Historias de Lugo

El "catastrazo" de Ensenada

Se podría decir que la primera Declaración de la Renta en España se produjo hace casi 300 años. El catastro de Ensenada, encargado por Fernando VI en 1749, permitió que el Estado conociese, por primera vez, los bienes de sus súbditos y las rentas que pagaban.
 

Varios de los inmuebles declarados en el Catastro de Ensenada estaban en la Praza Maior de Lugo. SEBAS SENANDE
photo_camera Varios de los inmuebles declarados en el Catastro de Ensenada estaban en la Praza Maior de Lugo. SEBAS SENANDE

LAS PRIMERAS declaraciones de la Renta se presentaron hace casi 300 años. No se llamaban así, ni tampoco estaban sujetas a un tipo impositivo previamente fijado por el Gobierno, pero sí permitieron hacerle saber al rey de entonces, Fernando VI, cómo estaba repartida la riqueza en este país. El objetivo era imponer una única contribución a las todavía llamadas provincias de Castilla, con la que se gravaría a aquellos que, sin ser privilegiados (es decir, nobleza y clero), tuviesen algo que declarar. A este tipo de prospección se le llamó Catastro de Ensenada porque fue puesto en marcha por el ministro Zenón de Somodevilla, más conocido como el marqués de La Ensenada.

El 19 de mayo de 1753 se presentaba ante el alcalde mayor de la ciudad un alto funcionario llamado Juan Felipe de Castaños, ministro encargado por su majestad para el establecimiento de la real única contribución.

A esta investigación —que aportó, además, datos históricos muy interesantes sobre los estamentos sociales, el desarrollo urbanístico y la demografía— se le puso de nombre catastro, que significaba entonces algo así como averiguación o pesquisa. Este trabajo de recogida de datos se realizaba a través de un cuestionario de 40 preguntas que debían ser contestadas por los vecinos.

El ‘catastrazo’ lo contestaron en Lugo 740 cabezas de familia, que figuraron en las actas de la llamada Real y Única Contribución.

De estas 740 cabezas, entre las que había solo unas pocas mujeres viudas o solteras, un 18 por ciento eran hidalgos. Es decir, aquellos que sin ser privilegiados (ni nobles, ni clérigos) tenían bienes que declarar y rentas que pagar. 

Un detallado estudio del historiador lucense Luis López Pombo sobre los datos recabados en Lugo permite saber cómo era la ciudad a finales del siglo XVIII y, sobre todo, quiénes eran los más pudientes en base a las propiedades que tenían y las rentas que pagaban.

El Catastro de Ensenada registró en el Lugo de entonces un total de 744 casas, de las que solo 12 podrían ser declaradas en ruina.

La mayor parte de ellas eran de planta baja y un piso, siendo pocas las de dos pisos y muy excepcionales las de tres. La mayoría de las viviendas de estos nuevos ricos estaban ubicadas en la Rúa Nova, Tinería, San Pedro y la Praza Maior.

El primer lucense que figura en el catastro es el alcalde mayor, Vicente María de Prado y Lemos, de 40 años, casado y padre de una hija, que vivía con su esposa, dos criados y tres criadas. Tenía cinco casas en el barrio Falcón, Porta Miñá, San Pedro y A Ponte. Por estos bienes, pagaba, entre otras rentas, al cabildo de la catedral 88 reales por una misa y al convento de Santo Domingo 26 reales de pensión de misas y a Teresa de Lemos, religiosa en el convento de Santa María Magdalena de A Nova, 209 reales y un cerdo.

Manuel José Valcárcel, el alcalde ordinario, tenía 30 años y era padre de cinco hijos y dos hijas. Vivía con su esposa, sus padres mayores de 60 años, dos criados y dos criadas. Este hombre tenía una casa en San Pedro, por la que pagaba a un vecino de A Coruña cuatro fanegas de trigo y 121 reales de vellón.

Otra autoridad local, Francisco Javier de Ulloa, era regidor y alférez mayor. De 55 años, vivía con su esposa, dos criados y dos criadas. Tenía tres casas en el barrio de Os Cregos y en la Rúa da Travesa, además de 40 parcelas y un caneiro para pescar anguilas en el Miño, situado en As Areas, que explotaba por arriendo de treinta docenas de anguilas. Entre otras rentas, pagaba 22 reales al cura de Vilasán, en Vilalba, como limosna para aceite de una lámpara.

Muralla, agros, ríos y caminos

El Lugo del siglo XVIII estaba delimitado por el este por Sanfiz; oeste, As Saamasas; norte, Pedreda, y sur, Piugos. El catastro señalaba entonces que había, de levante a poniente, un cuarto de legua, y de norte a sur, tres cuartos.

Extensión
Lugo se limitaba al espacio de murallas adentro, Agro da Cheda, A Viña Vella, las Casas de Abuín, O Agro do Castiñeiro, Lamas de Prado, el Camino Real de A Coruña a Lugo, la Porta Falsa, el Carril das Flores, la zona que va del río de Friás al de A Fervedoira, el Camino de Lugo a Sanfiz, la zona del Miño, el puente romano, el monte Segade y Pedrouzos, explica Luis López Pombo.

El lucense más mayor tenía 77 años y era escultor de imágenes

Pocos eran los lucenses que, a finales del siglo XVIII, superaban los 70 años. Sin embargo, en el Catastro de Ensenada que se hizo en Lugo aparece un hombre de 77 años que era escultor de imágenes religiosas y se llamaba Antonio Bermúdez de Riobó. Este hombre declaró, como única propiedad, un cerdo de cuatro meses.

Otro de los lucenses más veteranos era Juan Manuel Mejía, un teniente coronel de milicias del regimiento de Lugo, de 76 años, que tenía cinco viviendas en la Rúa Nova, Rúa da Cruz, Rúa da Pescadería y Montirón. Por estos bienes, pagaba seis ferrados de trigo al cabildo de Lugo y a Froilán Pallares, quince ferrados de centeno por foro.

El pago de impuestos en forma de alimentos o, incluso, cerdos era bastante habitual. El mismísimo marqués de Castelar, Baltasar Patiño y Rosales, —que también declaró en este ‘catastrazo’— tenía una casa de dos pisos en la Calle de la Cárcel y pagaba, entre otras rentas, una fanega de centeno y tres ferrados de trigo al comendador de Portomarín, de la Orden Militar de San Juan.

Entre tanto, Pedro Bolaño, administrador de tabaco en la villa de Meira, con tres hijos y una sirvienta, tenía una casa en San Pedro y pagaba de renta a un vecino de Reximil, Pedro Freire, un cuarto de ferrado de un huerto «de primera calidad» en la Rúa Nova.

CURIOSIDADES. Una declaración de bienes curiosa es la que hizo José Picado, un escribano de 60 años que no ejercía el oficio pero que gozaba de un salario anual de 20.200 reales "por fiel de millones".

Llama la atención también en el Catastro de Ensenada realizado en Lugo la ubicación de la casa de Francisco Soutino,  al lado de la desaparecida capilla de Nuestra Señora del Camino de Santiago y que colindaba, según quedó inscrito, "por la derecha e izquierda con la muralla".