"Mi hija estaba muerta y la salvé con la primera reanimación de mi vida"

El policía Miguel Castro logró sacar a su hija de 3 años de una larga parada cardiorrespiratoria después de que la pequeña apareciera hundida en la piscina donde aprendía a nadar
El policía nacional Miguel Castro abraza a su hija Valeria, totalmente recuperada. SEBAS SENANDE
photo_camera El policía nacional Miguel Castro abraza a su hija Valeria, totalmente recuperada. SEBAS SENANDE

Son muchas las personas que cuentan con los conocimientos y la formación práctica para reaccionar ante una situación de emergencia. Sin embargo, no es hasta que una de esas personas se enfrenta a una situación real de estrés extremo cuando sabe si tiene el carácter necesario para aplicar esos conocimientos de manera que sean útiles.

Miguel Castro es una de esas personas que demostró tener la templanza necesaria para desplegar su formación previa, y lo hizo en la situación más radical que una persona puede imaginar: con la vida de su propia hija de tres años en juego después de una larga parada cardiorrespiratoria por ahogamiento. 

Este policía nacional de 41 años, que ejerce en la comisaría de Viveiro, reconoce que todavía no ha superado el trauma mientras relata las circunstancias que le llevaron a vivir la situación más terrible de su vida y, unos minutos después, también la más feliz.

Valeria es la mayor de sus dos hijos, una niña "muy autónoma e inquieta" que aprendía a nadar en una piscina privada de la capital lucense. No era el primer año que iba, así que los monitores ya la conocían. En el momento del suceso, relata el padre, había tres para atender a diez niños en una piscina de pequeñas dimensiones que a un adulto apenas le cubre el pecho.

(La representación legal de la Escuela Infantil Lucus Baby, ejerciendo su derecho a réplica, aclara que pese a ubicarse en el mismo inmueble de la piscina a la que hace referencia la noticia, "no tiene ningún tipo de vinculación/convenio con la empresa que gestiona la piscina privada ni pertenece al mismo grupo empresarial", lo que quiere hacer constar a efectos legales).

"Era al principio de la clase", explica, mientras se recuerda  a sí mismo a su esposa y a otros padres mirando desde fuera a través de unas pequeñas ventanas que dejan ver parte del recinto. "Primero están en la piscina pequeña y luego los ponen en el bordillo de la grande para ir poniéndoles los flotadores y las protecciones. En un momento la perdí de vista, porque desde la ventana hay ángulos muertos, pero no me preocupé".

Nada le hacía sospechar entonces el infierno que se iba a abrir a sus ojos instantes después, cuando "vimos a la monitora cargando un cuerpo en brazos. No le vi la cara, pero de repente escucho gritos desesperados: "¡Valeria, Valeria!".

Mientras relata los minutos siguientes, la angustia regresa a su voz: "Arranqué como un fuego, entré en la sala y vi a una monitora con el cuerpo de mi hija en brazos, como si fuera una toalla mojada, colgando inmóvil. Ahí todavía no me había asustado mucho, porque aún no la había cogido ni le había visto la cara a mi hija".

"Mi hija estaba violeta"

Fue cuando él se la arrebató a la monitora de las manos cuando "según la cogí, ya vi que el cuerpo no respondía. Le metí cuatro golpes escapulares y no tuvo ninguna reacción. Le di la vuelta y se me cayó la vida al suelo porque mi hija estaba violeta, ahogada y en parada cardiorrespiratoria. La tumbé, le hice dos insuflaciones y 14 compresiones torácicas; luego voy a insuflarle y me dio la sensación de que algo se movía, así que la incorporé rápido, pero no reaccionaba. La volví a tumbar y le hice otras 15 compresiones torácicas y dos insuflaciones, y a la segunda reaccionó. La levanté y escupió como un moco blanco y agua, y de repente se hizo la magia: empezó a abrir un poco los ojos, que los tenía completamente en blanco, recuperó la conciencia y rompió en llanto. Fue el llanto más tranquilizador que he oído en mi vida".

En ese momento, prosigue el policía, ya pudo hablar con un médico del 061 al que una madre había llamado, ante el que se identificó "como padre y policía y le dije que había practicado una RCP. Me dijo que la pusiera en posición lateral de seguridad mientras llegaba la ambulancia, que apareció enseguida. Ellos la estabilizaron. Por lo que dijeron los de la ambulancia, los de Urgencias y los pediatras del Hula, la rápida intervención no solo salvó a mi hija, sino que evitó que quedara con secuelas". Valeria estuvo ingresada un día, le hicieron un encefalograma y todo estaba bien, lo que permite a su padre afirmar que "nunca había hecho una RCP y la primera ha sido para salvar la vida de mi hija".

REFLEXIONES. Con el paso de los días y hablando con otros padres que presenciaron los hechos, e incluso con los responsables de la piscina, ha llegado a varias conclusiones. La primera, "que mi hija se tiró, porque ella llevaba unas gafas de bucear, que para ella solo es hacer brrrru debajo del agua. Y se tiró sin tener bien puestas las protecciones. Y un niño no es como un adulto, que chapotea y pelea, un niño se hunde. Si no lo ves hundirse, ya no lo ves".

Afirma que en una reunión que tuvo con los responsables del centro infantil le confirmaron que pudo haber un exceso de confianza con su hija, a la que conocían bien y sabían que podían darle más autonomía para aprender a nadar y el monitor no le ajustó tan fuerte la protección. En cuanto la niña se lanzó al agua sin que nadie la viera, esa protección se soltó.

También llama la atención sobre la importancia no solo de la formación, porque dos de los monitores tenían el título de socorristas, sino de la capacidad de reaccionar en situación críticas, como hizo él. Espera, además, que el centro revise sus protocolos de vigilancia y organización.

Mientras, su mujer y él tratan de recuperar la normalidad: "Hemos experimentado la muerte de nuestra hija y su vuelta a la vida sin que parezca que haya pasado nada, porque la niña está bien y alegre. Pero nuestro shock emocional es tremendo, cierro los ojos y solo veo a la niña ahogada", confiesa Miguel.

Un trauma que provoca angustia
La niña no solo no tienen secuelas físicas, sino que parece que tampoco psicológicas porque no muestra miedo al agua, aunque todavía no ha vuelto a la piscina.

No se puede decir lo mismo, sin embargo, de los padres. Miguel castro, de hecho, no descarta tener que acudir al psicólogo. "He quedado traumatizado. Tengo el nivel de alerta en máximos. Se cae y llora y vamos a toda velocidad, no la puedo perder de vista 30 segundos porque me entra una taquicardia".

Angustia nocturna. Como tienen un bebé, "ya la habíamos conseguido pasar a su habitación. Pero ahora soy yo quien necesita dormir a su lado y saber que respira".