Historias de Lugo

El lacero y el sereno, dos oficios de los que casi no hay recuerdos

Estos dos oficios pasaron ya a la historia. Laceros y serenos eran empleados municipales que trabajaban en la calle protegiendo a los ciudadanos de los perros callejeros, en el primero de los casos, y de los amigos de lo ajeno, en el segundo.

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photo_camera Avelino Vázquez, lacero municipal, con su bicicleta y el carrito donde transportaba los perros en 1958. EP

Avelino Vázquez Quintela fue el último lacero municipal y con su jubilación, en 1993, desapareció el oficio. Sus herramientas de trabajo eran simples: un palo de hierro con una cuerda enganchada. Lanzaba la cuerda y con el lazo conseguía enganchar el perro a distancia. De ahí el nombre de su oficio, lacero.

Una gorra azul con las iniciales L.M. (lacero municipal) constituía la única seña de identidad de este oficio que, en los primeros años, se ejercía montado sobre una bicicleta que tiraba de un carrito donde se transportaban los perros.

Con el tiempo, dejaron de montar en bici y patrullaban las calles a pie y con un bastón.

«Meu pai collía os cans cunha rapidez tremenda e houbo anécdotas graciosas. Unha vez foi coller unha cadela e tras dela e del iban doce cans máis porque estaba en celo. Así que, sen querelo, levaba trece. E foi con eles polo centro, por diante da Praza de Abastos, ata o antigo campo da feira, onde está a estación de autobuses e onde hai anos había a perreira. Despois foi para a rúa Chantada antes de que se fixese a Protectora, en Muxa», cuenta Andrés Vázquez, hijo de Avelino.

Serenos

El grito de «¡las doce en punto y sereno!», el tintineo de las llaves y el sonido del silbato dejó de oírse en las calles de Lugo hace algo más de 40 años, En 1974, desaparecía el Cuerpo de Serenos de Comercio y Vecindad para ser reconvertidos en vigilantes nocturnos. No sería el único cambio que hubo en la profesión. Entre 1979 y 1983, cuando estaba de alcalde José Novo Freire, los serenos pasaron a ser notificadores municipales cambiando su horario de trabajo de la noche al día, pero manteniendo todavía el contacto con la calle permanentemente.

Manolito, Sordo o Yáñez fueron algunos de esos últimos serenos que hubo en Lugo y que se encargaban de vigilar calles y portales, abrir puertas y reparar el alumbrado público. De hecho, el oficio de sereno data del siglo XVIII y su origen está vinculado al oficio de farolero.

A los serenos se los llamaba haciendo palmas. Vivían de los recibos que cobraban a cada cliente, que podían ser tanto particulares como comercios y pensiones. El horario de trabajo comenzaba a las once de la noche y terminaba a las seis de la mañana. Teolindo López, de O Incio, trabajó en Pontevedra y una de sus funciones era despertar a los clientes de una pensión. También daban la hora e informaban del tiempo meteorológico. De hecho, el nombre de sereno viene de que el cielo solía estar así, sereno. La repetición constante de esta palabra acabó por darle nombre al oficio.

Vicente Rodríguez Quiñoá fue sereno de la Rúa da Raíña hace medio siglo. En una entrevista en El Progreso, se quejaba de que los ingresos eran muy bajos. «Antes percibíamos bastante por las propinas porque rara era la casa en donde alguna familia no salía de noche a pasear o a tomar café o al cine. Ahora, con esto de la televisión, cuando llegamos a las once para cerrar los portales ya está casi todo el mundo en casa», decía.

Los recibos que se pagaban al sereno no eran de una cuantía fija. Vicente Rodríguez cobraba 10 pesetas a cada particular y de 15 a 25, a los comercios, pero también tenía clientes de 2 y 5 pesetas.

Laceros
Evitar el contagio de rabia

Una de las funciones del lacero era la de prevenir contagios de rabia, enfermedad que padecían muchos perros en el Lugo de hace medio siglo.
Mordeduras
Pese a que el trabajo suponía un riesgo para el lacero, su hijo cuenta que Avelino Vázquez nunca fue mordido por ningún perro.

 

Serenos
El coche les restó clientela

El coche restó clientela a los serenos, según contaba Vicente Rodríguez hace 50 años: «Eso de que todo el mundo tenga automóvil nos ha fastidiado. Antes, cuando la gente viajaba en tren, nos pedían que la despertáramos y otras veces venían en el Shanghai (el tren a Barcelona) y había que abrirles la puerta. Ahora, con los coches propios, el que más y el que menos llega antes».

 

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