Funerales en Lugo ► "Ahora es muy frío, más triste"

En el cementerio de San Froilán se han oficiado cinco entierros de pacientes con coronavirus
Un entierro celebrado en el cementerio de San Froilán a finales de marzo. AEP
photo_camera Un entierro celebrado en el cementerio de San Froilán a finales de marzo. AEP

Una de las mezquindades de la pandemia del nuevo coronavirus es que los pacientes no solo se mueren en los hospitales sin que sus seres equipos se puedan despedir de ellos —ahora en algunos centros sanitarios sí será posible—, sino que además estos tampoco los pueden velar, ni casi rendirles su último adiós en el camposanto. En una comunidad como la gallega en la que está tan arraigado el culto a la muerte estas restricciones dificultan el proceso emocional del duelo, lo que puede pasar factura a la larga, según advierten los psicólogos.

En el cementerio municipal de San Froilán de Lugo se han celebrado, desde que se declaró el estado de alarma, cinco funerales de pacientes diagnosticados con coronavirus. En uno de esos sepelios la estampa fue todavía más desoladora si cabe porque el fallecido no pudo ir acompañado de ninguno de sus seres más cercanos ya que estaban en cuarentena por la enfermedad.

“Estamos acostumbrados a que los entierros sean multitudinarios. Ahora, con tan pocos acompañantes, es muy frío. La situación puede ser aún más triste. Hubo personas que no se pudieron despedir de los suyos, tuvieran o no coronavirus”, afirma José Manuel Rozas, uno de los tres sepultureros del camposanto de la capital lucense.

José Manuel Rozas explica que tanto los familiares como los sacerdotes suelen acudir ataviados con mascarillas y guantes, aunque el finado no padeciese esta enfermedad. Atribuye esas medidas preventivas a que las personas tienen “miedo” a los efectos de la pandemia.

José Manuel Rozas: "No se nota la diferencia. Ahora tenemos la misma media de entierros que el año pasado por estas fechas"

PUERTAS CERRADAS. El Covid-19 ha condicionado las honras fúnebres. El cementerio municipal de Lugo permanece cerrado. En el horario de atención al público, de 10.00 a 13.30 horas y de 15.30 a 19.00 horas, de lunes a domingo, un operario está pendiente del teléfono por si se pide cita para celebrar un entierro. En el caso de las muertes con coronavirus no se precisa aguardar el plazo de 24 horas. Un fallecido por la mañana puede recibir sepultura ese mismo día por la tarde.

El camposanto solo abre sus puertas para las exequias y los preparativos previos. Este martes no se celebró ningún funeral, el lunes uno y este miércoles en principio, está programado otro. Pese a la reducida actividad que se está registrando por ahora esta semana, mantiene su media de entre uno y dos sepelios diarios, como antes de que se desatase la crisis sanitaria.

“No se nota la diferencia. Más o menos ahora tenemos la misma media de entierros que el año pasado por estas fechas. En Lugo por suerte no se están registrando tantos casos como en otras ciudades”, asegura este joven, que lleva trabajando como sepulturero desde hace casi ocho años.

Los tres enterradores de San Froilán pasan estos días de guardia en sus casas a la espera de recibir la llamada telefónica en la que les comuniquen que se va a celebrar un funeral. Si no, no visitan el camposanto.

MEDIDAS DE PROTECCIÓN. Si el muerto tenía coronavirus se lo advierten con antelación a los sepultureros para que se enfunden los equipos de protección, compuestos por un mono desechable con capucha, gafas, mascarilla con filtro y guantes. El ataúd ya ha sido desinfectado previamente en la funeraria. Si el óbito se ha producido por otra patología, simplemente se cubren las vías respiratorias y las manos.

Antes del sepelio los operarios se encargan de retirar la lápida y de limpiar los nichos, que pueden contener restos óseos. Mientras llevan a cabo esos trabajos previos, el camposanto permanece cerrado.

El momento íntimo en el que los allegados se despiden de su ser querido también suele ser más breve. La familia se retira antes.

Tras el funeral, se deshacen del mono y los guantes y el resto de la ropa la lavan con agua y jabón y echan también mano de geles hidroalcohólicos. José Manuel Rozas considera que disponen de material de protección “suficiente” para la carga de trabajo que están soportando hasta el momento.

Este sepulturero lucense, que vive con sus padres, reconoce que está “preocupado” porque su progenitor tiene un delicado estado de salud.