La guardiana de las esencias del cocido

AURELIA BLANCO ▶ Propietaria de Mesón de Crecente. El producto casero es la base de su plato estrella, que atrae a cientos de comensales a su casa cada invierno. A sus 83 años aún pela casi 30 kilos de patata al día en la misma cocina que regentó durante décadas.

Aurelia Blanco. XESÚS PONTE
photo_camera Aurelia Blanco. XESÚS PONTE

Cada mañana Aurelia Blanco, de 83 años, se levanta y, en la misma cocina en la que lleva haciendo de comer seis décadas, se sienta y dispone en semicírculo varios elementos básicos para uno de sus quehaceres diarios: una caja, un cesto, otro cesto. Cuchillo en mano, una tras otra, empieza a pelar patatas. Este año no son muy buenas, dice. No tienen un gran tamaño y eso convierte la tarea en más complicada. «Son máis malas de pelar as pequenas. Pero as grandes ás veces parecen huecas por dentro», explica. No queda claro, al final, cuáles convienen más.

Aurelia pela a diario entre 20 y 30 kilos de patatas ella sola. Todas las patatas que se comen en Mesón de Crecente, y son muchas patatas, salen de las manos finas de Aurelia, que es generosa con las pieles y las deja gorditas. Más fácil para ella, más de comer para los animales.

También da de comer a los cerdos, pasea hasta el lavadero los días que hace bueno, y atiende a los periodistas vistiendo unos pantalones que ha empezado a ponerse hace apenas un año y, en general, le parecen "bastante cómodos".

Nacida en Ferreira, Palas de Rei, fue la pequeña de ocho hermanos. Fue su madre, Emereciana, la que le enseñó a cocinar, evidentemente. Dice que era una mujer con recursos en la cocina, acostumbrada a preparar comidas para la familia, pero también para amigos y conocidos, para fiestas y celebraciones, meriendas campestres y toda clase de citas. La cocina era para las chicas de la familia y, antes de ir al colegio, se dejaban las cosas preparadas: la verdura lavada, las ollas al fuego, las patatas peladas. Por lo visto, hay costumbres matutinas, como la de las patatas, que nunca cambian. Uno de sus hermanos, con pericia para la caza, las avisaba a veces: "Vexo tres pombos, preparade a pota". Dicho y hecho.

A los 23 años se casó con Salvador. Dice que no tenía ganas de dejar la soltería, pero su marido sí. Se fue a vivir a Crecente, a una casa de su familia política que data del siglo XIX y que había sido antes una escuela. La cocina sigue teniendo ahora los azulejos azules y amarillos que colocaron sus suegros tras la boda y continua siendo el alma de la casa, el lugar donde bulle la acción. Es la cocina de un mesón que está considerado como uno de los que hay que ir si se quiere comer cocido en Lugo, con 60 comensales los fines de semana y 45 de lunes a viernes. Aunque en otra estancia se conservan los postres, los arcones congeladores y otros electrodomésticos, sigue siendo esa cocina de leña que se enciende día tras día a primera hora y no se apaga hasta la noche el lugar donde se hacen todas las comidas. También donde comen muchos de los que no encuentran acomodo en alguno de los dos comedores y el que prefieren algunos. "Ao quente".

Que Aurelia fue una mujer emprendedora y buena negociante se le nota enseguida. El suyo es un cuento de la lechera que sale bien. En los primeros años de convivencia con su suegra siempre sobraba leche porque las vacas eran generosas. Empezó a hacer quesos y a hacer el trayecto a Lugo para venderlos. Con lo que ganaba, compraba telas para la ropa de la familia y pagaba a una modista para que la confeccionara.

A Crecente llegaban ganaderos a hacer intercambios de ganado. En las Feiras do Quince aquello se abarrotaba. La casa de su suegra era tienda y casa de comidas, lugar de encuentro para reponer fuerzas a mediodía. Aurelia consiguió un caseto en la feria, llevaba lacón y frituras de bacalao y se los quitaban de las manos. Las mujeres que vendían huevos u otros productos caseros y que no habían tenido suerte ese día se los ofrecían a ella, sabedoras de que tenía con qué pagar. Afinaba tanto el regateo que su suegra consideraba que prácticamente se los habían regalado.

Desde hace más de cuatro décadas, Crecente tiene fama de servir un gran cocido. Aurelia dice que "na capital non se pode comer un bo cocido" y lo hace con tal rotundidad que se le acaba preguntando a qué capital se refiere, no vaya a estar hablando de Madrid. "A Lugo, claro", apunta sobre la ciudad que queda a 20 minutos en coche de su casa y que está, de hecho, en el mismo término municipal. "Os cochos teñen que ser da casa, a verdura da casa..., todo da casa", dice como requisito. Ahí, dice, está la frontera que divide la capital y Crecente, el lugar donde comer cocidos, que mata sesenta cerdos al año. Comen las pieles sustanciosas que les corta Aurelia, con su buena porción de patata, y también las remolachas cultivadas en su finca, que ella ya no puede levantar porque algunas pesan hasta ocho kilos.

Después, todos pasan por las mismas ollas de la misma cocina y se acompañan de las mismas patatas que hoy peló Aurelia. Y que mañana volverá a pelar. Otros 20 kilos largos.

En corto: Un ministro en la familia

Tía de José Blanco.
El que fue ministro de Fomento es sobrino de Aurelia y va cada año con su madre a comer cocido durante las fiestas. Si se le pregunta a Aurelia si envió alguna pota a Madrid cuando Blanco estaba en el Gobierno, enseguida niega con la cabeza y apostilla: "Se quere comer cocido ten que vir a Crecente".

Manuel Fraga.
Dolores Lamas, la nuera de Aurelia que lleva ahora el restaurante, cree que hay más políticos del PP que del PSOE asiduos a las comidas de Mesón de Crecente. Aurelia recuerda a Manuel Fraga, a quien ayudó a colocarse la bufanda de la misma manera que hacía con su padre.

También de China.
La base de la clientela del restaurante son los habituales. Hay quien va todas las semanas, todos los meses, varias veces por temporada o todos los años en una fiesta fija. Desde hace unos años llegan también peregrinos, incluso chinos. "Levámolos á cociña e levantámoslles as tapas das potas", dice Aurelia para explicar cómo soluciona la barrera lingüística.

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