resiliente", no puede parar. "O importante é a mensaxe, non quen a dá. Fago o que sei facer", señala.