Sonsa, la superabuela de Lugo a la que homenajea un mural por sus años de duro trabajo

Asunción Mouriz Rebolo, una vecina de Albeiros de 78 años, es la protagonista de la nueva obra que Yoseba MP ha pintado en la plaza del Sagrado Corazón como reconocimiento al sacrificio de las mujeres
María Asunción Mouriz, Sonsa, delante del mural. SABELA FREIRE
photo_camera María Asunción Mouriz, Sonsa, delante del mural. SABELA FREIRE

La historia de vida de María Asunción Mouriz Rebolo, conocida en todo Albeiros como Sonsa, es la de una mujer que siempre tuvo una mano tendida para ayudar en todo lo posible a los vecinos que la necesitaron, y otra para agarrar el sacho de la huerta o la vara con la que pastoreaba al ganado.

Ella es la superabuela del mural a gran escala que Joseba Muruzabal (@Yoseba_MP)  ha creado en la Plaza del Sagrado Corazón. La eligieron gracias a una propuesta de su hija, que pedía que se reconociera la larga vida de trabajo de su madre.

La obra quiere homenajear la biografía de una de tantas gallegas que tienen el poder de trabajar su huerta de toda la vida sin descanso a lo largo de los años. Para devolver todo lo que ella dio sin verlo extraordinario ni esperar nada a cambio, el autor ha plasmado a Sonsa con su mandil, agarrada a una berza con la que sobrevuela su propio universo, su huerta y su casa de Albeiros. El autor busca que el tiempo nunca borre lo que sus vecinos no olvidan.

La obra forma parte de Fenómenos gallegos y de la III edición de Culturbán, impulsada por la concejalía de Cultura, que dirige Maite Ferreiro.

Yoseba MP, Sonsa Mouriz junto a su hija María, Maite Ferreiro, Iago Eireos y Felipe Rivas, ante el mural. EP
Yoseba MP, Sonsa Mouriz junto a su hija María, Maite Ferreiro, Iago Eireos y Felipe Rivas, ante el mural. EP

Sonsa trabajó muy duro desde los 12 años, cuando cambió el pupitre por el cuidado de diez vacas, gallinas, conejos, ovejas, cerdos, campos de cultivo de centeno y trigo, y la huerta de su casa, en la que no cabía una nabiza más. Cada día ordeñaba las vacas y cargaba, desde la casa donde nació hasta la plaza de abastos, un cesto en la cabeza de 35 kilos de patatas y dos lecheras, una a cada brazo, con diez litros de leche cada una.

Ella fue la única que se quedó a explotar con su sudor unas tierras que les dejaron sus abuelos porque, asegura, "toda la vida me encantó dedicarme al campo". En su casa nunca encontró ni un ápice de machismo. "A hermanas y hermanos se nos trató toda la vida por igual", cuenta.

Las puertas de la casa de Sonsa siempre estuvieron abiertas a todos, "a ricos, pobres, a los del barrio y a los recién llegados", porque "siempre intenté ayudar a todo el mundo en lo posible", dice. Es una forma de afrontar la vida que le legó su madre. De ella dice que "era buenísima, una santa como mi padre". Sonsa, con toda la carga de trabajo que soportaba, nunca dejó de atender a sus padres cuando no podían valerse por sí mismos ni a los dos hijos que tuvo con Ramón Fernández, jubilado de Telefónica con el que lleva 47 años casada.

"Nunca me pesó trabajar el campo, siempre me gustó mucho. Tengo recuerdos preciosos con la familia que somos en Albeiros"

Al hablar de los mejores recuerdos de toda una vida en Albeiros, donde se siente arropada por todos, dice que el barrio "siempre fue y sigue siendo una familia" y  no puede evitar la emoción. "Solo quiero agradecerles a todos mis vecinos, uno a uno, el cariño de estos 78 años. El mural es también un homenaje a ellos por todo lo que me ayudaron", afirma.

Sonsa es un testigo de la historia de la ciudad y tiene recuerdos "preciosos" de la vida, aunque fuera dura tantas veces. Guarda en su memoria el día que su padre consiguió, por su amistad con el concejal Ramón González, que con los restos de las casas adosadas a la muralla se hicieran los primeros caminos de Albeiros, que antes eran de barro. Y no deja de recordar cómo ella y su hermana, cuando iban al cine, andaban en zuecos para no embarrarse. Solo se ponían los zapatos al llegar a la zona asfaltada.

En su memoria guarda el día que compraron la que fue la primera segadora de Lugo, y lo mucho que les facilitó el trabajo, pero también tantas fiestas de San Lorenzo y hasta historias de sus mascotas, como cuando en una de las tradicionales mallas, que reunía a más de 70 vecinos, volvió uno de los perros de su casa que llevaba veintipico días en paradero desconocido y cómo la reacción del padre del can hizo llorar a todos los presentes por lo humano de aquella inesperada escena.

Ahora, el mural ha sido un regalo que nunca imaginó. "Para mí lo más importante es el cariño de la gente; mucho más que el dinero", confiesa.

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