Las 'manadas' lucenses

"Recuerdo el dolor y su cara; yo no tenía fuerzas, solo quería que acabara, así que me dejé ir"

Una de las víctimas del agresor sexual en serie de Lugo relata su experiencia, indignada porque se dude de que una mujer puede actuar bajo los efectos de un shock en una violación: "Hay cosas que aún no he podido contar a nadie"

Pablo Gay es llevado al juzgado. AEP
photo_camera Pablo Gay es llevado al juzgado. AEP

Como la víctima de La Manada a sus agresores, también lo conoció tomando unos vinos, en un ambiente distendido, nada anormal, nada que sospechar. Solo que aquel "si quieres te acerco a casa en el coche" se convirtió en un viaje al infierno, del que ella todavía no ha podido regresar. Fue en noviembre de 2015, pero Juana (no es su nombre real) sigue sin poder hablar de aquello prácticamente con nadie. Ha accedido a hacerlo ahora con El Progreso porque los últimos acontecimientos y noticias han conseguido que, siquiera por un momento, su rabia sea mayor que su dolor. Tiene la esperanza de que su testimonio ayude a otras y sirva como grano de arena para que algunas cosas comiencen a cambiar.

Juana es la última víctima de Pablo Gay, a quien la Fiscalía acusa de ser el depredador sexual en serie que perpetró más de una decena de ataques a mujeres en Lugo entre 2013 y 2015. Por estos hechos solicita cerca de 33 años de prisión. Fiscalía también considera que Juana es también la única de las víctimas con las que Pablo Gay pudo completar una violación con penetración, el resto quedaron en tentativas y en agresiones sexuales (según el anterior Código Penal). Una violación que al menos permitió detener (gracias a los datos que proporcionó un vecino de la mujer que acudió en su auxilio) a este depredador, al que la Policía incluso había identificado casi seis meses antes y del que hasta había un retrato robot.

No es, sin embargo, un consuelo para ella. Entre otras razones, porque no hay consuelo posible, ni con la detención ni con el encarcelamiento ni con una posible condena en el futuro: "No me alivia nada, ni creo que lo haga una condena. Mi sentimiento no se alivia. Y el tiempo no cura nada. Tienes que seguir adelante, pero el tiempo no cura. Sí tengo épocas en las que estoy más tranquila, pero luego vuelvo a caer otra vez".

"Todos me trataron bien, pero un policía me dijo que mejor que me hubiera pasado a mí que no a una chica de 18 años"

Juana tiembla. Tiembla toda ella, todo el tiempo. Le tiemblan las manos, las piernas, la voz. Cada palabra le duele. Hay recuerdos que ni siquiera se atreve a tener. Hoy tampoco ha podido dormir, y eso que toma tres pastillas solo por la noche, siete cada día. Sigue en tratamiento psiquiátrico, pero la medicación no consigue sacarla de aquel coche, levantarla de aquella acera.

"Muchas cosas aún no las recuerdo con claridad", se discupa, pero sí que empezó a hablar con él "porque llevaba un perro. Yo estaba tomando un vino fuera y se acercó con el perro. Le dije: ‘Qué perro más bonito’; creo que un matrimonio que había al lado también le dijo algo. Hasta me dijo el nombre del perro, que no me acuerdo. Creo que luego vino un chico joven, que era su sobrino, y se llevó el perro. Yo entré a pagar al bar y de repente apareció junto a mí. Estuvimos tomando algo con otros, hablando, pero nada de ligar solo de hablar: de animales, de fútbol, hasta de política".

