El órgano que da vidas

Delia Lorenzo tiene dos riñones, pero ninguno originalmente suyo. Con 25 años recibió uno de su madre. Con 42, tras un cáncer, le transplantaron otro de un donante anónimo. "El de mi madre me ayudó a tener dos hijas. El del donante, dos carreras", admite

Delia Lorenzo. SEBAS SENANDE
photo_camera Delia Lorenzo. SEBAS SENANDE

El día de la mujer coincide este año con otro día clave para muchos, el del riñón, que se celebra el segundo jueves de marzo y que este año se centra en las mujeres pacientes renales. Delia Lorenzo Zarandona, de 54 años, es una de ellas desde la infancia, aunque tardó en saber qué le pasaba exactamente y en reconocerse como tal.

La suya es una infancia de niña enferma de libro, que sin embargo sus padres lograron normalizar hasta tal punto que ella dice no tener consciencia de que esa era su condición. Tenía infecciones recurrentes para las que recibía antibióticos, pero no un diagnóstico claro. "Hay que tener en cuenta que a principios de los 60 en España ni siquiera existía la especialidad de Nefrología", explica. Fue un médico de Familia de Ávila quien, cuando Delia tenía seis años, la definió como enferma renal y la derivó a un especialista en Madrid.

Tras el primer transplante, Delia Lorenzo pasó de tomar 42 pastillas al día a quedarse solo con los inmunosupresores

Para una niña el ciclo constante de malestar, fiebre, cultivos positivos que revelan una infección renal y antibióticos que cada vez tardan más en hacer efecto es "aburridísimo, algo que te corta la vida". Como muchos niños enfermos, fue y sigue siendo una gran lectora. Su madre le buscaba entretenimientos. "Es que no es como ahora, que hay Internet y series", recuerda.

Para sus padres, con otros tres hijos sanos, sus recaídas eran una fuente de preocupación e inquietud constante. "Llegó a decirles un médico que no se angustiasen tanto porque no iba a llegar a la adolescencia", dice la mujer, a la que a los 19 detectaron una función renal baja y a los 21 "una hipertensión brutal", descontrolada, que le provocaba taquicardias y que no sabían cómo meter en vereda. A los 23, finalmente, empezó a dializarse. Presentaba todos los síntomas que se atribuyen tradicionalmente a los enfermos renales: piel amarilla, cansancio extremo, caída de pelo... Se sentía francamente mal.

Cuando al fin un paciente comienza la hemodiálisis, cuando no sabe qué esperar, la primera sesión suele ser una revelación. Este fue el caso de Delia. La diálisis le permitió acabar sus estudios de joyería, aunque le impidió ejercerla, ya que, con la colocación de una vía, perdió algo clave para un joyero: fuerza en el pulgar.

Dos años después, el servicio que seguía su caso en Madrid le propuso a ella y a su familia la donación en vivo. El programa acababa de ponerse en marcha en España y Delia era una buena candidata, al ser una paciente joven sin otras patologías asociadas.

"Mi madre dijo que quería ser ella enseguida. No contemplaba otra opción, quería hacerlo ella", explica Delia. María José Zarandona se convirtió en una de las primeras donantes vivas en España, en una intervención que salió como la seda. "Nos dijeron al salir de quirófano, que nada más colocar el riñón empezó a drenar, allí mismo", explica y recuerda que "una semana después ya estaba en casa y pasé de tomar 42 pastillas al día a tomar solo los inmunosupresores". Su madre, ahora con 80 años, se encuentra muy bien y sigue diciendo que lo hubiera hecho mil veces.

Con ese riñón logró algo que creía vetado: ser madre. Un equipo específico siguió sendos embarazos en Madrid, que se desarrollaron sin problemas a sus 30 y sus 33 años. "Creo que fueron las primeras niñas gallegas de una mujer con trasplante renal", dice.

TIROIDES. Cuando la pequeña tenía 18 meses, le detectaron un cáncer de tiroides. El tratamiento funcionó y Delia se recuperó, pero regresó la insuficiencia renal. No tiene clara la relación entre una cosa y otra, pero sí que un tumor no pudo ayudar. Quince años después de recibirlo, el riñón de su madre, que había dejado boquiabiertos a los médicos de lo bien y rápido que había encajado en su organismo, empezó a fallar.

Fueron momentos muy duros, especialmente porque, como recuerda, una médico consideró que había que retrasar al máximo su dependencia de la diálisis. La lista de síntomas que tenía pone los pelos de punta. No se levantaba de la cama, no comía porque no toleraba nada, el dolor era insoportable y, de repente, perdió la vista. Fue eso último lo que precipitó su regreso a diálisis. "Entré en silla de ruedas y salí caminando por mi propio pie", señala para hacer hincapié cuánto la precisaba.

En ese momento, se hizo patente que necesitaba otro riñón y entró en la lista de trasplantes. A los dos años, una noche que parecía como cualquier otra, la llamaron para preguntarle cómo estaba, si tenía la gripe u otra infección. Había un riñón para ella de un donante anónimo.

La recuperación no fue tan espectacular como la primera y el riñón no se arrancó a funcionar tan rápido, pero acabó por hacerlo y la ha traído hasta aquí. Con él ha logrado acabar diseño gráfico y estudiar ahora Historia del Arte. No sabe quién fue la persona de la que recibió el órgano, pero piensa "en ella y en su familia cada día".

Destaca su generosidad, pero también reconoce el papel que una circunstancia casual como nacer en España "con una sanidad pública y con un sistema de donaciones como el que tiene la Organización Nacional de Trasplantes" tiene en pacientes como ella. "A lo mejor si hubiera nacido en otro sitio aquel médico hubiera tenido razón y no hubiera llegado a la adolescencia".

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