La gran fiesta que no necesita programa

La principal jornada empezó sin apretones, pero fue ganando afluencia de forma constante a lo largo de las horas hasta la apoteosis de la tarde-noche. El buen tiempo y el gusto por caracterizarse volvieron a ser las claves

Seguir el programa del Arde Lucus, o simplemente intentar llegar a alguna actividad que interese, es imposible sin el librillo en la mano y sin una buena planificación y anticipación. Más de 60 eran las propuestas de ayer, en distintos rincones del casco histórico y aledaños, pero a medida que avanzaba el día más difícil se hacía llegar a los escenarios debido a la gran cantidad de gente que paseaba, charlaba, bebía, se fotografiaba y hasta ligaba en las calles. Una vez en el lugar, la cosa no mejoraba porque seguía siendo difícil hacerse un hueco para ver la actividad o la megafonía fallaba, como fue el caso de las bodas romanas que se celebraron a última hora de la tarde en el templete de la Praza Maior. En compensación, y aunque solo fuera para unos pocos, un intérprete de lengua de signos hacía su labor.

Pero la dificultad de ver los espectáculos, el campamento o los talleres no causa demasiada frustración, porque el Arde Lucus es mucho más que eso. Es vestirse de romano o de castrexo —o de algo que se le parezca— y pasear calle arriba y calle abajo luciendo el atuendo o hacer otro tanto en alguno de los desfiles organizados. Y, sobre todo, es quitarse el traje de invierno y disfrutar de los primeros días de verano. Los estudiantes, ya con el curso acabado y el resto de los ciudadanos, planificando las vacaciones. Para muchos jóvenes y pandillas, el Arde Lucus es también botellón. Del tradicional, con bolsas de supermercado y grandes vasos —a las cinco de la tarde ya se veían esas estampas— o del de terraza y barra de bar.

Los locales de hostelería de la Rúa Nova y calles del entorno registraron desde el mediodía una gran afluencia de clientes y los restaurantes prolongaron la apertura de las cocinas para poder atender a las numerosas pandillas y familias, que en muchos casos tuvieron que esperar hasta tener mesa libre. Aunque, como siempre, hubo quien optó por improvisar picnics. Con vasos de plástico en los jardines de A Constitución o vino en copa al lado de la muralla.

El Arde Lucus ha adquirido ya tal dimensión, que cada año son más los lucenses que optan por poner pies en polvorosa este fin de semana. No solo por la manera en que se llena la ciudad sino porque el programa ofrece muy pocas variaciones y la fiesta está vista. Este año, el buen tiempo también hizo que gente que estaba indecisa optara a última hora irse a la playa. Pero las huidas no se notan porque el Arde Lucus cada vez atrae a más gente de fuera. También se da la paradoja de que, mientras algunos lucenses se marchan, otros que están fuera por estudios o trabajo no se pierden la fiesta.

A muchos autóctonos, el Arde Lucus ya no les impresiona, pero quien aterrice en Lugo un fin de semana como este necesariamente queda impresionado. Seguramente no hay en el mundo una fiesta que suponga semejante transformación de la ciudad. Pandillas, familias al completo, abuelos, bebés de semanas y hasta perros se visten de romanos o de castrexos. Y puede que ganando terreno estos últimos. Este año se ven también bastantes carruajes hechos a medida para transportar a los niños, además de los carritos y patinetes tuneados de siempre. Una de las novedades que más gustó a los pequeños es el rocódromo que Lugo Monumental instaló en Santo Domingo. El tradicional fortín y las máquinas de la Cohors III Lucensium en la Praza Maior es otro de los grandes atractivos de la fiesta, como los herreros de A Constitución.

Aunque uno de los platos estrella de ayer fue el desfile de las asociaciones alrededor de la muralla. Media hora antes, en algunas de las escaleras de acceso al adarve ya había atascos. El espectáculo no defraudó.   
 
 

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