Se jubila un hombre, se rompe un paisaje

El presidente de la Sala Penal durante más de dos décadas, Edgar Cloos Fernández, cuelga la toga el día 1. Este viernes recibe el masivo homenaje del mundo judicial y del Derecho de Lugo, al que se han sumado no pocos amigos. Es la despedida a una persona que se ganó el respeto general y se convirtió en la encarnación de la Audiencia Provincial
Edgar Cloos Fernández i. SEBAS SENANDE
photo_camera Edgar Cloos Fernández i. SEBAS SENANDE

No conviene despistarse en este caso, porque si se atiende solo a la unánime ristra de halagos que se recogen cuando se pregunta por Edgar Cloos Fernández, el juez anteriormente conocido como Fernández Cloos, se pudiera pensar que lo que hoy se celebra es su funeral y no su feliz y voluntaria retirada. Por estos pagos solo suele hablarse así de los muertos, y no, él solo cambia la toga de magistrado por el babero de abuelo. De no ser por el inminente nacimiento de la criatura, seguramente los tribunales lucenses seguirían disponiendo de un profesional que reconoce que su trabajo todavía le sigue gustando y divirtiendo.

Edgar Amando Fernández Cloos nació en 1957, como nieto del ingeniero alemán Frederic Wilhem Cloos, Guillermo para los viveirenses que le conocieron como director de la mina de A Silvarosa y para los monfortinos que lo vieron explotar las minas de hierro de Freixo para la Alemania nazi. Amigos han oído comentar a Edgar Cloos, con su sorna característica, que nació en Monforte como podía haber nacido en China, porque fueron los dos destinos que la empresa le dio a elegir a su abuelo. Eligió Monforte y allí le creció al juez el apellido Fernández, herencia de otro Guillermo, que fue alcalde del municipio muchos años y llegó a procurador en Cortes y disputado de distrito.

Hay familia, vamos. Alberto Tobío, secretario jubilado de la Audiencia, recuerda todavía uno de los casos más abultados que andaban rifándose entonces por Lugo: "Eran como cien tomos", explica, "y le ayudé a llevarlos en coche a su casa para que pudiera seguir trabajando. Nadie quería el caso, y en unos cuantos días él ya tenía lista la sentencia. Uno de los otros jueces me dijo: 'Esto es por la parte alemana, esto un español no lo hace'".

Parte de la Audiencia

Cloos Fernández aprobó las oposiciones a juez en 1986. Primero fue destinado a Granollers y luego a Cambados, donde estuvo hasta que en 1989 llegó a Lugo, al juzgado de Primera Instancia e Instrucción 4. Dos años después aterrizó definitivamente en la Audiencia Provincial, primero en la Sección Civil y luego en la Penal, que preside desde 2002. Por las extrañas circunstancias que atraviesa el Poder Judicial, se jubila además como presidente en funciones de la Audiencia.

Por estos pagos solo suele hablarse tan bien de los muertos, y no, él solo cambia la toga de juez por el babero de abuelo

En la sala de vistas del alto tribunal provincial su figura abultada, de pelo fuerte pero prematuramente blanco y gafas gruesas se ha convertido casi en una postal, flanquedado en la mayoría de las ocasiones por sus eternos compañeros José Manuel Varela Prada y María Luisa Sandar, quien es además una de sus personas más cercanas. A ellos se unió después Ana Rosa Pérez Quintana, los tres magistrados que siguen ahora en la Sala Penal.

Un hombre recto

Es Sandar la que recuerda la amistad y el respeto que unía a Cloos con el entonces presidente de la Audiencia Remigio Conde: "Se llevaban muy bien y se respetaban mucho, creo que en gran parte porque ambos eran dos personas de un gran calado intelectual, aunque él es muy poco dado a mostrarlo en público".

