Solo había dos sábados al año, en el siglo XII, en los que los lobos podían andar en el monte sin peligro a que los matasen en una batida o a caer en una trampa o un foso. Estos dos sábados serían los de Pascua y Pentecostés.
La guerra sostenida entre el hombre y el lobo fue declarada oficial en Galicia a comienzos del siglo XII con un decreto dictado por el arzobispo Gelmírez, según da cuenta el profesor de la USC y miembro del Grupo de Investigación de Historia Moderna Hortensio Sobrado Correa, autor del trabajo Los enemigos del campesino. La lucha contra el lobo y otras 'alimañas' nocivas para la agricultura en la Galicia de la Edad Moderna.
Las batidas del siglo XII dieron paso, con el tiempo, a las monterías autorizadas en el siglo XVI por Carlos I y su madre, Juana La Loca. Sin embargo, tanta era la proliferación entonces de lobos, osos y jabalíes en los sembrados y los ganados que Galicia solicitó a las Cortes de Valladolid poder hacer monterías pues los señores eran los únicos que ejercían el monopolio y eso no era suficiente para eliminar los lobos especialmente de las áreas montañosas de Ourense y Lugo.
De hecho, los Expedientes de Hacienda hablan, a finales del siglo XVI, de la abundancia de osos y lobos en Santa Cristina de Ribas de Sil.
'Corre lobos'
La Real Audiencia de Galicia ejercía entonces, en los siglos XVI y XVII, la potestad de "corre lobos", que consistía en repartir dinero para hacer batidas de lobos en las distintas comarcas. Así lo hizo en Viveiro, Lugo y Santiago. Con ese dinero, se sufragarían los gastos de las batidas premiando a cada cazador por las piezas cobradas.
"Los encargados de reunir a los vecinos para llevar a cabo las monterías eran las justicias ordinarias quienes, además, debían supervisar la entrega de los pellejos de los lobos abatidos", afirma Hortensio Sobrado en su investigación.
Esta facultad de la Real Audiencia de Galicia es interrumpida por el Consejo de Castilla, que acusa al órgano gallego de extralimitarse en sus funciones. Sin embargo, los permisos volverían a darse, a los pocos años, desde Galicia por la distancia y el gasto que suponía pedir los permisos a Castilla.
Los daños de los lobos eran notorios en la comarca de Lemos donde las autoridades denunciaban que "además de comer los ganados que están sueltos, comen y matan las gentes". También, en 1587, Domingo de Páramo mata un lobo grande en Chantada, del que se dice "que mataba gente".
Los premios por lobo capturado eran de 8 ducados por adulto y 2, por lobezno.
Entre 1586 y 1591, fueron matados, por este sistema, casi un millar de lobos en la provincia de los que la mayoría eran camadas de cuatro a seis lobeznos capturados en los nidos donde fueron paridos por las madres.
La mayoría de estas capturas de lobos fueron en O Courel, Os Ancares, Navia de Suarna y A Fonsagrada.
En cuanto a los cazadores, había tanto campesinos como monteros profesionales como Juan de Sangiao, montero de don Lope de Taboada, en las tierras de Lemos. Otras veces eran cazadores contratados por los vecinos de una parroquia. También se daba el caso de criados que sustituían a sus amos en las batidas como Bartolomé López, que sirve a Alonso López de Saavedra, y captura cinco lobos grandes en Miraz.
En ocasiones, también participaban miembros del clero en las cacerías como Alonso Méndez, cura de San Xoán de Lastra, que aportó un pellejo de un lobo grande muerto en A Fontaneira.
Montero mayor para toda la vida
Hoces, venenos, fosos, 'cortellos' y 'corridas' por el monte para poder pillarlos
También existían las «corridas» de lobos, que consistían en batir el monte haciendo ruido con todo tipo de objetos para ahuyentar al animal empujándolo a caer en la trampa.