Al cabo de un rato, ya de noche, "me dijo que me acercaba a casa. Cuando estábamos llegando yo ya le noté algo raro en el coche, sobre todo en cómo me miraba". Cuando se bajó del coche, comenzaron aquellos minutos que todavía no han terminado: "Se me echó encima por detrás y me tiró. Yo en ese momento sí sabía lo que me estaba pasando, pero no me lo podía creer. Solo quería que acabase, así me dejé ir. Recuerdo el dolor, mucho dolor, y su cara por aquí (se señala el hombro izquierdo, donde el violador apoyaba su cabeza). Solo quería que acabara ya, porque no tenía fuerzas. Yo veo que hay otras chicas que reaccionan, pero no sé cómo lo pueden hacer. Yo no tenía fuerzas para nada. Supongo que grité, creo que sí, pero ni me acuerdo. Después solo recuerdo al vecino que vino ayudarme, sentada en la calle. Y luego ir en un coche al hospital, quitarme allí toda la ropa, las pruebas. Recuedo que luego otra vecina me trajo un pantalón al hospital".

"Que no me digan que no se puede quedar una mujer en shock sin poder reaccionar", reprocha al hilo del voto particular de la sentencia de La Manada.

PROCESO TERRIBLE. Aquel día tenía 48 años, pero a veces la madurez tampoco ayuda: "El proceso es terrible. Y no acaba en el momento, luego tienes que ir a hacer más pruebas, las declaraciones. Y la rueda de reconocimiento, verle allí... Al día siguiente, vinieron dos policías a casa. Yo no quería hablar nada, solo quería que me dejaran, pero me dijeron que era necesario, que era un depredador sexual y que llevaban tres años detrás de él. Fueron muy majos, pero uno de ellos me dijo que mejor que me hubiera pasado a mí que a una de 18 años. En ese momento no pensé nada, pero ahora lo pienso y no me lo quito de la cabeza: que elija él si quiere que se lo hagan a su madre o a su hija. Salvo eso, todos me trataron bien".

"Recuerdo sobre todo su cara sobre mi hombro y sus ojos, una mirada... no me la puedo quitar de la cabeza"

No obstante, cree que el protocolo policial sobre agresiones debe cambiar, empezando porque para ella "hubiera sido mucho más fácil hablar con mujeres policías".

Hay que tener en cuenta que aún hoy hay recuerdos que no ha podido compartir con nadie, ni con las forenses, ni con su psicóloga mientras la tuvo ni siquiera con su mejor amiga: "Me gustaría hablar con otras mujeres que hayan pasado por esto, pero no me han ofrecido esa posibilidad, no sé si es posible aquí. Me he adaptado a estar sola, a vivir sola. Me siento muy incómoda con gente. He perdido el contacto con muchas compañeras porque ni les contesto cuando me llaman, no puedo. Y no me gusta hablar con hombres; si estamos con más gente y hay más mujeres, vale, pero no me atrevo ni a cruzar una mirada con ellos. Me da vergüenza salir de casa, no quiero hablar con nadie. Me parece que todos los vecinos saben lo que ha pasado. No creo que lo vaya a superar nunca".

El simple acto de caminar por la calle se convierte en un constante sobresalto a poco que escuche una voz masculina detrás, aunque sea un hombre hablando por el móvil. La situación no cambia ni en el refugio de su hogar: "No me gusta que me venga nadie por detrás, ni en casa, ni mi hijo. Nadie".

Tampoco puede reprimir un sentimiento de culpabilidad. Se dice que el único culpable es ese animal que está prisión, "pero sé que hice mal, que no tenía que haber empezado a hablar con él. Si no le hubiera hablado...", repite, sin dejar de temblar.

A medida que se acerca el juicio se siente más intranquila, desconfía del proceso, de las preguntas, de si lo condenarán o no, de si recordará lo sufiente para contestar. Solo hay algo de lo que no duda: "Recuerdo sobre todo su cara sobre mi hombro y sus ojos, una mirada... no me la puedo quitar de la cabeza. Da igual que se ponga barba, peluca o que adelgace 20 kilos, esos ojos no los podré olvidar".

Y ahora que le diga alguien que sus recuerdos no concuerdan con los hechos juzgados, que una mujer en sus circunstancias no se puede quedar en shock.