El sexo en Roma

"Pero Lucius Aurelius, ¿ya toca orgía otra vez?"

Las relaciones sexuales en grupo no eran tan aceptadas como se dice en las películas y a las mujeres se les daba un rol pasivo

Artículo escrito por Miguel Piñán y Estefanía Otero
Otero Piñán. Médicos y sexólogos

Mosaico con una escena erótica entre un hombre y una mujer hallado en una domus. EP - Interior
photo_camera Mosaico con una escena erótica entre un hombre y una mujer hallado en una domus. EP

Si nos dicen Roma, parece que nuestro imaginario colectivo se va inmediatamente a esta escena: sexo y comida sin control. Y así, no nos costaría poner esta frase en boca de la matrona de la domus, la buena de Aurelia Philematio, que le diría a su esposo Lucius, el pater familias, que ya está bien, que hoy, precisamente hoy, quería ir al teatro de Pompeyo al estreno de la última obra de Petronio. "La verdad, estoy cansada de tanta pasión y desenfreno".

Y sin embargo no parece que esto fuera lo más común. Este mito, forjado durante muchos años en un sinfín de películas, series y libros, y asentado en los posibles excesos de una oligarquía poderosa, no es probable que estuviera muy cerca de la realidad del día a día, en una sociedad, la romana, de la que es imposible generalizar, pues abarca más de un milenio de historia, y un sinfín de culturas y geografías.

Los documentos que nos han llegado tampoco ayudan a aclararnos. Son literatos o cronistas, varones de una élite social, contando sobre todo la vida de los poderosos, y en los que seguro, pesaban fuertes intereses de dependencia económica para hablar mejor o peor, de según quién y cuándo, diera mejor sombra. Es un sesgo que no podemos obviar. Ya no es posible meter una cámara y un micrófono, y preguntar a la plebe, a una mujer prostituta, o a un esclavo, cómo vivían su sexualidad. Los arqueólogos e historiadores, que son los que realmente saben de esto, realizan un trabajo científico impagable, que no deja de crecer al desenterrar nuevos pedazos ocultos de nuestra historia.

Aún así las cosas, parece que sí hay algunos datos aceptados de cómo podían ser las relaciones sexuales por allí. Recordemos que es una sociedad basada económicamente en el esclavismo y donde el matrimonio es sobre todo un contrato, una unión de intereses políticos y económicos. Muy lejos del afecto, de la pasión, del amor. Este matrimonio decidido por varones poderosos, los paters familias, unía mujeres niñas, muchas veces impúberes, con hombres generalmente mayores, rondando la cuarentena. Hombres que solo buscaban en su esposa dos cualidades, su virginidad antes de, y su fertilidad e hijos después. Una esposa de bien no era adecuada para el erotismo o el sexo, ese tipo de pulsiones eran reservadas a esclavos, prostitutas, amantes o concubinas.

Para los romanos no operaban los mismos parámetros de la sexualidad que hoy tenemos en el mundo occidental. La mentalidad romana diferenciaba dos roles sexuales principales. El activo, representado por un varón, por supuesto con pene; y el pasivo, cuyo máximo representante es la mujer, mero receptáculo para él. Ser ciudadano nacido libre, digo ciudadano masculino claro, marcaba el privilegio al placer sexual. Era mi derecho poder penetrar, ya sea una boca (irrumatio), un ano (pedicatio) o una vagina (fututio). Si soy la parte activa, no me resta virilidad, aunque a quién se lo practique pueda ser también un hombre, eso no es significativo.

El sexo marcaba una jerarquía de poder, y podía usarla con cualquiera, mientras eso sí, respetara a hombres y mujeres de mi misma condición social. Pero ojo, siguiendo siempre este patrón de activo, pues era considerado infame dejarme penetrar por otro hombre, y no digamos realizar un cunnilingus a una mujer, en el top de la bajeza sexual. Cuidado con deslizarnos al papel considerado pasivo, el que da placer a su pareja, ¡hasta aquí podríamos llegar! Por ello, pensamos que a pesar del mito, las orgías para este concepto del sexo no debían ser algo muy aceptado socialmente. El sexo en grupo, o symplegmata, como parece que se denominaba, no parece la situación ideal para tener claro que mi papel de activo es lo único que debo de hacer, ¿no les parece?.

Lo del homoerotismo lo dejamos para otra ocasión que luego me riñen porque me enrollo, pero con lo dicho anteriormente podemos inferir que los términos de homo, o hetero o bisexual no se manejaban en estos lares. Lo que hoy denominamos prácticas homosexuales, allí se verían como una dominancia, una penetración de un varón con estatus a otro que no lo tiene. Y lo que de verdad parece hacía petar las cabezas de estos romanos era eso del lesbianismo. La mujer por definición era colocada en el rol pasivo del sexo, y no estaba en su ser ni penetrar nada, ni obtener placer. Entonces ¿qué era eso del amor entre mujeres? Sin duda no entraba en sus esquemas.

Me despido. Un montón de siglos han pasado y el sexo ha cambiado mucho, o quizá no tanto, cada cual que saque sus conclusiones. Lo único cierto es que sin duda es una dimensión fundamental propia que nos acompaña desde que nacemos, sin abandonarnos hasta el final. La sociedad actual, construida entre todos, nos ha dotado de unos derechos humanos y también de unos derechos sexuales que nos permiten disfrutar de nuestra diversidad sexual, en el marco del respeto, del amor y del placer. ¡Tempus fugit!

Comentarios