Dos chicas lucenses viven tres días como refugiadas

Querían conocer de primera mano la forma de vida de los refugiados sirios en Grecia y lo lograron simplemente poniéndose un velo ► Eva Pombo y Luz Arias se hicieron pasar por sirias para adentrarse en un campo de refugiados y compartir, durante tres días, la falta de alimentos y la deficiente higiene y sanidad que hay en su interior

NO PRETENDÍAN ni se imaginaban que compartirían haima, comida y baños públicos en deplorables condiciones higiénicas con el resto de refugiados sirios concentrados en uno de los muchos campos de Basilika, Grecia, en la frontera con Macedonia. Sin embargo, la casualidad quiso que las diseñadoras gráficas lucenses Eva Pombo y Luz Arias consiguiesen su objetivo de ayudar a los refugiados sirios concentrados en Grecia de la mejor manera posible: viviendo como ellos, algo imposible para cualquier extranjero. 

La aventura de Eva y Luz comenzó en una playa de Tesalónica donde ambas recalaron el pasado verano, después de tres días como voluntarias en la ONG Zaatar, en Atenas, donde dieron clases de castellano y con la que colaboran ahora económicamente desde Lugo a través de la venta de un CD del grupo Seare. "Fue todo casualidad porque, además, en primer lugar nos pusimos en contacto con las ONG más grandes –Acnur, Cruz Roja, Médicos sin Fronteras...– y ni nos contestaron. Luego, fuimos a las más pequeñas, que eran grupos de voluntarios, y nos salieron los talleres para los niños en El Pireo, pero con tan mala suerte que ya se había desmantelado el campo cuando llegamos. Finalmente, encontramos otra ONG local, Zaatar, que trabaja con madres solteras y huérfanos, y allí sí estuvimos, pero fue poco tiempo. Así que no nos quedó más remedio que iniciar, por nuestra cuenta y riesgo, un viaje hacia la frontera con Macedonia, donde hay un montón de campos de refugiados y allí fue donde conocimos a dos familias", explica Luz Arias, que acaba de ser premiada en el concurso ‘Imaxes con fondo’, del Fondo Galego de Cooperación e Solidariedade, por una imagen de la valla agujereada por la que entraron en el campo y un niño del otro lado. 

Las jóvenes lucenses Eva Pombo y Luz Arias se infiltraron, como si fuesen sirias, en un campo de refugiados de Grecia

UN FLECHAZO. Las dos chicas lucenses contactaron con una de las familias de los campos cuando sus miembros aprovechaban las duchas públicas de una playa de Tesalónica para darse un baño. Decidieron hablar con ellos para ayudarlos y ahí empezó el ‘flechazo’. "Se quedaron asombrados de que les dirigiésemos la palabra. Para ellos, decían, eso ya era bastante porque sufren una discriminación muy grande por parte de los griegos. Entonces, les contamos a lo que habíamos ido a Grecia, los invitamos a comer unos helados y ellos nos dijeron si queríamos ir al campo para ver cómo vivían y aceptamos la propuesta", cuenta Luz. 

Como el acceso a extranjeros está prohibido en estos campos, fuertemente militarizados, Luz y Eva tuvieron que hacerse pasar por sirias. Para ello, la familia les facilitó sendos velos. Cuando se convirtieron en sirias de apariencia, comenzaron ya a percibir, en su propia piel, el desprecio del pueblo griego hacia los refugiados. "Notamos el racismo en la calle y en el autobús al que nos subimos. La gente nos empujaba, nos miraban fatal solo por llevar velo cuando, realmente, nosotras éramos europeas como ellos", indica Luz. 

EN EL CAMPO. Para acceder al campo, las dos jóvenes lucenses tuvieron que meterse por un agujero hecho en la valla metálica que lo rodea, por el que también entran y salen clandestinamente los refugiados para poder adquirir medicamentos y comida en el exterior a precios más económicos que los que pagan a las mafias que los llevan a Grecia y que vuelven a hacer negocio con ellos dentro del campo. "Fue muy arriesgado para nosotras", recuerda Luz, "pero queríamos saber cómo se vivía allí e informar de ello en España. Los griegos no dejan entrar a los de fuera para que no vean lo que hay dentro. Desde fuera, se veían varias naves abandonadas, que están llenas de haimas, donde viven 1.300 personas en condiciones terribles, comiendo patatas y poco más y con una gran falta de medicamentos y de higiene". 

"No tienen [los refugiados] ninguna información del exterior y nos preguntaban por qué les cerraban las fronteras si no eran terroristas"

Las dos lucenses convivieron allí con una pareja –formada por un instalador de aire acondicionado y una peluquera– y sus dos hijos que, a su vez, se hicieron cargo de un adolescente que quedó sin familia y sin pasaporte en su huida de Siria. También hicieron amistad con otra familia, con otros dos niños, en la que el padre se ganaba la vida como cocinero antes de huir de las bombas. "Las historias que cuentan son terribles. En uno de los casos, se pasaron cinco meses vagabundeando de un campo para otro en Turquía y Grecia después de que los pillaran saliendo de Siria, por lo que estuvieron tres meses en la cárcel. En Turquía, la situación de los campos es todavía peor que en Grecia: mucha gente muere, les pegan, no tienen qué comer. Allí contactaron con las mafias y los llevaron a Grecia en barco a cambio de dejar parte de sus ahorros y pagar 2.000 euros por cabeza", dice Luz, que todavía se emociona recordando su experiencia. 

Las familias sirias acogieron a Luz y a Eva, con los brazos abiertos, haciéndoles sentir, salvadas las circunstancias, como en su casa. "Fueron superhospitalarios. Creemos que se sentían muy a gusto teniéndonos como invitadas porque les hacía sentirse como personas normales, no como refugiados. Nos enseñaron bailes, compartíamos su comida y dormíamos con las mujeres. Nos trataron como si fuésemos de la familia. Pasamos tres noches solo, el calor era terrible, no tenían médicos (decían que solo iba uno de vez en cuando) y los fármacos estaban caducados. Una niña estaba enferma y salimos a Tesalónica a comprarle medicinas básicas. También les dimos dinero, libros y material escolar", dice Luz. 

¿POR QUÉ? Las familias sirias les hicieron ver sus preocupaciones y sus incertidumbres. "No tienen ninguna información del exterior y nos preguntaban por qué les cerraban las fronteras si no eran terroristas. Estas familias se dirigían a Alemania y Suiza, donde tienen parientes, pero realmente ellos no quieren quedarse en Europa, quieren volver a Siria cuando acabe la guerra. Especialmente duro fue cuando una de las madres se despidió de nosotras pidiéndonos: ‘Por favor, llevaros para España a nuestros hijos’. A nosotras se nos rompió el corazón pero solo pudimos contestarle que no podíamos", señala Luz.