"Temos de cinco a oito minutos para asear a cada usuario da residencia"

Personal de geriátricos privados, que mantuvo durante jornadas una huelga que se acaba de desconvocar, denuncia la gran carga de trabajo en un sector aún invisible. No suele llegar a las ratios de la pública, que aun así ve insuficientes.
Una trabajadora de un geriátrico da la mano a una residente. BRAIS LORENZO (EFE)
photo_camera Una trabajadora de un geriátrico da la mano a una residente. BRAIS LORENZO (EFE)

"Da igual se se trata dunha persoa que se manexa ou un gran asistido, temos entre cinco e oito minutos para o aseo de cada usuario da residencia", explica Patricia Núñez, presidenta del comité de empresa de la residencia de Castro de Ribeiras de Lea para ejemplificar lo apurados que están los trabajadores de geriátricos privados, que el día 17 iniciaron una huelga que se acaba de desconvocar. El hecho de que la Xunta estableciese unos servicios mínimos del 100% les ha quitado visibilidad y capacidad de presión, pese a que, insiste, motivos no les faltan.

Después de una pandemia durísima y de una sexta ola muy compleja, el malestar aflora en los sectores que se probaron como esenciales en el confinamiento. "O problema no meu centro é a carga de traballo", explica Berta Porto, de CIG, que trabaja en la residencia de Outeiro de Rei y forma parte también del comité de huelga. "Do malo, as noites son o peor porque estamos tres xerocultoras para os 175 residentes, unha por planta", reconoce.

La actividad es tal que no se para y, a menudo, se prescinde de usar elementos que podrían facilitarla e incrementar la seguridad. "Se tes moi pouco tempo para cada usuario, non movilizas a ningúen coa grúa ou usas a saba deslizante porque iso suma máis tempo", reconoce.

En un sector como este —"feminizado, cun alto porcentaxe de eventualidade e con formacion precaria", según recuerda Núñez— las bajas son frecuentes y encontrar personal para cubrirlas, difícil. A menudo, el sanitario, como enfermeras y auxiliares, acaba por irse a la pública.

Al margen de la subida del IPC real —admitida por la patronal en el preacuerdo que este jueves se decidió aceptar—, una de las reivindicaciones de las trabajadoras es la reducción de horas anuales para equipararse con las residencias públicas, lo que supondría pasar de 1.769 a 1.645 anuales.

Eso implicaría contratar a más personal y mejorar las ratios. La mayoría de centros privados tienen unos peores a los de las públicas —0,20 trabajadores por residente autónomo, 0,35 por dependiente— que ya se estiman bajos. En esos entran todos los trabajadores, desde una psicóloga hasta una animadora, que evidentemente no va a hacer noches. Las gerocultoras piden que se hagan por categorías y, de hecho, coincide con un plan anunciado por la Consellería de Benestar Social para establecer el nuevo modelo de residencia y aún no ejecutado.

Las visitas, aun estando permitidas, siguen muy restringidas, algo de lo que se quejan familiares de muchos de los residentes

VISITAS. En este momento de la pandemia de transición a la normalidad, las residencias pueden abrirse a las visitas de la misma manera en la que lo hicieron siempre. Sin embargo, si bien se permiten, siguen estando restringidas a determinadas horas —en muchos casos una al día o una cada dos días— lo que a juicio de familiares reduce la transparencia y hace más difícil valorar si la atención está siendo correcta.

La pandemia y el aislamiento que trajo consigo está cobrándose un gran peaje entre los ancianos. "Ingresan más que nunca y en peores condiciones que nunca, con más demencias, malnutrición, desorientación y trastornos del sueño. Ocurre tanto en pacientes institucionalizados como los que viven en casa", admite Rocío Malfeito, jefa de Geriatría del Hula.

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