Anabel González: "Hay una especie de obsesión colectiva por el optimismo que afecta a los niños"

Esta psiquiatra del Chuac centra en la atención a las emociones su nuevo libro 'Lo bueno de tener un mal día'
La psiquiatra y psicoterapeuta Anabel González. MIGUEL GARROTE
photo_camera La psiquiatra y psicoterapeuta Anabel González. MIGUEL GARROTE

Ni por exceso ni por defecto. La doctora González defiende en su libro la necesidad de atender las emociones, de cuidarse y de pararse a reconocerlas, un consejo para adultos y para niños.

Defiende que no se deben enterrar emociones, que no desaparecen. ¿Serviría de algo guardarlas temporalmente y sacarlas cuando las podamos analizar?

Sí, si a lo mejor hay una situación crítica que tenemos que resolver y para ello debemos centrarnos en lo que estamos haciendo. Pero debe haber un momento no muy lejano para que nos paremos y nos demos cuenta de qué sentimos, para decirnos 'qué cansado estoy, qué difícil es esto'. La cuestión es que no sigamos tirando para adelante pensando que como pasó el momento está todo resuelto, tiene que haber momentos para que descarguemos, contemos, comuniquemos, hablemos con alguien o por lo menos pararnos a darnos cuenta de cómo estamos.

¿En la actualidad corremos el riesgo de ignorar o de sobreanalizar nuestras emociones?

Hay de todo. Hay personas que se obsesionan y tanto se pueden obsesionar con esto como con cualquier otra cosa y hay el otro extremo, quien nunca se para a notar cómo se siente. Lo lógico es notar las cosas, hablarlas hasta cierto punto, tirar para adelante cuando hay que hacerlo. Cuando nos vamos muy a los extremos entonces perdemos el punto de equilibrio, tanto en lo emocional como en cualquier otra cosa. Hay personas que no hablan de sus emociones jamás. Eso hace que muchas de las cosas que vamos viviendo se nos queden dentro con más facilidad. Estar todo el rato dándole vueltas a cómo nos sentimos no es autoentendernos es obsesionarse.

Y eso retroalimenta la ansiedad...

Sí. A las cosas hay que darles un par de vueltas y eso está bien porque hay que analizarlas, ver distintos puntos de vista... Cuando ya empezamos a girar en círculos todo el rato alrededor del problema o de una emoción es como tener dentro una caja de resonancia que va multiplicando eso que te pasa.

¿Cuál sería el primer paso para atenderlas en condiciones?

Lo primero es fijarse. El sistema que utilizamos con las emociones, todos utilizamos alguno, generalmente lo traemos puesto desde casa. Es lo que aprendimos por ósmosis, en la familia, amigos... Si dejáramos de hacer las cosas que no funcionan ya estaría muy bien. Hace un poco hice una miniencuesta en Twitter y la gente, en un porcentaje muy alto decía que, cuando estaba mal, se convertía en su peor enemigo. Es decir, se boicoteaban. Otro porcentaje alto se abandonaban, se dejaban ir y el menor, se cuidaba. A la mayor parte de la gente lo que hace no le ayuda y darse cuenta de eso es muy importante: si cuando estás mal no te tratas bien, esos estados de ánimo bajos duran mucho más tiempo.

¿Percibe que hay en la sociedad cierta exigencia de alegría, de optimismo poco analítico?

Sí, eso es una especie de obsesión colectiva y afecta especialmente a los niños. Estamos obsesionados con que nuestros hijos estén hiperfelices e hipermegaestimulados y lo que acaban es estando estresadísimos. Es importante con los niños saber acompañarlos si están mal y que puedan tolerar sensaciones negativas. Un niño tiene que poder aburrirse, es parte de la infancia, los hace más creativos y trae muchas cosas buenas.

¿A quién va por dirigido su libro?

Creo que hay dos posibles razones para leerlo. Una es por curiosidad. En el libro vienen, traducidas a lenguaje coloquial, muchas cosas de investigación sobre el cerebro, sobre cómo funciona la regulación de las emociones... Otra puede ser porque a alguien le parezca que la forma de enfrentarse a sus emociones es mejorable y quiero entenderla un poco mejor.