La historia de cómo llegó a Lugo Pepito, el loro del parque

Onésimo González cuenta cómo se hizo con el animal en Guinea y lo trasladó a la ciudad
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photo_camera Onésimo González, el guardia que trajo de Guinea el primer loro del parque Rosalía de Castro. A la derecha, con el mono que también vino a Lugo. SABELA FREIRE

Los lucenses que hoy rondan los 60 años quizá se acuerden de Pepito, el loro que estaba en el parque Rosalía de Castro y que parloteaba con muchos de los niños que se acercaban a verlo. Sin embargo, quizás pocos de estos chavales sepan que este loro vino de Guinea Ecuatorial y que quien lo trajo fue un guardia civil lucense, Onésimo González Mateos, que decidió voluntariamente irse en 1961 a la antigua colonia española -reconvertida entonces ya en provincia- para conocer aquellas tierras y ofrecer sus servicios como ATS, función que ya desempeñaba antes en el cuerpo en Santander, donde estaba destinado.

AppleMark"Conmigo, iban unos cuantos amigos. Entonces, estaba soltero y no tenía ningún problema, así que podía ir libremente. Y me animé. Estuve un año en Fernando Poo y, al año siguiente, ya me adentré en el continente africano, me fui a Bata. Fue una experiencia muy interesante. Me ocupaba, entre otras cosas, de llevar a los enfermos al hospital", cuenta.

La historia de Onésimo y el primer loro del parque Rosalía de Castro comienza en tono de broma. Un amigo del guardia civil y concejal de jardines en el Ayuntamiento de Lugo, Zaringa Rodríguez Fernández, le pide que traiga un loro para el parque en cuanto se entera de que Onésimo se marcha para Guinea. El guardia se lo toma como lo que es, a broma. Pero, al final, regresaría a Lugo, dos años después, no solo con un loro sino con dos y un mono a mayores.

"Nunca pensé en traerme para Lugo ni los loros ni el mono pero, allí, en Guinea Ecuatorial era muy fácil hacerse con estos animales. Los loros me los regalaron recién nacidos, sin plumas, y los fui criando. Y el mono, que me habían pedido los chicos de un taller en la Ronda da Muralla, me lo vendieron pero muy barato. No recuerdo exactamente, pero quizás diez pesetas. Al final, decidí traer un loro para que los niños pudiesen verlo en el parque y otro más para mi madre", explica.

Hasta que cogió el barco, los dos loros y el mono tuvieron que compartir casa con Onésimo. No hubo problema. A los loros, les daba plátanos, papayas, semillas... de todo. Aparte de comer, también les enseñó a hablar.

"No daban trabajo. Comen de todo y son muy inteligentes, cogen todo a la primera. Recuerdo que, delante de donde estaba trabajando, paraban las guaguas y el chófer solía tocar un silbato para avisar a los pasajeros cuando se iba. Pues no me quedó más remedio que esconder a Pepito porque, al final, el loro aprendió a reproducir el sonido del silbato y muchas veces era él quien, desde el despacho, daba la orden de marchar a la guagua, con los consiguientes apuros"», indica.

Para venirse a Lugo, Onésimo tuvo que embarcar con su nueva familia a cuestas. Sin embargo, la travesía no fue difícil. Los animales iban enjaulados y, de vez en cuando, soltaba a los loros que se daban un paseo por el barco pero con intención de volver. Eso ocurría a menudo, pero un día no fue así y casi se llevan a Pepito.

"En uno de los puertos en los que atracaba el barco, de camino hacia España, en Nigeria, subieron el embajador y su esposa a tomar algo. Entonces, coincidió que Pepito andaba volando por allí y se puso sobre el hombro de la mujer del embajador. La mujer, lejos de asustarse, se encariñó con el loro y lo quería comprar. El cocinero del barco, que era gallego y me conocía, me avisó rápidamente, así que lo llamé y el loro vino volando hacia mí. Si no fuese por el aviso del cocinero, probablemente Pepito no llegaría a Lugo", recuerda.

El barco arribó al puerto de A Coruña y, desde allí, Onésimo se trasladó a Lugo con los tres animales. Pepito, que tenía ya seis meses, llegó en una jaula al Ayuntamiento, donde fue recibido por el concejal de jardines. El Progreso recogió la noticia y también las declaraciones que hizo entonces, en mayo de 1963, Onésimo González, cuando entregó el animal al Concello. "Este es mi regalo para los niños de Lugo. Cuidadlo, que es un buen ejemplar", dijo.

El loro continuó en Lugo sus clases de castellano -decía la crónica de El Progreso- y fue bautizado, por el propio concejal, como Pepito. Como Onésimo pretendía, el animal se convirtió en un punto de atracción para muchos niños lucenses hasta que las frías temperaturas del invierno lucense se lo llevaron por delante.

"Robaba a la gente que iba al taller"
Además de traerse el loro para los niños de Lugo, Onésimo González también cumplió con otros amigos que le encargaron traerse un mono de la Guinea. No le fue difícil tampoco. "El mono venía en una jaula y viajó sin problema. Lo traje porque una chica de un taller estaba loca por que le trajese un mono y así fue. El animal era muy simpático y cariñoso y recuerdo que hacía muchas travesuras. A veces, robaba a la gente que acudía al taller", recuerda Onésimo.
Fuga
El otro loro que trajo este guardia civil para Lugo se lo dio a su madre. Un día el pájaro escapó, pero Onésimo, con su silbido, consiguió recuperarlo.