Una escuela de libertad

Adela Figueroa es una mujer poliédrica, que aprendió a abrir puertas en un mundo gris y cerrado
Adela Figueroa, en el Parque. SEBAS SENANDE
photo_camera Adela Figueroa, en el Parque. SEBAS SENANDE

Ironías de la vida, Adela Figueroa aprendió a ser libre en una dictadura. En un Lugo gris, ella empezó a ejercer esa independencia que la define desde que apenas levantaba un palmo. Se recuerda como una niña autónoma, que sin la vigilancia de ningún adulto se llegaba al Parque, donde jugaba al escondite, al corro, al trompo...

Los niños vivían así entonces. Simplemente, unos se cuidaban a otros y no había miedo, rememora. Solo advierte que el lugar al que no se iba era a la muralla, porque sí que había la idea de que allí podía haber peligro.

Pero, en general, los niños podían salir y moverse por la ciudad sin cortapisas y disfrutar de toda su capacidad de exploración. Y, claro, en ese corazón verde de Lugo, donde había hasta pavos reales, los niños podían sentir que eran los dueños de un paraíso.

El Parque sigue siendo un refugio de referencia esta mujer, exprofesora de Ciencias da Terra, ecologista y presidenta de Adega en Lugo, escritora, activista del gallego y del galleguismo y tantas cosas más. Se explica bien su aprecio por ese emblema natural de la ciudad: allí tuvo experiencias felices en la infancia y hasta ahí siempre llevaba a sus alumnos del instituto Lucus Augusti mientras dio clase en Lugo. A mayores, la ambientalista que hay en ella resalta el hecho de que el Parque "non deixa de ser un medio bastante domesticado, pero bastante ben domesticado".

Pero, siendo importante, el Parque es solo uno de los muchos escenarios lucenses en los que se forjó el carácter de Adela Figueroa, que cuenta que, si perdía el transporte, a los seis años iba andando sola al colegio Fingoi, y que con pocos más años se movía con igual libertad hasta la calle Ramón Montenegro, donde era alumna de Don Gregorio. Recuerda que ese maestro que ejercía en Lugo fue el que inspiró la película La lengua de las mariposas y para ella parece haber sido una especie de inspiración, una figura imborrable.

Es más, se diría que para ella es como si Don Gregorio siguiera vivo. Él le enseñó "a circunferencia, o número Pi, Pitágoras, Arquímedes...", rememora, a la vez que remarca que la capacidad de aquel maestro que llegó a Lugo tras ser represaliado era tan asombrosa que ella nunca olvidó lo que él le enseñó, sobre todo las matemáticas.

Quizá aquel maestro, sobre el que esta mujer que también es escritora prepara un libro, fue el primero en ayudar a inclinar la balanza de Adela Figueroa hacia las ciencias, aunque ella dice que fueron también muy importantes varios profesores del instituto: Gabriel Plata Astral, Eliseo Blanco, Luisa Grandío o Isaura Cepeda, a los que pinta como faros en el Lugo triste de la dictadura.

No eran para ella las únicas luces, porque en su casa y en la rebotica de su padre se respiraba el aire galeguista que le sigue dando aliento.

Con esos mimbres y con los paisajes de Lugo grabados a fuego, emprendió viajes vitales que la llevaron primero a Santiago, donde fue alumna de la primera promoción de Biología y, después a Pontevedra, donde viviría durante largos años.

Como alumna de Biología, empezó a estudiar ecología y empezó a "entender as relacións complexas da natureza e da xenética". Fue para ella una lección de cómo funciona el mundo, que la acabaría conduciendo a su compromiso ecológico.

Adela Figueroa estuvo en 1974 en la reunión, en casa de un profesor, que daría lugar al nacimiento de Adega. Ahí sigue, y poniendo un rostro femenino a una causa en la que, como testigo directo, recuerda que hubo siempre mujeres, aunque entonces los que figuraran fueran los hombres.