Sobral se entrega en Lugo para superar la tristeza del confinamiento

El ganador de Eurovisión actuó en el festival de jazz Alma Nuestra tocó un repertorio de bolero cubano
Salvador Sobral, durante el concierto, con Nelson Cascais al fondo. VICTORIA RODRÍGUEZ
photo_camera Salvador Sobral, durante el concierto, con Nelson Cascais al fondo. VICTORIA RODRÍGUEZ

Salvador Sobral canta con las manos. Las recoge, las despliega, las sube, las retuerce, las mece, las convierte en instrumentos. Su concierto de este sábado fue una exhibición de malabares trazados en el aire.

El Salvador Sobral del Festival de Jazz de Lugo se pareció a aquel crío frágil que ganó Eurovisión pegando las manos a su corazón delicado y fijando la mirada en el vacío para tratar de que pasase cuanto antes aquella interpretación antes miles de asistentes que bailaban a su alrededor y agitaban banderas en Kiev, y ante millones de espectadores que se maravillaron de que aquella modesta cancioncilla se hubiese impuesto a los algoritmos para fabricar éxitos.

El público que se encontró en el Círculo de las Artes de Lugo no había ido a moverse con la última danza, ni siquiera a hacerse un selfie con el lisboeta más famoso de la música moderna. Únicamente había ido a escuchar a Salvador Sobral como cantante del cuarteto Alma Nuestra, un proyecto que comparte con el pianista cubano Víctor Zamora para dejar que vuele el maridaje de sus músicas favoritas: el bolero y el jazz.

Eran treinta las personas que pudieron asistir a cada una de las dos sesiones que Alma Nuestra rindió al público de Lugo. La armonía solamente se vio discretamente con las cámaras que grabaron el concierto de las 20.30 horas, como va a ocurrir con todos.

Tuvieron que sentarse en sillas separadas por unos metros, como se estuviesen haciendo un examen de oposición a la Administración de una distopía.

Salvador Sobral quería demostrar que ya no era el muchacho impresionado de Kiev y que la música aporta claridad en las circunstancias más oscuras. Así que situó en lo más alto la caja de bombones que es un repertorio de bolero cubano, desenvolvió el celofán rojo y se entregó para disfrutar y hacer disfrutar.

No dejó de moverse en círculos irregulares en todo el concierto, se adelantaba al micrófono, levantaba el mentón hacia el techo bellísimo del Salón Regio y se ponía de puntillas para enfatizar los sonidos agudos y las pasiones más violentas y amargas.

Cuando Víctor Zamora o el contrabajo de Nelson Cascais o la batería de André Sousa reclamaban su protagonismo con un solo, Sobral se retiraba detrás de la cola del piano o detrás de los altavoces para no distraer a la audiencia con el karaoke sordo de la música de sus compañero ni con sus manos, que non se cansaron de bailar.