El pasado lunes Héctor Pérez no pudo evitar el impulso que sintió al ver en la TV a una niña de 6 años que se moría en un hospital de Mariupol y decidió que tenía que hacer algo. En Paulo Ribeiro encontró al compañero ideal para ponerse en acción y, así, juntos, cogieron sus coches para viajar de Castroverde a Polonia y traer a España a todos los refugiados que pudieran.
Se fueron ese mismo día y hoy han regresado a Castroverde tras un periplo que han podido seguir a diario a través de este periódico. Con ellos han venido nueve personas pertenecientes a dos familias que, tras comer hoy en la localidad luguesa, partirán a Madrid para reunirse con los parientes que tienen en la capital de España. Eso sí, antes de marchar, los vecinos de la localidad les llevaron en un remolque cajas con ropa y calzado.
"Percibí tristeza y percibí tranquilidad cuando subieron al coche... También alegría, era una montaña de emociones", explica Pérez tras el regreso. Vuelve satisfecho porque ha podido comprobar que, gente como él y Paulo, están siendo muy útiles para muchas familias ucranianas. "Estamos cansados porque fue un viaje largo, pero emotivo y bonito", comentaba, tras reconocer que le han puesto alguna multa: "Alguna foto me han sacado".
Diario de un viaje solidario
El lunes por la mañana, cuando se levantó de la cama, Héctor Pérez, un empresario de Castroverde, no se imaginaba que acabaría el día cogiendo el coche rumbo a la frontera de Polonia con Ucrania. Pero así fue.
A la hora de comer, cuando veía las noticias del Telediario de La Primera, se quedó impactado con unas imágenes que la cadena ya advertía que podrían "herir la sensibilidad". Se trataba de una niña de 6 años que se moría en un quirófano de un hospital de Mariupol, víctima de las heridas causada por uno de los ataques del Ejército ruso.
Héctor no pudo con esas imágenes. Durante toda la tarde le estuvo pensando qué podía hacer él, desde Castroverde, para ayudar a esta gente. Gente que sufre los ataques y gente que huye, casi sin rumbo, de las bombas. A los primeros les sería totalmente imposible ayudarlos. A los segundos, quizás. Y con ese quizás se pasó la tarde, dándole vueltas a la cabeza sobre cómo poder echar una mano con sus propios medios -su coche- y su incombustible fuerza de voluntad. [Sigue leyendo]
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