"Hacíamos ceremonias atávicas que causaban éxtasis y estupor a Neruda"

Maruja Mallo protagoniza una exposición de 55 obras que se inauguró en el Museo Provincial de Lugo. La muestra incluye manuscritos en los que opina sobre los intelectuales que conoció
Dos asistentes de la inauguración contemplan 'Guía postal de Lugo'
photo_camera Dos asistentes de la inauguración contemplan 'Guía postal de Lugo'

Cuando Maruja Mallo volvió a España se sorprendió de que su época, la explosión cultural de los años 20 y 30, había sido aplastada y ocultada por el franquismo. Ella debía de considerar transcendente rehabilitar ese tiempo porque su amistad con Lorca, Dalí, Buñuel o Ramón Gómez de la Serna, o su respeto venerativo por José Ortega y Gasset, eran el tema de conversación que sacaba en toda ocasión y al que volvía en cada oportunidad.

El temor a que se perdiese debió de impulsarla en 1979 a fijar por escrito esas largas reflexiones que acostumbraba a improvisar. Sus reflexiones son la sección más discreta y al tiempo más sorprendente de la exposición ‘Maruja Mallo. Vinte almas’ que se inauguró el jueves en el Museo Provincial. Fueron aportados por Anne Nikinit procedentes del archivo que tenía con su marido, José Vázquez Cereijo.

La exposición fue inaugurada por el presidente de la Deputación, Darío Campos,quien resaltó que se «salda unha débeda histórica cunha das artistas máis importantes que viu nacer esta provincia».

De las 55 obras que se muestran, hay 25 que son de Mallo; mientras que el resto son piezas de sus contemporáneos, como Picasso o Miró, y de cuatro artistas de su Viveiro natal: Montse Rego, Renata Otero, David Catá y Félix Fernández. Este último hizo una «performance sonora», que consistió «nun percorrido pola vida de Maruja Mallo» que estaba integrada por comentarios del artista y la música que sonaba cada momento en los países que recorrió durante su exilio, que comenzó cuando la Guerra Civil convirtió en un escorial la «España sideral» que ella era capaz de visualizar en sus proyecciones de futuro.

La crónica de su época, que ella denomina ‘Aquella hoja dorada... tiempos fértiles de España’, está recogida en siete folios manuscritos que para Mallo son documentos fedatarios de su memoria.

"Maruja Mallo El poeta Paul Eluard quiso comprarme ‘Grajo y excrementos’, pero se disculpó porque ‘no tenía dinero’"

"El escritor Miguel Hernández me confesó que dormía coronado por el arco de un puente cercano"

La artista escribe su percepción de diversas personalidades en letra mayúscula azul, con subrayados en tinta roja. El texto está rigurosamente ordenado y deja un amplio margen en el que hace acotaciones y usa como guion para conducir sus ideas, aunque se nota que su cerebro cabalgaba y su mano caminaba porque las frases son inconexas; a veces, se interrumpen; a veces, se prolongan en referencias siderales hasta perderse en el cosmos de los adjetivos.

Una página está dedicada a su viaje a París para conocer al gran astro del surrealismo, André Bretón, y a su corte celestial, en la que figuraba el poeta Paul Eluard. Cuenta como Breton se siente epatado por ‘Espantapájaros’ y se la compra; la emoción de Eluard hacia ‘Grajo y excrementos’ no es menor, aunque «se disculpó porque ‘il n’y a pas d’argent’» («no tiene dinero»). Entremezclando el español y el francés sin un criterio deducible, asegura que un galerista le ofrece un contrato, que ella rechaza porque tiene la sensación de que España va a vivir años de gloria creativa.

A Miguel Hernández lo conoció «recién llegado de la luminosa Orihuela» y el escritor le confesó que «dormía coronado bajo el arco de un puente cercano». El recuerdo de este amor es tierno. «Fue mi impulso en ‘La religión del trabajo’ y en ‘La sorpresa del trigo’», destaca.

El folio más divertido -el más disparatado, incongruente y más henchido de referencias cósmicas- es el que cuenta la llegada de Pablo Neruda a Madrid. «La muchacha de la Residencia de Estudiantes [Maruja Mallo], La Barraca [Lorca] y los intelectuales [Dalí, Buñuel]» organizan «ceremonias atávicas vestidos como los reyes de la selva: el león, el tigre,... y con máscaras» tropicales. «Pablo deliraba ante este panorama, quedaba paralizado de éxtasis y estupor».

En un almuerzo con el chileno, Federico García Lorca hace que se coja «de la mano con Amparo» y entren en un salón lleno de comensales. Entonces, «Federico gritó: ‘¡Esta bandera nos custiodará algún día!’. Esa profecía se cumplió a corto plazo» ante los «testigos confundidos» de los «océanos Atlántico y Pacífico».

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