Si la infancia es la patria del hombre, la de Cheché Real tiene fronteras en San Roque. Allí, en el número 43 y en casa de la señora Adelaida, su abuela, nació el presidente de los hosteleros lucenses. Su patio de juegos fueron lo que entonces llamaban la ‘acera ancha’, por donde corría feliz con su triciclo azul, y el atrio de la capilla. Si tocaban mayores aventuras con los amigos, Real se lanzaba hacia Ramón Montenegro subido en una carrilana y perseguido por los guardias municipales.
En San Roque vivió hasta los 15 años y, aunque la zona pareciera pequeña, allí se escondía un mundo completo. Recuerda, así, desde el emblemático ciprés del barrio, del que entonces se colgaban los niños, hasta una casa de citas que suscitaba la curiosidad infantil pero que a la vez estaba completamente normalizada en el barrio, sin estigmas.
Y en la memoria perduran las fiestas de la calle, en las que era habitual una peculiar piñata: de unas cuerdas tensadas se colgaban cacharros de barro que se rompían a palos. Podía caer cualquier cosa, desde harina a caramelos, y a Real en una ocasión lo que le cayó encima fue un pollo. Por San Juan lo que tocaba era hacer una fogata y los vecinos la encendían y saltaban en lo que hoy es un pequeño pero asombroso museo que custodia restos romanos.
Hijo de un funcionario municipal que pidió la excedencia para irse a probar suerte en Londres, Real quedó al marchar sus padres al cuidado de la familia y por eso empezó muy pronto a conocer cómo era por dentro un negocio de hostelería. No es, para nada, que él trabajara entonces en el sector, pero sus tíos tenían La Barra y allí iba a comer cada día al salir de clase, en los Maristas.
Aquel era un micromundo casi al pie de la muralla, en el que cuando la abuela no estaba en casa los niños decían que Adelaida iba "dentro de Lugo". Y de aquel cascarón empezó a salir en plena adolescencia, cuando la familia se trasladó a vivir a la Rúa Clérigos y su mundo se amplió.
Pasó a ser un niño que iba ya al instituto y sus andanzas pasaron a tener como escenario también la zona del Parque y de Recatelo, donde además abrió la primera sala de juegos de la ciudad, que era la sensación entre toda la chavalería, rememora.
Toda esa memoria ha quedado grabada a fuego en Real, que se fue de Lugo pero acabó volviendo. Su primera escapada, siendo muy joven aún, fue a Londres, a donde viajó con ambiciones que incluían aprender bien inglés. Vivió allí diez meses, lo pasó muy bien, pero con el idioma no hubo gran avance, porque lo que hizo fueron amigos italianos y con ellos el inglés no valía de mucho.
De Londres saltó a Madrid, donde pasó diez años trabajando en una empresa familiar, participada por uno de sus tíos, que se dedicaba a importaciones y exportaciones. Todo el whisky que entraba en España llegaba a cuenta de la compañía, que operaba en todos los frentes: en el aeropuerto de Madrid, en varios de los principales puertos marítimos del país y en transporte de mercancías por tren y por carretera. Trabajando en ese campo, que le apasionaba, pasó la Transición y en Madrid vivió experiencias tan intensas como votar por primera vez o vivir, y a muy escasa distancia del Congreso, el golpe de Estado del 23-F.
Rememora que vivió los "años dorados" en los que arrancaba la movida madrileña y Malasaña era lo más de lo más. Pero debe de ser porque "la cabra tira al monte", que al final decidió volver a Lugo y establecerse en Guntín, donde su suegro tenía un restaurante. Sin embargo, su lugar en el mundo sigue estando en san Roque, con la infancia.