Historias de Lugo

Episodios del 'Argos Divina'

Quizá sea el libro más antiguo sobre la historia de Lugo que se conserva impreso. El 'Argos Divina', escrito por el canónigo Juan Pallares Gayoso en 1700, cuenta varios episodios de la historia de Lugo y su catedral desde los inicios del cristianismo hasta finales del siglo XVII.

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photo_camera El Argos Divina, que está en el Arquivo Histórico Provincial. EP

El Arquivo Histórico Provincial lo guarda como oro en paño. Allí, en la biblioteca, se conserva el Argos Divina, un libro escrito a finales del siglo XVII por el canónigo de la catedral Juan Pallares y Gayoso, que describe por capítulos la historia de Lugo y de su basílica desde los inicios del cristianismo hasta el siglo XVII. El libro, de más de 600 páginas, aborda por capítulos distintos temas relacionados con la historia de Lugo que Juan Pallares conocía en su época.

Su título completo es ‘Argos Divina Santa María de Lugo de los Ojos Grandes, fundación y grandezas de su iglesia, santos naturales, reliquias y venerables varones de su ciudad y obispado, obispos y arzobispos que en todos imperios la gobernaron’. Argos Divina se imprimió en 1700 en Santiago como obra póstuma de su autor. Estas son algunas de sus historias, que superan ya los 400 años.

Limosna del embajador de un rey hereje inglés en Lugo
En abril de 1666, desembarcó en el puerto de A Coruña el conde Eduardo, embajador extraordinario del rey Carlos II, que gobernaba en Inglaterra, Irlanda y Escocia, y que se dirigía hacia Madrid para visitar al monarca español Carlos II. El conde inglés llegó a Lugo el 9 de mayo de ese año. La ciudad lo hospedó —como dice Juan Pallares— "en una de sus casas" y al día siguiente, entre las siete y las ocho de la mañana, visitó con su hijo la catedral.

El conde entró por la puerta junto a la sacristía, sacó el sombrero y se arrodilló. Salió a asistirlo el sacristán mayor y se quedó prendado del "Santo Cristo sobre la coronación de la reja de la capilla mayor", cuenta Juan Pallares.

Recorrió la basílica visitando el Santísimo Sacramento en el altar mayor, la capilla de San Froilán, las imágenes del coro y la Virgen de los Ojos Grandes. Allí el conde inglés le preguntó al sacristán por su antigüedad y "reparó en el retrato del rey Alonso El Casto, que está a sus pies, resgistrándolo todo con buen semblante", transcribe Juan Pallares.

Una vez allí, el conde Eduardo le dijo al sacristán que quería darle una limosna para el culto de la Virgen

Tan rápida fue su propuesta que, repentinamente, sacó de su bolsillo dos monedas que pesaron dos doblones así como diez reales de oro con la siguiente inscripción: ‘1664, rey de la Gran Bretaña, Francia e Hibernia’.

El donativo fue corto —según relata Juan Pallares— pero, aun así, el sacristán lo recibió con alegría "pareciéndole le diera cédula de católico venerador de Santa María de Lugo", dice el autor de Argos Divina, quien recuerda que fue "dádiva de hereje y enemigo de las sagradas imágenes [dado que el conde inglés sería protestante] y no faltó quien le riñese por haberla recibido de su mano".

Juan Pallares da, finalmente, una explicación de la presencia de este "hereje" en un país católico y dice que los monarcas católicos pueden admitir en sus reinos a los embajadores herejes "por el falso conducto que, por derecho de gentes, les está concedido". Por lo tanto, insiste en que "ni los católicos deben denunciarlos al tribunal de la Santa Inquisición, ni pueden ser castigados si no es en caso de escándalo o que intenten persuadir su falsa secta".

Los once condes que juraron no invadir las tierras del obispo
Otra de las historias de las que se hace eco Juan Pallares en Argos Divina es el  juramento que hicieron once condes de Lugo para "defender y no ofender las tierras y las familias" de la iglesia de Santa María de Lugo y, a su vez, también cuenta la penitencia pública que sufrió el conde Don Sancho por haber violado este juramento.

El juramento afectaba a los condados de Chamoso, Sobrada, Navia, Sarria, Páramo, Pallares, Deza, Doria, Monterroso, Ulloa, Narla, Montenegro y Mera.

Todas estas tierras estaban en manos de once condes, de los que algunos eran realengos (nombrados por el rey) y el resto, por los obispos. En concreto, los realengos eran, en el siglo XI, los condados de Rábade, Sobrada, Chamoso, Pallares, Portomarín, Ferreira, Narla y Ulloa.

En cambio, fueron nombrados por el obispo los de O Páramo, Sarria, Navia, Deza, Doria, Montenegro y Mera.

Se citó a los condes en la iglesia de San Xoán do Campo, perteneciente al condado de Pallares. Allí se hicieron las demarcaciones de los condados y los cotos eclesiásticos y juraron no entrar en las tierras de la iglesia de Santa María.

Sin embargo, un conde de los realengos, Don Sancho, rompió el juramento entrando en el coto de A Retorta donde "con mano poderosa hizo grandes daños", relata Juan Pallares.

Arrepentido, el conde don Sancho entró en la catedral descalzo y se arrodilló ante el altar mayor para hacer un nuevo juramento de no ofender nunca las tierras, los vasallos y la familia de Santa María de Lugo.

El odio árabe por no pagar el Tributo de las Cien Doncellas
Juan Pallares y Gayoso da cuenta también de algunas batallas entre la población lucense y las tropas árabes con la muralla como escenario. En una de ellas, el autor de Argos Divina cuenta que los árabes «batían las murallas con ingenios militares, arrojando los ballesteros saetas [flechas] desde encumbradas torres de madera».

No obstante, la respuesta de los lucenses no se hizo esperar y estos «con católico coraje, de las torres de los cubos de sus murallas se defendían los cercados arrojando
dardos, armas de aquellos siglos (que, hasta el año de 1380, no hubo artillería, ni pólvora)», dice Pallares.

Según el autor, el odio que tenían los árabes a Lugo era grande porque en esta ciudad "se juntó la gente para Covadonga". Pero el odio no solo era para Lugo, sino también para toda Galicia "por no querer sujetarse al Tributo de las Cien Doncellas, concedido por los reyes intrusos de Asturias".

En concreto, este tributo data de la época de Mauregato, en el siglo VIII, un rey asturiano al que subió al trono el emir de Córdoba

A cambio, Abderramán I le exigió a Mauregato un tributo que simbolizase el sometimiento del cristiano a su autoridad: la entrega de cien doncellas vírgenes cada año para renovar el harén del emir o venderlas como esclavas.
 

Los milagros del aceite de la Virgen
Argos Divina también da cuenta del milagroso aceite de la lámpara de la Virgen de los Ojos Grandes.
Gota
El guardián del convento de San Francisco fue curado de gota en 1654 gracias al aceite.
Mal de piedra
Un capitán, desahuciado por el «mal de piedra» (cálculo de riñón) usó el aceite y echó «una piedra muy crecida», dice Pallares.
Duende
Un lucense de más de 50 años era perseguido «por un duende» causándole gran aflicción. Le dio una misa a la Virgen y quedó libre «de persecución tan diabólica».

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