Todos a una para salvar el polígono de O Ceao

En medio del desastre, en O Ceao se multiplicaron los gestos solidarios. Hubo empresarios que se volcaron en ayudar a los que se veían amenazados por las llamas
photo_camera Las llamas, a vista de dron. EP

Con el corazón encogido y el ánimo de salvar todo lo que se pudiera. Así respondió este domingo O Ceao a la amenaza de catástrofe. Se repitieron los gestos de solidaridad, como el que dio Alonso Castro, propietario de Transrápido, que se lanzó a echar una mano para vaciar la nave de frigoríficos.

Al empresario le avisaron poco antes de las ocho de la mañana de que había un incendio impresionante en O Ceao y salió corriendo para su empresa, temiéndose lo peor. Llegó y comprobó que su nave no estaba afectada, pero desde el balcón de la tercera planta vio que el incendio, visto desde arriba, impresionaba. Decidió ir a ayudar, simplemente porque "te pones en el lugar del otro", decía. "No era ninguna broma lo que estaba pasando", advertía Castro.

Decidió ir a prestar su ayuda a la empresa de frigoríficos porque vio que dueños, amigos y trabajadores se afanaban en salvar todo el material posible y que la situación era muy urgente. Pusieron a buen recaudo todo lo posible y lograron sacar muchas bombonas que suponían un riesgo potencial.

Como Castro, a la nave de frigoríficos acudió a ayudar el anterior propietario. Contó que fue a echar una mano porque su padre había fundado la empresa y, aunque la había vendido, le daba "muchísima pena pensar que podía desaparecer" en un incendio.

A O Ceao llegaron muchos empresarios dispuestos a colaborar en lo que pudieran. Fue el caso de José Bouso, que no se vio afectado personalmente pero decía que se estaba viviendo "una desgracia muy grande" y había acudido porque tenía en el polígono muchos amigos afectados. "Hay que estar aquí para lo que haga falta", comentaba.

Varias personas siguen con preocupación la evolución del incendio en O Ceao. SEBAS SENANDE

Como él, muchos otros se personaron para dar su apoyo, aunque fuera moral, a amigos que estaban viendo amenazados proyectos de toda una vida. Y para lo que hiciera falta se presentaron también muchos trabajadores del polígono. Se notó que allí la mayoría son empresas pequeñas y, por tanto, el contacto humano es estrecho con compañeros y jefes. En el polígono, todos a una, parecía ser la consigna.

Muchos trabajadores llegaron incluso con sus hijos y en las distancias cortas se veía que había empresarios preocupados por sus trabajadores, y viceversa.

Esa lucha unida se vio en muchas empresas, donde los trabajadores y empresarios se afanaban en salvar todo el material posible, y en especial los equipos informáticos, auténtico corazón de las compañías, porque custodian toda la información necesaria para poder seguir trabajando.

Ese material se preservó en bastantes empresas que no se vieron afectadas. Y es que el personal decidió actuar para evitar riesgos. Ese trabajo se hizo en medio de una tensión enorme. Las naves de las que se fueron retirando equipos estaban custodiadas por la Policía, que debía desalojar a todo el mundo si se entendía que el peligro se acercaba. Eso hizo que se trabajara a contrarreloj.

Y cuando ese trabajo bajo presión acabó, casi nadie se fue. En el polígono había ayer casi tanta gente como a diario porque todo el mundo parecía querer ver con sus ojos que el polígono se salvaba, que las empresas sobrevivían.

INCERTIDUMBRE. Los trabajadores se unieron para ayudar, pero también para sufrir juntos la incertidumbre que generaba el ver amenazado su futuro. "Igual mañana no tengo un sitio al que ir", decía, desgarrada, una trabajadora de Castro Parga que, a la vez, hablaba con clientes para intentar transmitirles tranquilidad y decirles que su empresa iba a cumplir con ellos.

Algunos se afanaban en esa idea de seguir adelante, de poner el día a los clientes, cuando acababan de ver cómo estallaban delante de sus ojos las ventanas de oficinas que han ocupado durante años.

Fue duro aguantar el tipo para esos trabajadores que vieron cómo desaparecían ante sus ojos las sedes de las empresas a las que han dedicado muchos años, de las que dependen económicamente, sí, pero con las que tienen también un fuerte vínculo emocional. Por eso, el consuelo fue doble cuando se empezaron a repetir los mensajes de que las empresas van a seguir adelante.

En O Ceao todo el mundo se conoce y los gestos de solidaridad trascendían el núcleo de las empresas. Un ejemplo de ello eran Carlos Arias y Dora López, del café Carlos, que ayer no abrían pero no dudaban en ofrecer un café a quien veían aterido y desconsolado por lo que estaba ocurriendo.

Agua para los bomberos. SEBAS SENANDE

Carlos lleva con el café desde mediados de los años 90, así que ha tenido muchos años como clientes a quienes ayer vivían la angustia de ver amenazado su futuro. Tras comprobar que su negocio estaba a salvo, servir cafés se convirtió en su forma de ayudar.

El ejemplo se repetía entre los vecinos de la zona, que fueron los primeros en llamar a los empresarios y trabajadores de empresas de la zona que conocían para alertarles de lo que ocurría.

► Las fotografías que acompañan esta información son de SEBAS SENANDE