Historias de Lugo

El rey que se refugió en Lugo

Lugo fue visitado por varios reyes a lo largo de la historia, pero hubo uno que vivió refugiado en la capital lucense, de incógnito, tras ser perseguido en su país. Se trataba de Jacobo III de Inglaterra y VIII de Escocia. Le llamaban, para disimular, el Caballero de Connock.

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photo_camera Isabel II. AEP

Solo unos pocos lucenses sabían en 1719 que un rey inglés y escocés compartía calles, plazas y misas en la catedral con ellos. Estos lucenses eran el alcalde y el personal de servicio. Jacobo III de Inglaterra y VIII de Escocia -también conocido como El Viejo Pretendiente- escogió Lugo para refugiarse de sus enemigos ingleses, que no lo reconocieron como rey a la muerte de su padre por ser católico y no protestante siendo, en cambio, reconocido como tal por Francia, España, los Estados Pontificios y Módena. En su país, pensaban que estaba refugiado en Italia, pero no era así.

En Lugo permaneció tres meses, de abril a julio

El encargo para que ser alojado en la ciudad lo recibió el 14 de abril de 1719 el Ayuntamiento de la mano de Guillermo de Melun, capitán general del Reino de Galicia, quien también daba cuenta al Concello de que un hombre, Roberto Piñeiro de Santa María, pasaría a recibir en O Cebreiro al Caballero de Connock. Le pide al Ayuntamiento que le procure «una casa tan decente que no pueda echar de menos cosa alguna, así de asistencia como de regalo pero que sea sin causar ceremonia, ni que se divulgue la voz entre los naturales», recoge el historiador Adolfo de Abel Vilela en su libro "Personajes reales en Lugo". El Ayuntamiento respondió diciendo que haría lo que pudiese «si bien será dificultoso practicar, con el efecto que desea, el hospedarse por la cortedad del lugar».

No se sabe si se hospedó en el palacio episcopal o en una casa de la calle Clérigos.

Pidió al cabildo que no se tocasen las campanas a la hora de la prima, antes de las ocho de la mañana, dado que lo despertaban. Lo que acabó consintiendo el cabildo

El rey inglés asistió también a alguna misa en la catedral, sentándose, sin dar aviso, en una silla del coro que utilizaban los diputados del Reino de Galicia el día de la ofrenda. El cabildo acordó que se le pusiese almohada, sitial y tapete y «que saliesen cuatro señores a recibirle a la puerta de la iglesia y el más antiguo le diese agua bendita».

La estancia del rey británico en Lugo no acabó bien dado que el alcalde de entonces, José Benito de Prado y Lemos, acabó encarcelado en el castillo de San Antón, en A Coruña

A finales de ese año, los ingleses se vengarían de una rebelión restauradora en Escocia, apoyada por España, tomando Vigo. La expedición británica fue enviada como respuesta a la ayuda española a los jacobitas, los partidarios de Jacobo III.

La embestida cogió a todos desprevenidos y se enviaron para Lugo los papeles del archivo, las alhajas y los caudales de la iglesia, que fueron transportados en once carros. También fue necesario reclutar a hombres. Lugo envió 500 reclutados en Outeiro de Rei, Vilalba y zonas próximas a A Coruña. De Rábade fueron 58, pero la mayor parte no eran capaces «ni para el manejo de las armas ni para el trabajo». Tampoco eran mejores el resto, siendo la mayoría viejos, niños y achacosos, que se presentaban sin armas.

Tras la marcha del rey, aún quedaría otro favor más por pedir al Ayuntamiento por parte del capitán general del Reino de Galicia. Sería la acogida en la ciudad de «un número de soldados irlandeses desertores con algunos oficiales» y pedía que se les facilitase una casa para estar así como leña, luz y paja. El Concello les asignó una casa recién hecha, contigua a la consistorial y que llamaban «el cuartel», durmiendo en los cuartos bajos. Los que no cupieron ahí se alojaron en la cárcel.

Mariana
Siglo y medio antes de que viniese a Lugo el rey inglés Jacobo III, pasó de camino por la ciudad otra futura reina, la alemana Mariana de Neoburgo, que desembarcó en 1590 en A Coruña para casarse en Valladolid con Carlos II. El Ayuntamiento se preocupó de que hubiese los suficientes víveres en Lugo para dar de comer a la comitiva a su paso por la provincia, recibiendo 927 gallinas, 263 capones y 3.682 huevos. Una cantidad muy inferior a la solicitada por el oidor, Juan de Rano, que pedía a la semana 150 pares de perdices y de capones, 50 libras de manteca de lechón, 50 gallinas y 6 salmones.

500 camas para la reina y su séquito

El paso de Mariana de Neoburgo por Lugo, en 1590, supuso un esfuerzo importante para cumplir con los requisitos exigidos por la visita. Además de los acopios de víveres, se pedían 500 camas para la reina y su séquito.
Monforte
Como no había sitio en Lugo, se trajeron camas de Monforte. Las facilitaron veinticuatro vecinos. 

 

Isabel II mandó parar los fuegos artificiale porque su hijo no podía dormir

Los lucenses no pararon de lanzar fuegos artificiales en la visita que hizo Isabel II, en septiembre de 1858, con su marido, Francisco de Asís, y su hijo, el príncipe Alfonso (futuro Alfonso XII), un bebé de diez meses. Los reyes llegaron procedentes de Gijón, donde fueron a tomar los baños, y de A Coruña, donde inauguraron el tren Príncipe Alfonso que enlazaría con Valladolid.
Los monarcas fueron recibidos en Ramil, con veinte pedáneos con banderas a ambos lados de la carretera y gaiteiros. Cuando llegaron a la ciudad, no paraban de repicar las campanas y de lanzar cohetes. En la Rúa da Raíña, se instaló un arco de triunfo, igual que en la Praza Maior donde, además, se levantó un castillo árabe.
Isabel II y su marido pasearon por la muralla, desde la puerta de Santiago (O Postigo) hasta Miñá. Admiraron el paisaje y la reina preguntó qué carretera era la que había al otro lado del río. Le dijeron que era la de Santiago, que aún no estaba acabada. Oído esto, la reina dispuso su terminación, encomendándoselo al ministro de Estado.
La visita real llenó Lugo de luz. Por la noche, se iluminaron el Concello, la Diputación, la torre de las campanas de la catedral y la cúpula de la capilla de la Virgen de los Ojos Grandes donde había banderas, guirnaldas y faroles de varios colores. También se iluminaron la plaza de Santa María y la Alameda con faroles a la veneciana.
Fueron tanto los fuegos que Isabel II tuvo que mandar parar para que no le impidiesen dormir a su hijo. Aún así hubo grupos de gaitas y de danzas hasta el amanecer.
Los reyes ofrecieron una cena donde el Ayuntamiento regaló a Isabel II un ramillete de dulce y una trucha del Miño de diecinueve libras de peso. La Diputación la obsequió con otra trucha, una anguila de nueve libras y varios capones y cabritos.

 

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