Corría el año 1977 y El Progreso publicaba que el salario mínimo en España acababa de ser subido de 442 a 500 pesetas diarias (es decir, de 2,5 a 3 euros de los de hoy), lo que supondría 15.000 pesetas mensuales (algo menos de 100 euros). Esta subida se correspondería exactamente al coste de la vida, que registraba una inflación del 13,4 por ciento.
Ese era el salario mínimo, el sueldo medio rondaba las 22.000 pesetas (algo más de 120 euros). Recién inaugurada la democracia, solo una de cada seis personas tenía coche. El precio, entonces, de un vehículo de gama media era de 200.000 pesetas (1.200 euros) y de la gasolina —más consumida entonces que el gasoil— era de 24 pesetas el litro (14 céntimos de euro). La televisión llegaba ya, en cambio, a la mayoría de las casas aunque en blanco y negro pues el color no comenzó a generalizarse hasta dos o tres años después, a principios de la década de los 80.
Comprar un televisor pequeño, de solo doce pulgadas, suponía entonces dejarse la mitad del sueldo ya que su coste era de 10.750 pesetas. Un piso en Lugo se acercaba a los dos millones de pesetas (12.000 euros).
Economato. Sin embargo, una parte del presupuesto mensual se lo llevaba la alimentación, como siempre sucedió. En octubre de 1977, se abría Ecogal, el primer economato al que tenían acceso todos los lucenses con tan solo sacar una tarjeta que costaba 185 pesetas al mes, la décima parte del sueldo medio. Previamente, solo existían establecimientos de este tipo para los trabajadores de empresas como Frigsa, que podían acceder a una cesta de la compra más barata a través de la cooperativa. Estaba situado a 200 metros de la antigua Residencia Sanitaria, en la calle de la Salud, número 5.
Este primer economato fue toda una revolución en Lugo ya que también era el primer supermercado grande, autoservicio, que se abría en la ciudad y que ofrecía tanto alimentación como artículos de hogar, de limpieza y de perfumería.
Si los precios de Ecogal eran más baratos que los de los ultramarinos y algunos de los pocos supermercados que existían —como, por ejemplo, el que había en los bajos de la Praza de Abastos—, por lo general el coste de la cesta de la compra entonces nada tenía que ver con el de hoy. De esta forma, un litro de leche costaba 20,95 pesetas (0,12 euros) ; una barra de pan, 9 pesetas (0,05 euros); un kilo de azúcar, 36,95 pesetas (0,22 euros); un kilo de café, 195 pesetas (0,22 euros); un litro de aceite de oliva, 72 pesetas (0,43 euros); una cerveza, 10 pesetas (0,06 euros); un kilo de patatas, 7 pesetas (0,04 euros); un kilo de mejillones, 35 pesetas (0,21 euros); un kilo de queso, 200 pesetas (poco más de 1 euros) y un kilo de naranjas, 37 pesetas (0,22 euros).
Congelados. La oferta de alimentos era, en cambio, todavía muy limitada. Comenzaban a llegar los congeladores a las casas, después de que la nevera ya formase parte del mobiliario de las cocinas, y, consecuentemente, aparecen los primeros alimentos congelados.
En la Plaza de Abastos de Lugo, era una novedad, en septiembre de 1977, la venta de carne congelada que, según informaba El Progreso, tuvo «muy buena acogida entre las amas de casa». El cronista añadía, además, que era fácil vaticinar «que su demanda irá a más porque, según nuestras referencias, es de primera calidad y se despacha bien cortada».
Los precios de estos dos primeros puestos de carne congelada en la Plaza de Abastos eran los siguientes: las costilletas de vacuno, a 170 pesetas, el kilo (1 euro) y el solomillo, a 315 pesetas (2 euros).
Una de las vendedoras tenía la seguridad, entonces, de que los consumidores se la rifarían y añadía: «No faltará restaurante que la cuele por fresca». Por el momento, ya había largas colas de amas de casa para probar la nueva carne.
También se comercializaba ya los filetes de pescado congelados, capturados en alta mar por Pescanova —empresa de uno de los hijos del lucense Antón de Marcos, José Fernández López— desde los años 60 y distribuidos por la empresa, también lucense, Montfrisa, que adquirió entonces un lote inicial de dieciocho vehículos frigoríficos para repartir todo el pescado congelado desde el puerto de Vigo, a donde llegaba, al resto del país.
El yogur Rueda era de Ramiro Rueda
Rueda. Cuando llegaron los yogures a los supermercados, uno de los más consumidos era el Rueda, cuyo envase llevaba un Discóbolo y que fue sacado al mercado por el alcalde lucenses Ramiro Rueda.