Quienes lo conocen destacan su bonhomía personal, su calado intelectual y su solidez jurídica

En esa línea, Sandar no duda en señalar algo en lo que coinciden otras fuentes consultadas, su solidez jurídica, pero resalta un punto más: "Tiene un sentido común espectacular para resolver los conflictos". La fama de recto y jurídicamente consistente está sorprendentemente asentada para un ambiente, el del Derecho, tan propenso a los improperios, algunos incluso por escrito.

Será, es una hipótesis, por el plus de indulgencia que le asegura la otra gran conformidad sobre su figura: "Es, ante todo, una buena persona", destaca Emilio Rodríguez Prieto, abogado y exfiscal, "un hombre honrado y honesto, íntegro, que se comporta bien con todo el mundo". Y eso que, como dice su compañera Sandar, "al principio puede parecer un poco intimidante, pero es porque vive mucho más hacia dentro que hacia fuera".

Persona con facilidad para la risa y la ironía, ama el teatro, es aficionado del Breogán y galleguista

Retranca, la justa

En cualquier caso, parece compensar todo el conjunto con un insospechado sentido del humor de ironía, retranca y sorna a veces incontrolable, una propensión a la diversión que en una ocasión incluso obligó a fiscal y juez a esconder la cabeza debajo de las mesas durante un juicio, según recuerda dicho fiscal que, por motivos evidentes, prefiere no ser nombrado. Tampoco se ha olvidado aquella vez que, en plena vista por la retirada ilegal de multas contra un subdelegado del Gobierno, varios alcaldes, un jefe de Tráfico y hasta un miembro de la curia local, Edgar Cloos suspendió el acto durante unos minutos porque "temos que ir cambiar o papeliño da zona azul, que o Concello senón pásanos as multas ao cobro".

Progresismo galleguista

Con todo, su presencia no dejaba de causar en muchos profesionales desconocedores de esa faceta interna una especie de respeto, en algunos hasta temor, reverencial, como si Cloos no trabajara en la Audiencia, sino que fuera la Audiencia misma. En la misma Praza de Avilés hay una placa que homenajea a aquellos profesionales que pusieron las primeras sentencias en gallego y dieron un impulso definitivo al uso de esta lengua en la Justicia. Edgar Cloos es uno de ellos y nunca ha ocultado un galleguismo militante ni un pensamiento indiscutiblemente progresista, materializado en un trato cercano y respetuoso con todos, especialmente comprensivo con muchos testigos que se veían superados por las circunstancias y la gravedad de las togas.

Presidió la mayor parte de las vistas más duras que pasaron por la Audiencia, incluidas las causas con jurado: "No hay nada que me ponga más en tensión que un juicio con jurado. Y, específicamente, redactar el objeto de veredicto, me crea una inseguridad enorme", reconoció una vez.

Poco amigo de exhibiciones en los medios, tampoco tuvo nunca empacho en criticar un sistema de justicia que ve necesitado de serias reformas. Reformas de calado, más allá de la imprescindible despolitización, como poner límite a los recursos indiscriminados que muchas veces se convierten en un instrumento para entorpecer los procedimientos o sacar directamente de los juzgados asuntos que tienen mucho más que ver con el diálogo y la mediación que con sentencias.

Sopitas y buen vino

Fernández Cloos, ahora Cloos Fernández en un intento de que el apellido de su madre tenga algo más de recorrido familiar, deja los tribunales para centrarse en esa vida familiar. Seguramente encuentre tiempo para retomar sus clases de clarinete, abandonadas con la frustración de la incapacidad, o para volver a unirse a algún grupo de teatro aficionado, otra de sus grandes pasiones. Seguro que podrá disfrutar, o sufrir, las breoganadas de su amado Breogán, y que no abandonará las reuniones periódicas con sus amigos de siempre, porque es, "por encima de todo, un gran amigo de sus amigos", en palabras del abogado Antonio García Rojo.

Quizás hasta pueda cumplir su ilusión de tener una pequeña viña en la Ribeira Sacra, en la que hacer vinos que mejoren con la edad.

Comentarios