Tres siglos del humanista lucense

Juan Francisco de Castro trabajó por los más pobres, contribuyó a crear la Sociedad de Amigos del País de Lugo y dedicó parte de su obra a reflexionar sobre el progreso de la leyes
Ilustración de la figura de Castro y el barrio del Pájaro.EP
photo_camera ILustración de la figura de Castro. EP
Se cumplen tres siglos del nacimiento de Juan Francisco de Castro, intelectual y clérigo que marcó su tiempo y destacó por promover la prosperidad pública y por su labor humanista a favor de los más humildes.

A Castro se le recuerda hoy sobre todo por la calle que lleva su nombre y donde se encuentra la casa en que murió, a un paso de la Praza Maior, pero su estela marcó el devenir de la ciudad.

Estudió Derecho y después hizo la carrera eclesiástica. Fue canónigo del cabildo de Lugo, vicario general y gobernó dos años la diócesis porque el obispo electo de Lugo murió sin haber tomado posesión. Su sepulcro, de hecho, se halla en la catedral.

Pero, como se apuntaba estos días desde la diócesis con motivo de su tercer centenario, donde dejó gran huella dejó Castro fue en la calle, donde se desarrolló su trabajo a favor de los humildes.

Esa labor, a su vez, influyó en el paisaje y la economía de la ciudad, ya que, junto a su hermano Vicente construyó en Lugo el llamado barrio del Pájaro, entre la puerta Falsa y lo que hoy es la avenida de A Coruña. Allí montó una fábrica de teja y cerámica para dar empleo a los vecinos.

En su afán estaba procurar el desarrollo y fue pionero también al estar entre los impulsores de una Sociedad de Amigos del País en Lugo, trayendo así a la ciudad el modelo de sociedades impulsadas por Carlos III que buscaban impulsar el desarrollo.

Pero su trabajo no solo fue teórico impulsando ese tipo de iniciativas y su visión social la plasmo también a través del arcediato de Dozón. Así, la diócesis recordaba estos días que Castro convirtió la casa de Dozón en un taller de costura y zapatería en el que los labradores podían aprender oficios, a la vez que confeccionaban ropa y calzado para indigentes.

En Dozón creó también un comedor para alimentar a los más pobres y además otorgaba dotes a mujeres para proporcionarles casamientos más estables.

La calamitosa situación del campesinado no le era ajena y, como abogado, les ayudaba a evitar pleitos que empeoraran aún más su situación usaran nuevas técnicas de cultivo. Intentó, a la vez, apoyar la producción y la modernización del campo, donando semillas y aperos de labranza a los agricultores necesitados, remarca la diócesis lucense.

Todo ese compromiso fue acompañado de una importante obra teórica, en la que el religioso lucense plasmó su pensamiento. Es el caso de sus "Discursos críticos sobre las leyes", en los que analizaba fenómenos como el de los mayorazgos, que generaban inconvenientes como el freno a la evolución de la agricultura o se convertían en obstáculo para el comercio, según recogía Óscar González Murado en un estudio sobre esa obra realizado para Lucensia.

Entre las costumbres que analiza esa obra "como perjudiciales para el individuo y la sociedad está la luctuosa, que era un tributo que se pagaba a la hora de la muerte, que consistía en la entrega de la mejor pieza de la hacienda familiar", señalaba también González Murado en ese mismo análisis de Lucensia, recuperado ahora por el boletín del obispado.

Juan Francisco de Castro, que se ganó el apelativo de "el Misericordioso" murió a los 70 años.

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